Si querés verlo con vida, entregame a Álex.
Orfeo permanecía de pie, inmóvil, con los puños cerrados. Álex, en cambio, tenía el rostro desencajado. Kai dormía en el piso superior, ajeno al abismo que se abría entre sus padres.
La decisión—¿Qué vas a hacer? —preguntó Álex con la voz temblorosa.
Orfeo no respondió enseguida. Caminó hasta el ventanal, mirando la oscuridad del bosque.
—Nada —dijo finalmente—. No pienso entregarte.
Álex lo miró sin creerlo.
—¿Nada? Orfeo, tiene a tu hermano. ¡Tu hermano!
—Un hermano que apareció hace tres semanas —replicó con frialdad— Un desconocido.
—¡Pero es tu sangre!
Orfeo se giró bruscamente, con los ojos encendidos.
—¡Y vos sos mi vida!
El eco de su voz retumbó por toda la casa.
El fuego de la chimenea crepitó, como si temiera apagarse ante tanta tensión.
—No voy a perderte otra vez, Álex —continuó Orfeo con voz temblorosa—No después de todo lo que sufrimos. No después de que ese maldito casi te destruye.
—No hablo de entregarme, Orfeo —replicó Álex, conteniendo las lágrimas— Hablo de salvarlo. No puedo quedarme de brazos cruzados sabiendo que lo está torturando.
Orfeo soltó una risa amarga.
—¿Salvarlo? ¿O volver a buscarlo?
—¿Qué estás diciendo?
—Que parece que no aprendiste nada —dijo, avanzando hacia él— Lucian te llama y vos, vos ya estás pensando en enfrentarlo, en acercarte otra vez, en jugar a ser el héroe.
—¡No! —gritó Álex— ¡Jamás volvería con ese monstruo!
—Entonces, ¿por qué lo defendés? ¿Por qué hablás de él con esa compasión absurda?
Álex apretó los puños.
—Porque no quiero que alguien inocente pague por mí. Adrian está sufriendo por mi culpa.
Orfeo golpeó la mesa con el puño.
—¡Basta! ¡No fue por vos! Lucian lo habría hecho igual, solo para alcanzarme. ¡No tiene nada que ver contigo!
—Sí lo tiene —replicó Álex, con lágrimas rodándole por las mejillas— Todo lo que toca termina lastimado. Vos, yo, ahora tu hermano.
Y si no hago nada, esa culpa me va a consumir.
Orfeo la miró, con los ojos llenos de una mezcla de rabia y miedo.
—¿Y qué proponés? ¿Ir a entregarte? ¿Dejar que vuelva a tocarte? ¿A dominarte?
—¡No! —gritó, desesperado—. ¡No lo permitiría!
—No confío en él, Álex —susurró Orfeo—
Ni en él, ni en tu fuerza para resistirlo otra vez.
Esa frase fue un golpe invisible. Álex retrocedió, como si le hubieran arrancado el aire.
—¿No confiás en mí? —preguntó con un hilo de voz.
Orfeo lo miró en silencio, la mandíbula tensa.
Y ese silencio fue más doloroso que cualquier respuesta. Álex negó lentamente, las lágrimas cayendo sobre sus mejillas.
—Pensé que después de todo… al menos eso sí habías recuperado.
El rubio dio media vuelta y se alejó hacia la escalera, pero Orfeo lo sujetó del brazo.
—Álex, no digas eso.
—Me ves como una víctima —dijo, sin mirarlo—
Y yo solo quería ser tu igual.
Orfeo se acercó y lo abrazó desde atrás, con fuerza, desesperado.
—Perdoname —susurró— No quise decir eso. Solo tengo miedo. Miedo de perderte de nuevo.
Álex rompió en llanto, girándose para esconder el rostro en su pecho.
—Yo también tengo miedo pero no puedo mirar a otro lado, Orfeo. Ese chico no tiene la culpa de nada.
—Lo sé… —dijo él, apretándolo más fuerte—Pero si te pierdo otra vez, no sé si podría sobrevivir.
Sus voces se entrelazaron entre sollozos, entre culpa y amor. Era una discusión que no tenía un vencedor, solo dos corazones intentando protegerse el uno al otro del mismo dolor.
—Prometeme que no vas a ir solo —pidió Orfeo, al fin— Si lo hacés, será conmigo.
Álex asintió, agotado.
—Juntos. Siempre juntos.
Orfeo besó su frente, sus labios, sus lágrimas.
Y por un instante, el mundo volvió a parecerles seguro.
Mientras tanto, en el Club Nyx, Lucian observaba a Adrian desde la penumbra. El joven estaba encadenado, con la mirada perdida, los labios resecos.
—Tu hermano no vendrá por vos —susurró Lucian, inclinándose cerca de su oído— Él ya eligió. Eligió al amor antes que a la sangre.
Adrian lo miró con odio.
—Estás mintiendo.
Lucian sonrió con frialdad.
—Lo estoy grabando todo. Y cuando le muestre cómo llorabas pidiendo ayuda se romperá.
Y yo lo estaré esperando cuando lo haga.
Dejó la habitación y cerró la puerta, el eco de su sonrisa serpenteando como una serpiente entre las sombras.
El amanecer del conflictoEn la mansión, Orfeo y Álex seguían abrazados en silencio. Pero algo en la mirada del rubio había cambiado: una determinación serena, peligrosa. Esa noche, mientras Orfeo dormía, Álex se levantó, tomó su abrigo y el viejo reloj de bolsillo de Alaric. Lo apretó en la mano y susurró:
—Perdoname, mi amor. No voy a dejar que otro pague por mi pasado.
El sonido de la puerta al cerrarse fue apenas un suspiro. Pero Orfeo despertó al instante. Su corazón supo la verdad antes que su mente. Y cuando salió corriendo hacia el jardín vacío, el aire frío de la madrugada le devolvió la certeza de su peor miedo: Álex había ido a enfrentarse solo a Lucian.
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Editado: 30.10.2025