El Amargo Secreto

Nuevos Comienzos

La mañana amaneció con un cielo limpio, sin una sola nube. El viento, suave y tibio, traía aromas de flores tempranas desde los jardines del valle. Era un día perfecto para partir, pensó Adrian, observando cómo el equipaje era cargado en el automóvil negro que lo llevaría al aeropuerto.

Frente a la mansión, Álex lo esperaba de pie, con las manos en los bolsillos del abrigo. Su expresión era una mezcla de orgullo y tristeza. Aquella despedida era inevitable, pero dolía como si arrancara una parte de sí mismo.

—¿Estás seguro de esto? —preguntó Álex con voz baja, tratando de mantener la compostura.

Adrian sonrió con serenidad.

—Más que nunca. Ya pasé demasiado tiempo viviendo a la sombra de otros. Ahora quiero descubrir quién soy realmente..Hizo una pausa, respirando profundo.

—Necesito empezar de nuevo, en un lugar donde nadie me mire con lástima o con recuerdos del pasado.

Álex asintió lentamente.

—Lo entiendo… solo prométeme una cosa.

—¿Cuál?

—Que vas a ser feliz —dijo Álex, y su voz tembló apenas— Que vas a permitirte ser amado como mereces.

Adrian le tomó las manos, con un brillo cálido en los ojos.

—Lo intentaré, hermano —susurró— Buscaré a alguien que me mire como tú miras a Orfeo con esa mezcla de fe y locura.

Rieron suavemente los dos, intentando ocultar la emoción. El chofer se acercó con discreción.

—Señor Orlov, es hora.

Adrian asintió, pero no soltó las manos de Álex.

—Prometo escribirte, llamarte, visitarte cuando menos lo esperes. Eres más que un amigo para mí, Álex. Eres el hermano que la vida me dio cuando el destino me quitó todo lo demás.

Álex lo abrazó con fuerza.

—Y tú el que me devolvió la esperanza.

El joven se separó lentamente, subió al coche y bajó la ventanilla.

—No digas adiós —pidió—. Solo di “hasta pronto”.

—Hasta pronto, Adrian.

El coche se alejó por el camino de piedra, y la figura de Adrian se fue perdiendo entre los árboles dorados del otoño. Álex permaneció inmóvil hasta que el automóvil desapareció de su vista. El silencio que quedó fue profundo, pero no triste. Era el silencio de las cosas bien hechas, de los ciclos que se cierran con amor.

El regreso

Tres días después, el amanecer trajo un cielo teñido de rosa y oro. Álex, aún medio dormido, bajó las escaleras con una taza de café en la mano. El sonido del timbre rompió la quietud de la mañana. Frunció el ceño, sorprendido. A esa hora nadie solía visitarlo. Abrió la puerta y el mundo se detuvo.

Frente a él, cubierto por un abrigo oscuro, con el cabello revuelto por el viento y los ojos cargados de emociones, estaba Orfeo. A su lado, un niño rubio de mirada azul sostenía una pequeña maleta entre sus manos: Kai.

—Hola, Álex… —murmuró Orfeo, la voz temblorosa.

Por un instante, ninguno de los dos habló. Solo se miraron, y el pasado entero desfiló entre ellos: la distancia, el dolor, los errores, las lágrimas, los silencios y el amor que seguía vivo, intacto, como una llama eterna. Álex sintió que el corazón le golpeaba el pecho.

—Volviste… —dijo apenas, como si temiera que fuese un sueño.

Orfeo dio un paso adelante.

—No podía quedarme lejos. Lo intenté, Álex, pero fue inútil. Todo lo que soy… todo lo que tengo… solo tiene sentido si estás tú.

Las lágrimas comenzaron a caer sin que ninguno intentara detenerlas. Kai, sin comprender del todo, corrió hacia Álex y lo abrazó con fuerza.

—¡Papá Álex! —exclamó con una sonrisa— ¡Te extrañé tanto!

El rubio se arrodilló, abrazando al pequeño con ternura.

—Yo también los extrañé, mi sol…

Cuando volvió a mirar a Orfeo, sus ojos estaban llenos de un amor que el tiempo no había logrado borrar. Orfeo dio el último paso que los separaba y lo abrazó con fuerza, como si temiera perderlo otra vez.

—Perdóname —susurró contra su cuello—. Por todo. Por haberte dejado, por mis celos, por mi orgullo.

Álex lo sostuvo del rostro y negó con suavidad.

—Ya no hay nada que perdonar. Lo que importa es que volviste.

Los labios de ambos se encontraron en un beso lento, profundo, lleno de emoción contenida. Era el reencuentro de dos almas que se habían buscado incluso en los lugares donde no existía esperanza.

El hogar renacido

Esa noche, la mansión volvió a llenarse de vida. Kai reía en el jardín, mientras Álex y Orfeo caminaban de la mano bajo el cielo estrellado. No hablaban mucho. No lo necesitaban. Orfeo se detuvo y lo miró a los ojos.

—¿Sabes? Pensé que lo había perdido todo. Pero al verte aquí, entendí que lo único que necesitaba era esto… tú, Kai, y la paz de este lugar.

Álex apoyó su cabeza en su hombro.

—Entonces no lo arruinemos más. Empecemos de nuevo. Sin culpas. Sin pasado. Solo tú y yo.

Orfeo sonrió, besándole la frente.

—Solo tú y yo —repitió, con la voz cargada de emoción.

El viento nocturno movió las hojas de los árboles, como si el universo entero celebrara su promesa. Y en la distancia, mientras el invierno se retiraba y la primavera despuntaba en el horizonte, la vida volvía a empezar para todos.




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