El Amargo Secreto

La Luz de la Calma

La tormenta había cesado. Los copos de nieve, ahora suaves y ligeros, cubrían los tejados de la ciudad con un velo plateado .El amanecer trajo silencio, ese silencio curativo que llega después de haber sobrevivido al caos. Adrian dormía plácidamente en una habitación blanca y cálida, en el centro de rehabilitación mental más prestigioso del país. Las cortinas dejaban pasar una luz dorada que acariciaba su rostro..Por primera vez en mucho tiempo, su respiración era tranquila, su semblante sereno.

A su lado, Álex observaba desde un sillón, con los codos apoyados sobre las rodillas y las manos entrelazadas..El cansancio marcaba sus ojos, pero se movía. Lo había prometido: no se iría hasta que Adrian estuviera completamente curado.

Había contratado a los mejores médicos, psiquiatras, terapeutas y especialistas en trauma. Nada era demasiado costoso cuando se trataba de la familia de Orfeo..Y aunque el proceso fue largo y doloroso, los resultados empezaban a verse.

La reconstrucción

La doctora Ingrid Holler, una mujer de mirada amable y voz firme, entró en la habitación con una carpeta en la mano.

—Está progresando más rápido de lo que esperábamos —informó—. Sus recuerdos regresan de forma natural, sin angustia ni confusión.
Álex asintió, sin poder disimular el alivio.

—¿Y su mente? ¿Está estable?

—Completamente —respondió la doctora con una sonrisa— Ya no hay rastros de disociación ni de estrés postraumático severo.

Se acercó al ventanal y agregó:

—A veces los recuerdos no necesitan borrarse, sino resignificarse. Eso hizo Adrian. Aprendió a mirar su pasado sin miedo.

Álex bajó la mirada, emocionado.

—Eso fue lo que Orfeo siempre quiso para él… paz.

—Y lo ha conseguido —dijo Ingrid—. Gracias a usted.

El despertar

Horas más tarde, Adrian abrió los ojos. El sonido del reloj de pared llenaba la habitación. Al girar la cabeza, vio a Álex dormido sobre el sillón, con la cabeza recostada sobre una mano.

Una sonrisa cálida curvó sus labios. Ya no sentía el vacío que lo había atormentado durante años..Ni la voz de Lucian, ni la oscuridad de su pasado, ni la sensación de culpa que lo asfixiaba. Todo se había ido.

Con movimientos suaves, se sentó en la cama. Sus ojos, antes turbios y vacilantes, brillaban de nuevo con vida.

—Álex… —susurró, apenas audible.

El rubio despertó sobresaltado.

—¿Adrian? ¿Cómo te sientes?

El joven rió suavemente.

—Ligero. Es extraño. Como si el peso que llevaba dentro hubiera desaparecido.

Álex se levantó de inmediato, acercándose.

—Te ves bien.

—Y me siento bien —confirmó Adrian—. He recordado cosas… pero ya no duelen.

Álex frunció el ceño, curioso.

—¿Qué recordaste?

El joven miró por la ventana, pensativo.

—Recordé mi infancia… cuando Orfeo y yo jugábamos en los jardines de la mansión. Él siempre fue el fuerte, el valiente. Yo… el sensible.
Hizo una pausa.

—Recordé también la primera vez que lo vi llorar. Fue cuando papá murió. Se escondió para que nadie lo viera, pero yo lo seguí. No soportaba verlo sufrir. Desde entonces juré que lo protegería.

Su voz se quebró apenas, pero esta vez no había tristeza, solo gratitud.

—Supongo que ahora entiendo por qué vine a buscarlo, aunque mi mente lo hubiera olvidado. Siempre supe que él seguía ahí, esperándome.

Álex le sonrió.

—Y lo está.

Adrian asintió, respirando profundo.

—Quiero verlo, Álex. Quiero volver a casa.

El regreso

Dos semanas después, la clínica quedó atrás. El sol invernal brillaba alto cuando Adrian salió por las puertas principales acompañado de Álex..El aire frío le golpeó el rostro, pero no lo sintió como un enemigo: era libertad. En la entrada los esperaba un vehículo negro con chofer. Álex le ofreció el abrigo.

—Bienvenido al mundo real otra vez.

Adrian sonrió, ajustándose la bufanda.

—Gracias, Álex. No solo por salvarme, sino por no rendirte conmigo.

Durante el viaje, hablaron poco. El paisaje nevado corría por la ventana como una pintura viva, y Adrian se quedó absorto en sus pensamientos..De pronto, giró hacia Álex.

—He estado pensando… quiero trabajar contigo.

—¿En la compañía?

—Sí. No quiero seguir viviendo de la fortuna de mi familia ni del apellido Orlov. Quiero hacer algo que tenga sentido.

Álex lo miró con una mezcla de sorpresa y orgullo.

—Entonces trabajaremos juntos. Pero a tu ritmo, ¿sí?
—Trato hecho —respondió Adrian con una sonrisa.

La nueva vida

La mansión Valcourt estaba radiante. Los salones, que alguna vez habían sido escenario de conflictos, ahora se llenaban de risas. Kai correteaba por los pasillos con un perro blanco, mientras Álex lo observaba desde la galería. La luz del atardecer teñía de oro los ventanales..Adrian, apoyado en el marco de la puerta, se acercó.

—Nunca imaginé encontrar paz en un lugar así.

—La paz no está en los muros —dijo Álex, sin dejar de mirar a su hijo—. Está en quienes los habitan.

Ambos guardaron silencio un momento. Adrian observó el horizonte a través de los ventanales mientras el sol del atardecer teñía la nieve de tonos dorados. El silencio era cálido, casi cómodo. Hasta que, sin apartar la vista del paisaje, preguntó en voz baja:

—¿Has tenido noticias de Orfeo?

Álex sonrió apenas, con la esperanza ingenua de que su respuesta iluminara el rostro del joven.

—Sí, está más cerca de lo que imaginas. Pronto volverá —dijo, sin sospechar lo que vendría.

Adrian asintió despacio, pero no hubo brillo en su mirada. Solo una calma extraña, resignada.

—Entiendo.

El silencio se extendió, pesado..Finalmente, giró hacia Álex. Sus ojos, antes vulnerables, ahora eran firmes, lúcidos.

—Pero ¿sabes algo? Ya no siento nada al pensar en él.




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