El Amargo Secreto

Recuerdos en la Nieve

El amanecer despuntaba pálido sobre el pueblo. El aire olía a madera húmeda, nieve recién caída y un silencio que parecía contener siglos de secretos. Dentro de la posada, el fuego crepitaba suavemente mientras Adrian dormía en la cama junto a la ventana. Su respiración era irregular, como si el simple hecho de existir le costara un esfuerzo inmenso.

Álex, sentado a su lado, lo observaba sin apartar la mirada. El rostro de Adrian, tan parecido al de Orfeo, se contraía a veces con leves espasmos. Parecía debatirse entre el sueño y un pasado que no terminaba de dejarlo libre.

—Despierta… —murmuró Álex con voz queda— No estás solo.

Sus dedos rozaron el borde de la manta, intentando no perturbarlo. Había pasado tanto tiempo huyendo, tanto dolor encerrado en esos ojos, que verlo descansar le resultaba casi un milagro. Pero el milagro se quebró cuando Adrian empezó a murmurar. Al principio, su voz era apenas un susurro inconexo. Luego, fue tomando forma.

—No, no otra vez.

—Tranquilo —dijo Álex, tomándole la mano— Todo está bien. Estás a salvo ahora.

Adrian abrió los ojos bruscamente. La mirada vacía, desorientada, recorrió el cuarto antes de clavarse en Álex.

—¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú? —preguntó con un tono entre la confusión y el pánico.

Álex sintió una punzada en el pecho. Ya había escuchado esa pregunta antes..Era la misma voz que Orfeo usaba cuando el miedo lo dominaba.

—Soy Álex Valcourt. Estás a salvo. Te encontré cerca del lago. El médico que te tenía ya no podrá hacerte daño.

Adrian lo observó sin parpadear, respirando con dificultad.

—¿El médico?

—Sí. El hombre con el que vivías.

Un destello fugaz cruzó sus ojos.
Un recuerdo, borroso, apenas una chispa.

—Recuerdo un cuchillo y una habitación con olor a hierro.

Su voz tembló.

—Me decía que la culpa era mía, que debía pagar por lo que hice pero yo no recuerdo qué hice.

Álex apretó su mano con suavidad.

—No tenés que recordar ahora. Lo importante es que estás vivo.

Adrian desvió la mirada hacia la ventana. La nieve seguía cayendo lentamente, en un silencio casi solemne.

—He soñado con un niño —susurró— De cabello rubio, con ojos dorados como el sol. Me decía tío.

Álex se estremeció. Era imposible que supiera de Kai y sin embargo, lo había descrito con exactitud.

—Ese niño existe —dijo, con voz baja— Se llama Kai. Es tu sobrino.

Adrian giró lentamente la cabeza, perplejo.

—¿Mi sobrino?

—Sí. El hijo de Orfeo y mío — respondió Álex, dejando que las palabras cayeran con la calma de quien confía en la verdad.

El rostro de Adrian se iluminó con una mezcla de asombro y ternura.

—¿Orfeo vive?

—Sí. Está vivo, y viene hacia aquí. —La voz de Álex se quebró apenas— No sabe que te encontré todavía. Pero pronto lo sabrá.

Adrian parpadeó varias veces, y por un instante, una lágrima cayó por su mejilla.

—Siempre supe que Orfeo no podía estar muerto. Lo sentía en el pecho, como una campana que no deja de sonar.

Suspiró.

—Pero si él vive, ¿por qué no vino antes?

Álex bajó la mirada.

—Porque yo se lo impedí.

El silencio se hizo espeso entre ellos.

Adrian lo miró sin comprender.

—¿Por qué harías algo así?

—Por miedo —admitió Álex—.Por celos, por orgullo, por no querer revivir su dolor.

—¿Y ahora?

—Ahora ya no tengo miedo.

Adrian lo observó detenidamente, y en su expresión se dibujó algo parecido al respeto.

—Eres diferente.

—Lo soy —afirmó Álex, con serenidad— Pero también sigo siendo el mismo hombre que lo ama con todo su ser.

Los fragmentos del pasado

Horas más tarde, Adrian despertó nuevamente. El fuego aún ardía, pero la habitación estaba más fría.vSobre la mesa, Álex había dejado un cuaderno, una taza de té y un abrigo grueso. El joven se incorporó con dificultad, y su mirada cayó sobre el cuaderno. En la portada, un nombre: Adrian Orlov. Lo abrió con manos temblorosas.

En las primeras páginas había informes médicos. Diagnósticos psiquiátricos, recetas, anotaciones de alguien con letra fría y precisa.

Paciente presenta disociaciones severas y episodios de pérdida de memoria inducida.
Tratamiento experimental: reprogramación conductual mediante hipnosis y sueros neuroactivos.

El nombre del firmante le heló la sangre: Dr. Lucian Drakovich.

—No… —murmuró, cerrando el cuaderno de golpe.

Su respiración se aceleró. Las imágenes comenzaron a estallar en su mente como relámpagos: Una mesa metálica. Una aguja.
Una voz repitiendo su nombre una y otra vez.

Eres un error. Tu hermano te abandonó. Solo yo puedo curarte.

Adrian se tomó la cabeza entre las manos y cayó de rodillas. Los recuerdos regresaban a ráfagas, mezclando dolor y pánico. Lucian había experimentado con él antes incluso de haber conocido a Álex. Había sido su primer intento de control mental, su primer proyecto.

—Por eso me buscaba —murmuró con la voz quebrada— No era por Álex. Era por mí. Yo era su experimento.

La promesa

Álex lo encontró así, temblando en el suelo. Se acercó de inmediato, sosteniéndolo por los hombros.

—Tranquilo, Adrian. Ya está. Ya pasó todo.

—¡No! —gritó el joven, aferrándose a su camisa— ¡Él estaba en mi cabeza! Años, Álex… años escuchando su voz, viéndolo en mis sueños. No era locura, era control.

Álex sintió una punzada en el pecho. Lucian había ido mucho más lejos de lo que imaginaba. Y ahora comprendía algo: Adrian no había sido solo una víctima colateral. Había sido la primera.

—Por eso lo mataste —susurró Adrian, mirándolo a los ojos.

—Sí —respondió Álex con voz firme—. Por vos. Por mí. Por todos los que destrozó.
Adrian asintió lentamente.

—Entonces hiciste bien.

El rubio lo abrazó con fuerza, y por primera vez, Adrian no se resistió. Lloró contra su hombro, dejando escapar todo lo que había callado durante años. Cuando se separaron, Álex habló con una calma nueva:




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.