La oscuridad que Lucian había dejado detrás no se desvanecía fácilmente, pero día a día, los dos se reencontraban en lo cotidiano:
el olor del café, las risas de Kai, los paseos por el jardín, el roce de sus manos sin palabras.
Esa mañana, Álex se despertó sobresaltado, empapado en sudor. Había soñado con Lucian otra vez: con su voz, con su mirada fría, con esa sensación de ser observado incluso en la oscuridad. Orfeo, medio dormido, lo abrazó por detrás y murmuró contra su cuello:
—Shh… solo fue un sueño.
—Se sentía tan real —susurró Álex, temblando— No quiero volver a sentir eso, Orfeo. No quiero que entre en mi mente nunca más.
Orfeo acarició su rostro, besó sus párpados húmedos.
—No lo hará. Te lo prometo. Ya no puede.
—A veces siento que lo oigo… —dijo Álex, llevándose una mano al pecho—
Que susurra cosas que no entiendo. Pero no soy yo quien lo escucha. Es algo que… me atraviesa.
Orfeo lo miró con ternura.
—Te escucha porque te teme. Ya no tiene poder sobre vos. Y si alguna vez intenta acercarse tendrá que enfrentarse a mí.
Álex se aferró a su camisa como si temiera perderlo.
—Prometeme que no me vas a dejar.
Orfeo le sonrió, serio.
—Ya no hay nada que pueda separarme de vos.
Y por un instante, ambos creyeron que era verdad.
La aparición del espejoTres semanas después, un invitado inesperado cruzó el portón de la mansión Moreau. Era un joven de cabello negro azabache y ojos gris perla. Su sonrisa, amable y abierta, contrastaba con el aire elegante que lo envolvía. Kai, que jugaba en el jardín, fue el primero en verlo.
—¡Papá Orfeo! ¡Hay alguien que se parece a vos! —gritó entre risas.
Orfeo salió, extrañado, limpiándose las manos con una toalla. Cuando lo vio, el asombro lo dejó sin habla. Era como mirarse en un espejo, pero más joven, más luminoso. El joven sonrió con timidez.
—Supongo que esto debe parecerte una locura. Mi nombre es Adrian Moreau.
El nombre le cayó como un rayo. Moreau. Su apellido.
—¿Cómo dijiste? —preguntó, incrédulo.
—Adrian Moreau —repitió el joven— Tu padre… mi padre también.
Orfeo retrocedió un paso. El pasado volvía a morder. Recordó la juventud de su padre, los rumores, los silencios en las cenas aristocráticas. Una amante, decían. Una mujer humilde que desapareció del país cuando él aún era un niño. Ahora, frente a él, estaba la prueba viviente. Su hermano. Álex se acercó, sorprendido por el parecido.
—Orfeo… es igual a vos…
Adrian bajó la vista, con una sonrisa suave.
—Sé que no es el mejor momento para irrumpir así, pero necesitaba conocerte. He seguido tu carrera, tu empresa, y… sé que sos alguien a quien siempre quise llamar hermano.
Su tono sincero desarmó a todos. Incluso a Orfeo, que, aunque dudaba, no pudo evitar sentir una chispa de ternura por ese joven de modales impecables y mirada limpia. Kai se aferró a la pierna de Álex y murmuró, divertido:
—Papá, ¿entonces ahora tengo dos papás iguales?
Todos rieron. Hasta Orfeo. Por primera vez en mucho tiempo, el aire se sintió liviano.
La nueva pieza del juegoPero en algún punto de la ciudad, muy lejos de la luz de ese reencuentro, alguien los observaba. Lucian Delacroix estaba sentado frente a una pared cubierta de pantallas. En una de ellas, el rostro de Adrian Moreau aparecía en primer plano. Su sonrisa fría se reflejó en el vidrio.
—Qué coincidencia tan perfecta…
El hombre que lo acompañaba, su nuevo asistente, preguntó con cautela:
—¿Desea que lo elimine?
Lucian negó con la cabeza.
—No. Esta vez no destruiré nada. Lo usaré.
—¿Usarlo… contra Álex?
—Contra Orfeo —corrigió Lucian, con un brillo helado en los ojos—nNo puedo controlar la mente de Álex… pero puedo romper su corazón.
Se levantó del sillón y caminó hacia una mesa donde reposaba un pequeño frasco de vidrio. Dentro, un líquido transparente se agitaba bajo la luz.nLo observó con fascinación.
—¿Sabes qué es lo más interesante de las mentes libres? —susurró— Que son las más fáciles de herir.
El secuestroLa noche en que Adrian decidió volver a su hotel fue la última que alguien lo vio. El chofer que lo llevaba recordó haber sentido un mareo repentino. El vehículo se detuvo a un costado del camino y, cuando despertó, el asiento trasero estaba vacío. Adrian había desaparecido.
Horas después, en el sótano del Club Nyx, el joven despertó atado a una silla. Lucian estaba frente a él, con un vaso de vino en la mano.
—¿Dónde estoy? —preguntó Adrian, con voz débil.
Lucian sonrió.
—En el único lugar donde tu vida realmente va a tener un propósito.
El joven frunció el ceño, confundido.
—¿Qué querés de mí?
—Nada que no puedas darme voluntariamente —respondió Lucian, inclinándose hacia él— Solo quiero lo mismo que vos: estar cerca de Orfeo Moreau.
Adrian intentó liberarse, pero las cuerdas eran fuertes.
—No te servirá de nada. No te va a escuchar.
Lucian sonrió con calma.
—Oh, pero no planeo hablarle. Planeo intercambiarte por algo que valoro mucho más.
Adrian lo miró sin entender. Lucian se acercó hasta quedar a centímetros de su rostro y susurró:
—Su esposo, Álex.
El descubrimientoA la mañana siguiente, Orfeo recibió una llamada. Una voz masculina, distorsionada, le habló con frialdad.
—Tengo a tu hermano. Si querés volver a verlo con vida, ya sabés a quién entregarme.
El teléfono cayó de su mano. Álex lo miró horrorizado.
—¿Qué pasa, Orfeo?
Él levantó la vista, pálido, con los ojos llenos de furia.
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Editado: 30.10.2025