Quédate con él. Kai y yo nos marcharemos.
Su voz había sonado fría, pero su alma ardía en llamas.
La rabia y el dolor lo cegaron, tanto que no notó el súbito estremecimiento en el cuerpo de Álex. Ni el grito ahogado que no pudo pronunciar. Ni las lágrimas que caían sin control, silenciosas, mientras la mente del rubio era un campo de batalla invisible.
Lucian Delacroix observaba a Orfeo con fascinación y frustración. Era la primera vez que su poder esa fuerza mental con la que podía doblegar voluntades, romper almas y moldear pensamientos no surtía efecto alguno.
—Curioso —dijo con una sonrisa tensa, caminando en círculos alrededor del aristócrata— Eres el primer hombre que no se deja seducir por mí.
Orfeo lo miró con un desprecio helado.
—No hay hechizo capaz de controlar a quien ama de verdad.
Lucian rio, bajo, elegante, como si disfrutara de un vino raro.
—Amor… una palabra hermosa para justificar lo que en realidad es miedo.
Orfeo se acercó, su voz contenía una amenaza apenas disimulada.
—Miedo es lo que deberías tener vos.
Pero antes de que pudiera hacer algo más, un leve gemido los interrumpió. Álex, aún bajo el dominio parcial de la hipnosis, se tambaleaba entre ambos..Sus ojos dorados parecían dos lunas empañadas por la niebla.
—Orfeo… —susurró con un hilo de voz.
—¡No lo toques! —gruñó Lucian, extendiendo un brazo.
Orfeo, sin hacerle caso, lo sostuvo antes de que cayera. Por un instante, Álex recuperó lucidez. Lo miró directamente a los ojos y murmuró entre sollozos:
—Ayúdame… por favor…
Orfeo tragó saliva. Su pecho dolía. Dolía verlo así. Dolía más de lo que jamás admitiría. Pero la imagen de Álex en ese club, en brazos de ese hombre, lo quemaba por dentro. Lucian sonrió al notar su vacilación.
—¿Ves? Hasta tú dudas. Los celos son una forma de obediencia, Moreau. Yo no necesito dominarte, tú mismo lo haces por mí.
Las palabras fueron veneno. Orfeo, en un intento por proteger su propia cordura, se apartó de Álex.
—Si esto es lo que elegiste, que así sea —dijo con voz seca— Yo no pelearé más contra lo inevitable.
El adiósKai lo esperaba afuera, confundido, con su pequeño abrigo empapado por la lluvia.
—¿Y papi Álex? —preguntó con ojos suplicantes.
Orfeo lo alzó en brazos y lo abrazó con fuerza.
—Papi Álex necesita quedarse aquí un tiempo, cariño.
—¿Lo castigaste? —preguntó el niño, con esa inocencia que partía el alma.
Orfeo cerró los ojos, conteniendo las lágrimas.
—No, hijo. Solo… tiene que aprender a recordar quién es.
Subió al coche sin mirar atrás. El conductor arrancó, y la mansión Moreau-De Vries se fue desdibujando en la distancia, hasta desaparecer entre la niebla. En el asiento trasero, Orfeo sostenía a Kai contra su pecho, mientras pensaba en todo lo que había perdido. Su orgullo lo había salvado del poder de Lucian, sí….Pero lo había condenado a algo peor: la soledad.
Prisionero de sí mismoEn el despacho del Club Nyx, Lucian se recostó en su sillón de cuero, observando cómo Álex, de pie frente a la ventana, temblaba sin control. El rubio respiraba con dificultad, sus ojos húmedos y perdidos en un punto invisible.
—Increíble… —susurró Lucian, acercándose a él—
Creí que ese hombre lucharía hasta la muerte por vos. Pero te dejó.
Su tono fue casi tierno, como quien acaricia una herida para hacerla doler más..Álex intentó hablar, pero su voz apenas fue un suspiro.
—No lo hizo… no lo hizo por mí. Lo hizo porque me odia…
Lucian lo giró suavemente, obligándolo a mirarlo.
—No, Álex. Lo hizo porque es débil. Porque todos los hombres lo son cuando se enfrentan a algo que no pueden controlar. Y vos.… vos sos algo que nadie puede controlar.
Las lágrimas se deslizaron por el rostro de Álex, sin poder detenerlas. Sabía que lo que decía no era verdad. Pero su mente… su mente empezaba a confundirse. A fragmentarse. Dentro de su cabeza, la voz de Orfeo se mezclaba con la de Lucian.
No interferiré más. Nadie te merece más que yo..Kai y yo nos marcharemos.
Y él, impotente, gritaba por dentro. Gritaba con todas sus fuerzas, sin que un solo sonido escapara de sus labios.
¡No te vayas, Orfeo! ¡No me dejes con él!
Pero su cuerpo permanecía inmóvil. Su rostro solo mostraba lágrimas.
Lucian observó la escena con fascinación. Había previsto un enfrentamiento brutal, una lucha por la posesión del alma de Álex. Pero en cambio, Orfeo se lo había entregado con sus propias manos, consumido por los celos.
—Qué irónico —murmuró Lucian, sonriendo con satisfacción— Pensé que tendría que destruirlo para tenerte. Pero fue él quien me abrió la puerta.
Acarició el rostro de Álex, que se estremeció bajo su toque.
—Ahora sos mío.
La fracturaSemanas después, la mansión de campo donde Orfeo se había refugiado con Kai era un lugar silencioso, envuelto en el gris del invierno. El niño, aunque intentaba ser fuerte, cada noche preguntaba lo mismo:
—¿Cuándo va a volver papi Álex?
Orfeo fingía una sonrisa.
—Pronto, hijo. Pronto.
Pero en su interior, algo se quebraba cada día un poco más. No podía borrar de su mente la mirada de Álex aquella última vez. Esa súplica muda. Esa lágrima que no llegó a secar. Kai, con su inocencia intacta, corría hacia el ventanal y decía:
—Te juro que escucho su voz, papá. Está llamándonos.
Orfeo lo abrazaba, cerrando los ojos. Porque en el fondo, también la oía. Una voz temblorosa, lejana, que susurraba su nombre con desesperación. En el Club Nyx, Lucian observaba a Álex desde su trono de sombras. El rubio permanecía sentado frente al piano, tocando una melodía triste y perfecta, como un autómata. La luz tenue iluminaba sus mejillas húmedas. Lucian alzó su copa de vino y sonrió.
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Editado: 30.10.2025