Sofía Sanz.
Tres de la mañana marca el reloj que tengo en la mesa de noche, no he podido dormir en las últimas dos semanas y esto de dar vueltas por la cama ya se ha vuelto una costumbre de todas las noches.
La luz de la calle ilumina un poco la habitación. Afuera se escucha como un coche se detiene, pero no le pongo mucha atención.
Vuelvo a girar en la cama y estiro la mano para poder alcanzar mi teléfono que se encuentra en la mesita de noche, tomo mis auriculares y los coloco en mis odios y luego coloco música, cierro los ojos mientras dejo de Coldplay me relaje.
Fix you es la canción que suena y tarareo la letra de la canción, tratando de cantar como él, tratando de llevar el ritmo correcto. Unos golpes en la ventana se escuchan, pero yo sigo cantando.
Trago grueso cuando el recuerdo de Jack, el mejor amigo de mamá viene a mi mente, pues fue él quien me dijo todo lo que tenía que saber de mi madre, fue él quien estuvo los primeros diez años de mi vida, fue él quien me contó todo y fue él quien me entregó el collar y el video que mi madre me había dejado.
Jack había sido la mejor persona conmigo, Jack había sido mi mejor amigo, mi padre y mi hermano, él fue todo.
Una llamada entrante interrumpe la música. Bufo. Tallo con el dorso de mi mano mis ojos, limpiando las pocas lagrima que se me han acumulado y contesto:
— ¿Hola? — ni siquiera sé quién es.
— Mierda, Sofi, te he estado aventando piedras desde hace diez minutos, ven a abrirme— sé quién es, pero no creo que sea buena idea bajar y abrirle la puerta.
— No— contesto con una sonrisa.
— ¿No? — la incredulidad está presente en su voz—, mierda, Sofí, te estoy diciendo que me estoy congelando.
— Y te he escuchado, pero no pienso bajar para abrirte la puerta.
Hace una pausa, se queda en silencio y escucho como suspira.
— Bien, supongo que me quedaré con tus libros.
¡Oh, no, los libros no!
Aviento el teléfono y me pongo de pie rápidamente, el suelo está frio y estoy descalza, por lo cual, voy maldiciendo a Alexander por hacerme bajar, de puntitas paso por la habitación de Alicia, por la habitación de Carmen y de mi papá, pero justo cuando estoy por pasar en la habitación de Iker está se abre y de ella sale Noa.
Paro en seco. Ella abre demás sus ojos y me escanea, muerde su labio inferior con fuerza. Iker aparece detrás de ella y sé que no ha venido a leer la biblia o a rezar.
— Oh, Sofi, ¿A dónde vas? — pregunta con total tranquilidad y tengo que parpadear para dejar de observa a Noa.
— Iba por un vaso de agua— contesto.
— ¿O ibas a abrirle a Alexander? — Noa tose, Iker suelta una pequeña risa y yo solo lo observo con sorpresa—. Sé que ha venido, es así, corre, que hace mucho frio allá fuera.
No digo nada, solo doy media vuelta y camino hasta llegar a las escaleras, bajo y abro la puerta. Alexander está en la puerta tiritando y con los brazos cruzados en el pecho, trae una mochila muy gorda colgada en su hombro derecho.
Lo observo y él me observa a mí, está molesto porque me he tardado, lo sé.
— Pasa— le indico y él no duda en hacerme caso.
— ¿Acaso te gusta ver sufrir a la gente? — se frota las manos.
— Cuando se trata de ti, si— me rio un poco y él solo rueda los ojos—, Noa está aquí— le indico, él hace una mueca y se encoge de hombros.
— Que Izan no se entere, porque es capaz de matarla.
— ¿Has venido caminando? — muevo un poco mi cabeza. Alexander rasca su cabeza y sonríe—, es un poco tarde.
— Izan me ha traído en la camioneta— le resta importancia.
— ¿A las tres de la mañana?
— ¡No podía dormir! Y tú tampoco, al parecer.
Doy la media vuelta y camino hacia las escaleras, él me sigue por detrás. Pasamos de puntitas por la habitación de Carmen y de papá y de Alicia, Izan junto con Noa ya no están afuera, solo se refleja la pequeña luz que sale de su habitación.
Alexander cierra la puerta detrás de él cuando llegamos a mi habitación, deja la mochila en la cama, se despeina con las manos el cabello y suspira.
Me meto de nuevo en la cama y coloco el cobertor hasta que me tapa por completo mi cuerpo, él no tarda mucho en quitarse los tenis que trae puestos y acostarse a lado mío, pero sin taparse.
Me quita el cobertor y acomoda algunos mechones de mi cabello, acaricia mi mejilla y por inercia cierro los ojos, deleitándome con su toque suave y delicado, como si fuera de porcelana que en cualquier momento se puede romper. Y es así como me siento, siento que en cualquier momento voy a caer y no habrá nadie que me amortigüe la caída.
Sé que lo sabe por qué tiene esa mirada de lastima, la misma que puso su mamá cuando me dio la noticia, la misma que puso Iker cuando se enteró, la misma que puso mi padre cuando se lo dijeron, la misma mirada que han puesto todos.
— Deja de hacer eso— reprendo, me doy la vuelta, dándole la espalda, él bufa y se acuesta por completo, abrazándome por detrás.
— ¿Hacer el qué?
— El mirarme como lo han hecho los demás.
— Es algo difícil de asimilar, Sofía.
— Sí, pero no hagas eso.
— Bien— se queda callado por un momento, masajea mi cabeza con su mano y me acurruca a su lado, pasa una pierna por mi estómago y chasquea la lengua—. Quiero hacerme un tatuaje.
— ¿Enserio, Alexander? — acaricio con las yemas de mis dedos su pierna cubierta por la tela de la ropa.
— Si, ya le pedí permiso a mi madre, ella me llevará. Es solo que...— se queda callado.
— ¿Qué? —lo animo a hablar, pero solo se queda callado—, vamos, Alexander, dime.
— Le tengo miedo a las agujas— murmura. Quiero reír, pero él más rápido y cubre mi boca con su mano—, mierda, nos van a descubrir, Sofía. Cállate.
Solo sonrío. Me quito su mano y me siento en la cama, Alexander me observa y enarca una ceja.