El Amargo Secreto

La Luz Que Nos Salva

La noche era densa, casi inmóvil, como si el aire mismo temiera respirar. En el corazón del Club Nyx, Lucian Delacroix observaba con fría satisfacción a Álex, su más preciada creación, su trofeo, su prisionero perfecto.
Pero esa falsa calma estaba a punto de quebrarse para siempre.

El llamado del alma

En la lejanía, Kai despertó sobresaltado. Su pequeño corazón latía con fuerza y sus manos temblaban.

—Papá… —susurró entre sollozos—. Papá Orfeo… papi Álex está gritando…

Orfeo, que dormía en un sillón junto a su cama, abrió los ojos de inmediato. El brillo dorado que emanaba de su hijo era la señal. Esa conexión entre padre e hijo no era humana: era amor puro, tan real y tan fuerte que trascendía toda distancia. Kai lo miró con lágrimas en los ojos.

—Nos necesita, papá… está tan solo…

Orfeo lo abrazó y le besó la frente.

—Entonces iremos por él, mi sol. No dejaré que nadie más lo toque.

El niño asintió, y mientras cerraba los ojos, el resplandor dorado en sus pupilas marcó el camino. En su mente, las voces de Álex y Orfeo se entrelazaban en un mismo grito de amor desesperado. El club estaba vacío. El silencio lo cubría todo. Álex permanecía sentado al piano, inmóvil, con la mirada perdida entre sombras que parecían reírse de él. Lucian lo observaba desde la penumbra, con una copa en la mano y la sonrisa del que se cree invencible.

—Hermoso, ¿no? —dijo suavemente—. Cuando el alma deja de resistir, se vuelve perfecta.

Pero esa noche no era como las anteriores. Dentro de Álex, algo había cambiado. Una voz se abría paso entre la niebla, cálida y firme:

Álex… escuchame. Estoy acá. Seguí mi voz.

Era Orfeo. Su presencia atravesaba todo límite, toda distancia, todo miedo. Álex comenzó a temblar. Su respiración se aceleró. Lucian frunció el ceño.

—¿Qué estás haciendo…?

—Recordando —murmuró Álex, alzando la vista por primera vez. Y entonces, el aire se quebró.

La mente que había estado prisionera se liberó con la fuerza de un huracán. Los muros de la ilusión cayeron, las sombras se disiparon. Lucian retrocedió, desconcertado.

—¡Imposible! —gruñó, intentando recuperar el control mental sobre él.

Pero Orfeo ya estaba allí, cruzando la puerta, con la mirada fija en el hombre que había osado romper a quien más amaba.

—Nunca más vas a tocarlo —dijo con voz firme, envolviendo a Álex con sus brazos.

El contacto fue suficiente. El corazón de Álex latió con fuerza, y una ráfaga de luz interior una mezcla de amor, memoria y voluntad barrió con todo rastro del dominio de Lucian.

—Ya no podés controlarme —dijo Álex, mirándolo con los ojos dorados encendidos— Ni a mí… ni a lo que soy.

Lucian se quedó helado. Por primera vez, su poder no servía de nada. Álex era libre.

La luz del reencuentro

Orfeo lo abrazó con fuerza, como si temiera que el universo intentara arrebatarlo de nuevo.

—Perdoname… —susurró entre sollozos—. Por haber dudado, por haberte dejado solo…

Álex hundió el rostro en su pecho.

—No hay nada que perdonar. Solo quiero que me abraces.

Y lo hizo. Durante minutos infinitos, no existió el pasado ni la hipnosis ni el dolor. Solo ellos dos, latiendo al unísono, reconstruyendo con ese abrazo todo lo que el miedo había roto. Kai apareció poco después, guiado por su intuición, y al verlos juntos, corrió hacia ellos.

—¿Ya está bien, papi Álex? —preguntó con voz temblorosa.

Álex lo levantó entre sus brazos y lo besó en la mejilla.

—Sí, mi amor. Ya estoy bien.

Orfeo los miró a ambos, con los ojos llenos de lágrimas.

—Ya somos libres. Los tres.

El silencio que siguió fue distinto al de antes. No era vacío, sino paz.

El cambio de estrategia

Lucian, en cambio, permanecía sentado en su trono de sombras, observándolos marcharse. Su orgullo estaba herido, pero su mente seguía activa. No gritó, no se enfureció. Solo sonrió.

—Interesante… —susurró mientras giraba la copa de vino entre los dedos— No puedo poseer su mente, pero quizás… pueda destruir su mundo.

Sus ojos plateados brillaron en la oscuridad. El deseo cambió de forma: ya no quería dominar a Álex, sino convertirse en su tentación. No por poder, sino por venganza. Y lo haría con paciencia, infiltrándose donde el amor era más vulnerable: la confianza.

El amanecer

Días después, en la mansión de campo, la luz del amanecer bañaba los ventanales.bKai jugaba con su perro, mientras Álex preparaba el desayuno y Orfeo lo observaba en silencio, con una mezcla de alivio y asombro. Cada movimiento del rubio era una promesa de vida. El aroma del café, la sonrisa espontánea, el brillo en sus ojos dorados…Todo le recordaba lo que había estado a punto de perder.

—¿En qué pensás? —preguntó Álex, acercándose a él.

—En lo afortunado que soy —respondió Orfeo, tomándole la mano—bNo me importa el pasado. Solo esto: vos, Kai, y este instante.

Álex apoyó su frente en la de él.

—Entonces quedémonos en él. Por siempre.

El beso que siguió fue dulce, sincero, sin prisas. La promesa de un amor que había sobrevivido al fuego, al miedo y a la oscuridad. Pero mientras el sol ascendía sobre el horizonte, muy lejos, en la ciudad, Lucian observaba una vieja fotografía de Álex y Orfeo, apoyada sobre su escritorio. La sonrisa de ambos lo enfurecía y fascinaba a la vez.

— Si no puedo poseerte… — susurró con una calma escalofriante — entonces aprenderás a perderlo todo por amor.

Apagó la luz de su despacho. Y la historia, una vez más, se sumió en sombras.




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