«Hay un colibrí,
Que vuela entre praderas,
Hay un colibrí,
Que bebe de las amapolas…»
Me molesta mi nariz, mis músculos están hinchados, los moretones en mis pómulos, en mis costillas, las hojas del bosque alrededor de mi cuerpo, mis dedos apenas pueden moverse, y están amoratados pero…
No están rotos…
Mi camisa del colegio ahora está adornada con pequeñas manchas de sangre, manchas que fueron convocadas en cada golpe, cada insulto, manchas que ahora están secas, que apestan. Hay dolor y las hojas que caen de los árboles del bosque poco a poco están enterrándome. Mis ojos arden tanto que apenas puedo abrirlos ante los rayos del sol que se convierten en pequeñas flechas de luz que se entierran en mi iris. No estoy vivo, mi alma está separándose de mi cuerpo.
El dolor.
La tristeza.
La desolación.
Temo morir y que me olviden.
Temo dejar sola a mi hermana.
Temo desaparecer como lo hicieron mis padres.
Es la razón por la que me levantó.
Silencio,
Y mi corazón tiembla al verla.
«Ojos grises, pelo plateado, piel de ceniza.»
Pone sus manos cerca de mi mejilla y empieza acariciar mi rostro. Pasa su dedo cerca de mi labio superior y lo levanta un poco…
«Quiero correr… Quiero correr...»
Una gota de sangre cae de mi nariz manchándole el dedo de sangre.
«Pupilas negras, no tiene ojos.»
Ve con atención la gota y después la prueba. Me quedo sin aliento. Su lengua empieza a alagarse, y se lleva hasta el último rastro de sangre.
¡Eduardo, Eduardo…!
Creo oír la voz de mi Tía.
¡Aquí estoy!
De pronto volteó de nuevo y solo el bosque queda. Trato de correr para saber que le ha pasado, pero algo en mi cuerpo me detiene.
«Por favor no lo hagas…»
¡Aquí esta señora!
Mi tía viene con los guardabosques y al verme se tapa la boca como tratando de atrapar su voz.
¡¿Qué te han hecho Eduardo?!
«El bosque es profundo y oscuro.
Sin consideración.
Soy Huérfano.
Mi alma se está separando de mi cuerpo.»