Adrian entró con pasos lentos, las manos en los bolsillos. Había cambiado: sus ojos ya no tenían la calidez de antes, sino una especie de sombra que parecía observar algo más allá del presente.
—Todo está saliendo bien, ¿no? —preguntó, intentando sonar casual.
Álex asintió.
—Sí. Rivas confirmó que Lucian movió sus últimos fondos a una cuenta muerta. Es cuestión de tiempo antes de que se rinda.
—Entonces… ganaste.
—No. —Álex lo miró, la voz firme— Ganamos. Vos me ayudaste a sostener esto.
Adrian sonrió apenas, sin alegría.
—Claro… —murmuró—.Ganamos.
Pero mientras hablaba, algo en su interior se quebraba.
La cartaEsa misma noche, mientras todos dormían, Adrian fue al recibidor. Sobre la alfombra, justo bajo la puerta principal, había un sobre color marfil. No tenía remitente, solo su nombre escrito con una caligrafía que helaba la sangre. “Adrian Moreau”.
Lo tomó con cuidado. Su respiración se aceleró. No era posible nadie sabía que estaba allí. Nadie debía saberlo. Con las manos temblorosas, lo abrió. La tinta, ligeramente corrida, dejaba entrever un tono de locura y obsesión.
Hola, Adrian.
Pensaste que podías esconderte de mí. Pensaste que los años de encierro, las paredes blancas y los calmantes borrarían mi voz. Pero no. Siempre supe que volverías a cometer el mismo error: confiar. ¿Lo reconocés? Ese miedo en el pecho. El mismo que te hizo temblar la última noche en el sanatorio. El mismo que te obligó a rogarme que no dijera la verdad. Oh, querido Adrian… ¿Cuánto tiempo creíste que podrías huir antes de que te encontrara?
Esta vez no habrá doctores, ni inyecciones, ni diagnósticos falsos. Solo vos y yo. Como antes. Y esta vez, no vas a escapar vivo.Nos vemos pronto.
—A.
El papel cayó de sus manos. Su corazón latía tan fuerte que casi podía oírlo. Esa inicial, ese tono de burla sabía perfectamente quién era. No era Lucian. No era un enemigo nuevo. Era el pasado que había intentado enterrar bajo silencio y distancia.
2. Fantasmas de un pasado prohibidoLos recuerdos lo golpearon de golpe, como una puerta que se abre a un cuarto en ruinas.
El hospital psiquiátrico, las paredes acolchadas, los gritos. Él no estaba loco. Nunca lo había estado. Había sido víctima de alguien que necesitaba silenciarlo para heredar. Aquel hombre, su tutor, su supuesto protector, había manipulado a todos: los médicos, los informes, los testigos. Todo para quedarse con la fortuna que su familia le había dejado cuando Orfeo era apenas un niño.
Había pasado dos años encerrado injustamente. Dos años escuchando pasos en el pasillo, promesas de alta que nunca llegaban, tratamientos que lo adormecían hasta la confusión total. Hasta que logró huir, cambiar su nombre y desaparecer.
Hasta que descubrió que su hermano, Orfeo, vivía, y que quizás él podría ayudarlo a recuperar su vida. Pero las cosas no salieron como esperaba: en lugar de un rescate, encontró una guerra ajena y un monstruo llamado Lucian. Ahora ese pasado regresaba. El remitente de la carta había roto el silencio. Y su promesa era simple: muerte.
La despedidaAdrian entró al despacho de Álex en silencio.
El reloj marcaba la medianoche. El cuaderno de estrategias seguía abierto sobre la mesa, junto a la taza de café a medio terminar. A su lado, un retrato de Kai y Orfeo. Tomó una hoja y escribió, con letra rápida y temblorosa:
Álex,.
No te alarmes al despertar y no encontrarme. No me busques, por favor. No es Lucian. No tiene nada que ver con vos, ni con Orfeo, ni con Kai. Es mi pasado, el que quise ocultar, el que me persigue y del que no puedo escapar.
Agradezco todo lo que hiciste, pero no puedo ponerlos en peligro. Decile a Orfeo, cuando lo veas, que lo busqué para pedir ayuda, no para traer problemas. Él entenderá. Cuidá a Kai. Y si alguna vez escuchás mi nombre en los periódicos, no leas la noticia. No quiero que me recuerden con miedo.
—Adrian.
Dejó la carta sobre el escritorio, junto a la foto de su hermano. Acarició el vidrio con los dedos, una sonrisa rota cruzándole los labios.
—Perdoname, Orfeo —susurró— Una vez más, te fallo.
La nieblaEl viento ululaba entre los árboles. Adrian salió por la puerta trasera, abrigado con un viejo sobretodo y un maletín. La niebla cubría el jardín como un manto de fantasmas. Sus pasos apenas dejaban huella en la nieve. Cada respiración dolía; cada sombra parecía observarlo.
A mitad del camino, se detuvo y miró hacia atrás. Las luces de la mansión se alzaban a lo lejos, cálidas, seguras. Por un instante pensó en volver, en despertar a Álex, en contarle la verdad. Pero entonces recordó la carta, la voz de aquel hombre, y supo que no podía. No debía arrastrarlos a su infierno.
—Esta vez no vas a encontrarme — murmuró al viento — No otra vez.
Y siguió caminando. Hasta que su silueta se desdibujó entre la bruma. Hasta que el mundo lo tragó como si nunca hubiese existido.
AmanecerHoras más tarde, cuando el primer rayo de sol iluminó el estudio, Álex encontró la carta. El sobre estaba manchado de cera, y la tinta, aún húmeda. La leyó en silencio, el ceño fruncido, sin entender del todo lo que ocurría. El miedo se mezcló con una certeza helada: había perdido otro aliado, pero esta vez no por traición ni muerte… sino por el peso del pasado.
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Editado: 30.10.2025