El Amargo Secreto

El Regreso del Amor Perdido

El tren se detuvo con un silbido prolongado, y el vapor se elevó en una nube blanca que cubrió por completo el andén. Álex descendió con paso firme, el abrigo largo agitándose bajo el viento helado. El puerto era gris, áspero, con olor a sal, hierro y madera vieja. Las gaviotas graznaban sobre los tejados, y los hombres descargaban cajas pesadas envueltas en lona húmeda. El investigador lo esperaba junto a un viejo automóvil negro.

—Señor Valcourt —saludó con una leve reverencia— Confirmamos que el señor Adrian Orlov estuvo aquí. Llegó hace cinco noches. Usó un nombre falso: Thomas Varlen. Pagó una pensión durante una semana, pero se marchó anoche.

—¿Solo? —preguntó Álex.

—Sí. Y según la dueña del hostal, parecía asustado. Muy asustado.

El rubio lo observó en silencio. El viento le desordenaba el cabello y la nieve empezaba a caer con lentitud. Sus ojos dorados reflejaban una mezcla de dolor y decisión.

—¿Dejó algo atrás? —preguntó.

El investigador asintió.

—Una hoja de papel arrugada. Parece una parte de una carta… pero la mitad está quemada.

Le tendió el fragmento. Álex lo desplegó con cuidado. Las letras torcidas estaban manchadas de ceniza, pero aún podía leerse:

No volveré a ese lugar. No me busquen. Él ya me encontró…

El corazón de Álex se contrajo.

—Él… —murmuró—. ¿A quién se refiere?

—No lo sabemos, señor. Pero la gente del pueblo mencionó a un extranjero. Un hombre elegante, que llegó hace poco, pagó en efectivo y no dio nombre alguno.

Álex apretó el papel entre los dedos.

—Lucian tenía aliados. Algunos ocultos, otros esperando su caída para ocupar su trono..

—¿Cree que ese extranjero sea uno de ellos?

—No lo creo. Lo sé.

Se giró hacia el horizonte donde el mar embravecido chocaba contra los acantilados. La espuma blanca se alzaba como manos furiosas tratando de alcanzar el cielo.

—Aumente la búsqueda —ordenó con voz baja— Si Adrian sigue vivo, lo traeré conmigo. Y si ese extranjero pretende seguir el camino de Lucian
entonces terminará de la misma manera.

El investigador asintió, impresionado por la calma gélida del heredero Valcourt. Álex subió al coche y se perdió entre la niebla, decidido a cerrar el último círculo del infierno que Lucian había dejado tras su muerte.

El otro lado del océano

Mientras tanto, a miles de kilómetros de allí, en una mansión bañada por la tenue luz del atardecer, Orfeo se hallaba en su estudio. La habitación estaba en silencio, salvo por el tic tac del reloj antiguo y el crepitar del fuego en la chimenea. Sobre el escritorio, los periódicos recién llegados del continente se apilaban desordenadamente. Tomó el primero de ellos. .La noticia lo golpeó como una bala:

Lucian Drakovich, el magnate del placer, hallado muerto entre las ruinas de su mansión.
Fuentes extraoficiales aseguran que el responsable fue Álex Valcourt, el joven heredero del difunto Alaric.
Los testigos afirman que la mansión ardió durante horas y que el cuerpo de Drakovich fue hallado irreconocible.

Orfeo dejó caer el periódico, su respiración agitada, los ojos abiertos de par en par.

—Álex… —susurró, llevándose una mano al pecho.

Kai, que jugaba en el alfombrado del salón contiguo con sus juguetes de madera, levantó la vista.

—¿Papá? ¿Qué pasa?

Orfeo tragó saliva.

—Nada, hijo… —respondió, aunque su voz sonaba rota— Nada malo, al menos no para nosotros.

Tomó el periódico otra vez. Las manos le temblaban.
Cada palabra era una mezcla de orgullo y espanto.
Álex había vencido. Pero también había matado. Y eso lo llenaba de miedo. Cerró los ojos y recordó la última vez que lo vio: Álex llorando, rogándole que confiara en él. Él, cegado por los celos, alejándose con Kai entre sus brazos.

—Dios mío… ¿Qué he hecho?

Se levantó bruscamente y caminó hasta la ventana.
Afuera, el jardín estaba cubierto de flores marchitas.
El mar se extendía hasta el horizonte, tranquilo, indiferente a las tragedias humanas.

—Lo dejé solo —murmuró con una voz que apenas era suya— Y aun así, cumplió su promesa.

Tomó otro periódico, uno más reciente.
Esta vez, el titular era más crudo:

Álex Valcourt: el hombre que acabó con el monstruo.
El heredero dorado que se enfrentó solo al mayor imperio de corrupción del continente.

Orfeo apretó el papel con fuerza. Sus ojos se llenaron de lágrimas. No de tristeza, sino de orgullo y arrepentimiento.

—No puedo quedarme aquí —dijo al fin, con la voz temblorosa pero decidida— No mientras él sigue allá fuera. No mientras crea que lo abandoné.

Entró en el salón donde Kai lo observaba curioso. El niño, con su cabello rubio y sus ojos dorados como el sol, era el vivo reflejo de Álex. Orfeo se arrodilló frente a él, acariciándole el rostro con ternura.

—Kai, mi amor…

—¿Vamos a casa? —preguntó el pequeño.

Orfeo lo miró con sorpresa.

—¿Cómo sabes…?

—Porque papá Álex me llama todas las noches en mis sueños —dijo el niño, con inocencia— Dice que nos espera.

El corazón de Orfeo se detuvo por un segundo. Sonrió entre lágrimas, besando la frente de su hijo.

—Entonces no lo haremos esperar más.

Se levantó, dio órdenes rápidas al mayordomo y alistó sus cosas. En pocas horas, el jet privado estaría preparado para partir rumbo al continente. Mientras el viento marino agitaba las cortinas, Orfeo miró una última vez la mansión que había sido su refugio.

—Lucian está muerto, Álex. Y esta vez no pienso dejarte solo.




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