Alexander Gil.
¿Alguna vez has sentido como todo tu mundo se viene encima? Yo sí, no sabía qué hacer, como controlarme o que pregunta lanzar. Yo solo estaba viendo como los muros de aquel mundo tan — casi — perfecto se venían abajo.
Aquel nudo en la garganta se formó, mis ojos se nublaron por las lágrimas que trataba de retener y las manos me sudaban.
Esto no podía estar pasando. No a ella.
Tenía bastantes preguntas que hacer, tenía que hacer algo por ella, tenía que ser fuerte, tenía que ayudarla, tenía que estar con ella, apoyarla en lo que fuera y tratar que ella fuera fuerte, más de lo que ya era.
Una semana, una semana había pasado en donde no sabía nada de ella, una semana en donde las llamadas que hacía me mandaban a buzón de voz, una semana en donde la esperé en la escuela y poder hablar con ella. Nadie sabía nada de ella, eso fue lo que me había dicho Iker, solamente Emilio y Carmen sabían de su paradero.
"Ella necesita tiempo, Alexander. De seguro está en Estados Unidos visitando la tumba de su madre, necesita asimilar todo lo que ya sabemos que se viene, no será fácil." Esas habían sido las palabras de Iker, mientras nos encontrábamos en el porche de mi casa, él fumando un cigarrillo y yo sosteniendo el libro que le había regalado a Sofía.
Sabía que no sería fácil, pero estaba dispuesto a dar todo por ella.
Sentado en el porche, junto con Noa e Izan, tomando una taza de café y viendo caer las hojas de los árboles junto con el atardecer, era triste, demasiado diría yo. Era como si todo el mundo supiera todo lo que estaba por venir, por qué yo, hasta cierto punto, sabía todo lo que estaba por venir.
Era como una avalancha de nieve, y para mí, ya era demasiado tarde para salir de ahí a salvo. Moriría, estaba seguro de ello.
Izan a lado mío suspira dándole un sorbo al café que mi madre nos preparó. Se supone que pasaría la tarde solo en casa, quizás leyendo los libros que Sofía me había prestado antes de irse o escuchando Amanda de Boston en su honor. Pero al final, ellos habían decidido cancelar la salida con los chicos y quedarse en la casa conmigo, viendo un atardecer y tratando de darme ánimos.
— ¿Estás seguro de todo esto, Alexander? — pregunta Noa a lado mío, rodeándome con uno de sus brazos por mis hombros y acercándome a ella—, sé que eres fuerte, pero todo esto es demasiado para ti. Nunca te has presentado a estas situaciones.
— No puedo darle la espalda ahora mismo, Noa, ella me necesita.
— No es qué le des la espalda, Alex, es qué tú nunca te has presentado a estos casos, es algo fuerte, debes ser fuerte— habla Izan, con seriedad y con el ceño fruncido.
— Quiero hacerlo por ella, por nosotros.
— ¿La quieres? — cuestiona Noa, en un susurro. Hago una mueca.
Aun no sabía que era lo que realmente sentía por ella, pero sabía que empezaba a sentir algo, no sabía exactamente que era, pero era algo. No sabía si todo cambió después de lo que mi madre me había dicho, no sabía si era preocupación por ella, no sabía... realmente no sabía que era. Pero estaba seguro de que era algo.
Suelto un suspiro y rasco la parte trasera de mi oreja. Izan y Noa esperaban mi respuesta.
— Sinceramente no sé ni siquiera lo que siento por ella, pero sé que hay algo...
— ¿Amor? — susurra Noa.
— ¿Cariño? — Izan le da un sorbo a su café. Niego con la cabeza.
— Admiración — concluyo.
— ¿Admiración? — dijeron Noa e Izan al mismo tiempo.
— Si, la admiro porque... es grandiosa, es fuerte, es linda, pero, sobre todo, es ella, no trata de caerle bien al mundo, al contrario, le vale lo que piensen de ella, ella, ella es única, ¿me entienden? — los observo a ambos, Izan asiente con la cabeza y Noa hace una mueca.
— ¿Entonces no la amas? — había un poco de decepción en el tono de su voz, su rostro se veía triste como si esperará otra respuesta muy diferente a la mía. Juego con mis dedos y hago una mueca. Noa tenía su mirada clavada en mí, esperando una respuesta, e Izan solo dio palmadas en mi espalda, en forma de apoyo. Suspiro antes de hablar:
— No la puedo amar aun, porque yo aún amo a Alicia, no puedo querer a dos personas al mismo tiempo, Noa. No quiero darle migajas a Sofía, ella se merece muchas cosas, ella se merece todo el puto mundo y yo se lo quiero dar.
— ¿Te estás dando cuenta que en cualquier momento ella...?
— ¡No! ¡no, Noa! ¡ella va a salir bien! ¡ella se quedará conmigo! — la interrumpo.
— ¡Eso, ni tú, ni yo, ni los malditos doctores lo sabemos! — me señala, mientras se pone de pie, yo hago lo mismo, Izan solo se queda en el suelo, con la mirada en el peldaño—. ¡El tiempo es una maldita arma de doble filo, Alexander, ¡o te ayuda a sanar o te destruye más! Más te vale escoger la correcta.
— Ya no soy un maldito crio.
— No, no lo eres, ¡pero actúas como uno! — espeta—, reconoce lo que realmente sientes por ella y ordena tus malditas emociones.
— ¡Pues no siento nada por ella! — ella da un paso hacia atrás y de inmediato me arrepiento.
— Pues aléjate de ella, no te quiero cerca de ella.
— Noa, yo...
— Solo aléjate de ella.
Ella da media vuelta y entra a la casa, Izan pasa a lado mío, suspira y niega con la cabeza.
— No sé lo que realmente sientes por ella, pero de lo que sí sé, es que los hechos dicen más que las palabras, pero las palabras quedan marcadas en el corazón, Alexander. Y sí realmente sientes algo por ella debes de apoyarla en todo este camino, no es fácil, pero si es muy doloroso, se fuerte, ¿podrás?
— Noa ha dicho...
— Que Noa se vaya a la mierda, tú eres el que está sintiendo algo, no ella, es así deja a lado las críticas de Noa, ¿podrás?
— Todo por ella— aseguro.
— Sé fuerte, Alexander.
Asiento con la cabeza y dejo que se vaya, paso mis manos por mi cara y suspiro con frustración.