Una tarde, mientras el sol se ocultaba lentamente, Álex y Orfeo descansaban en la terraza, observando a Kai, que jugaba en el jardín con un balón. El niño corría con una energía inagotable, su risa resonaba entre los rosales, y de tanto en tanto miraba hacia ellos para asegurarse de que lo veían.
—Tiene tu espíritu —dijo Álex, sonriendo con ternura— Inquieto, audaz, pero lleno de luz.
Orfeo asintió distraído, con una copa de vino en la mano.
—Sí, y también tu corazón. No hay niño más dulce que Kai.
El silencio que siguió fue cómodo, pero Álex sabía que debía hablar. Hacía semanas que algo le rondaba en la cabeza. Tomó aire y, con cuidado, soltó la pregunta:
—¿Has pensado en Adrián?
El nombre cayó como una piedra en el agua, rompiendo la calma del ambiente. Orfeo giró lentamente hacia él, arqueando una ceja.
—¿Mi hermano?
Álex asintió.
—Sí. Supe que se fue al extranjero, comenzó una nueva vida. Está bien… feliz, incluso.
Hizo una pausa, observando la reacción del otro.
—Pensé que querrías saberlo.
Orfeo soltó un suspiro corto y desvió la mirada hacia el horizonte.
—No lo conozco, Álex —dijo con frialdad— No puedo sentir nada por alguien que no forma parte de mi vida.
Álex lo miró, sorprendido por el tono distante.
—Pero es tu hermano.
—Por sangre, quizás —respondió Orfeo con una sonrisa amarga—. Pero eso no significa que exista un lazo real — Bebió un sorbo de vino y añadió— No compartimos infancia, ni recuerdos, ni afecto. Y después de todo lo que ocurrió, dudo que quiera tener algo que ver conmigo.
Álex guardó silencio unos segundos antes de responder con suavidad:
—Te equivocas. Adrián te quiere, Orfeo. Quizás no como antes, pero te respeta. Me habló de ti con tristeza, no con rencor.
Bajó la voz.
—Es una buena persona. Merece al menos que lo recuerdes.
Orfeo dejó la copa sobre la mesa con un leve golpe seco.
—No necesito recordar a alguien que eligió marcharse sin siquiera intentar conocerme.
Miró a Álex con expresión seria.
—Él tiene su vida, y yo la mía. Y sinceramente, prefiero dejar las cosas así.
Las palabras fueron como una cuchilla en el aire. Álex bajó la mirada, dolido, pero no insistió. Conocía demasiado bien ese tono en la voz de Orfeo: cuando hablaba así, nada podía hacerlo cambiar. El rubio desvió la vista hacia el jardín, donde Kai seguía jugando, ajeno a todo. El niño tropezó con una pelota, cayó sentado en la hierba y, en lugar de llorar, comenzó a reír a carcajadas.
—¡Papá! —gritó entre risas— ¡Mira, la pelota me ganó otra vez!
Álex sonrió con ternura.
—Eres todo un guerrero, Kai. ¡Ni una caída te detiene!
El pequeño se levantó y corrió hacia ellos, con la camiseta manchada de pasto y una flor en la mano.
—Mira, papi Álex, para ti —dijo extendiéndole una margarita— ¡Porque siempre me das besos cuando me caigo!
Orfeo rió, el hielo de su mirada derritiéndose un poco.
—Y para mí, ¿no hay flor? —preguntó fingiendo celos.
Kai lo miró, pensativo. Luego arrancó otra del jardín y se la entregó con solemnidad.
—Toma, papi Orfeo. Pero no te la comas, ¿sí?
Álex no pudo contener la risa.
—¿Quién crees que se comería una flor?
Kai se encogió de hombros, inocente.
—Bueno… una vez vi a papi Orfeo morder un pétalo cuando cocinabas, y lo escupió.
Orfeo se echó a reír.
—Era albahaca, pequeño traidor, no una flor.
El niño los miró divertido.
—¡Yo igual lo vi!
La tarde se llenó de risas. El aire, de perfume a lavanda y pan recién hecho. Por un momento, todo lo demás desapareció: los recuerdos, los nombres, los fantasmas. Solo existían ellos tres, y la paz de saberse juntos.
Álex, aún sonriendo, echó una mirada al cielo y pensó en Adrián. Quizás, algún día, los caminos volverían a cruzarse. Pero por ahora, eligió no hablar más del tema. El corazón de Orfeo aún no estaba listo para perdonar ni para reconocer lo que había perdido. Apretó suavemente la mano de su esposo y susurró:
—Lo importante es que estamos aquí. Los tres. Eso basta.
Orfeo lo miró y, sin decir palabra, asintió. Kai, mientras tanto, giraba entre las flores, riendo, libre, con el brillo dorado del sol reflejándose en su cabello. Y Álex comprendió que, al fin, la verdadera paz no estaba en olvidar, sino en saber qué cosas merecían quedarse.
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Editado: 30.10.2025