Alexander Gil.
El regreso a casa no fue tan desastroso como el de ida. ¿A quién quiero engañar? Claro que fue desastroso, incluso más desastroso que el anterior. Grité, lloré e incluso, casi me meo. Por otro lado, Sofí solo se reía de mí. Esto era vergonzoso. Bastante diría yo.
Por suerte, para mí, ya estábamos a salvo en España, en mi país. Mamá no venía con nosotros, venía con Emilio en otra camioneta, el que si venía con nosotros era Iker y se burlaba de mi miedo por lo aviones y por las alturas. Sería la burla de Lewis y de Hugo en los próximos tres años de mi aburrida vida si Iker les contaba lo sucedido.
Suspiro.
Observo hacia mi lado izquierdo, en donde se encontraba Sofía con los auriculares puestos y con el ordenador de su padre en las piernas, estaba escribiendo. Por lo que había entendido, ya estaba en la recta final de su libro.
Estaba orgulloso de ella.
— Sofí...— trato de hablar con ella, pero Iker me toma del brazo, lo observo con molestia y él observa a su hermana.
— No la molestes cuando escribe, le quitas inspiración— me advierte. Él aprieta un poco más el agarre, haciendo que sus dedos se marquen en mi piel. Mi piel es muy sensible, al igual que yo. Tal para cual.
— Me estas lastimando, aborto de elefante— hago una mueca, él aprieta aún más—. ¡IKER! ¡Me está doliendo, idiota!
— Qué bueno, para eso lo hago.
El chofer, Martín, solo niega con la cabeza mientras sigue conduciendo.
— ¿No harás nada, Martín? —él observa a Iker y niega con la cabeza.
— Lo siento mucho, señor Gil— sigue conduciendo con la mirada al frente.
Sofía se quita los auriculares de la mala manera, haciendo que su hermano y yo la observemos con miedo, tiene el ceño levemente fruncido, observa la mano de su hermano y mi piel completamente roja.
— Iker, — advierte— suéltalo.
— Pero...
— Pero nada, solo suéltalo— él hace caso y yo masajeo mi mano adolorida y roja, sus dedos están marcados en ella— y tú, —me señala— cuando esté escribiendo, no me hables, no me interrumpas.
— A sus órdenes, majestad.
Nadie vuelve a decir algo o a comentar algo, Sofía, durante todo el camino, solo se dedica a escribir y a tararear alguna letra de una canción que ella este escuchando. Despedirse de Cristine y de su hija — no recuerdo el nombre—, fue lo más difícil que la he visto hacer. Ellas lloraban, lloraban mares completos.
Martin estaciona el coche delante de la casa de los Sanz, Alicia, junto con Hugo y Lewis esperan afueran, cuando Hugo me ve, corre inmediatamente hacia mí y me abraza, alzándome.
— Oh, carbón, te he extrañado mucho— me suelta, dejándome en el suelo.
— Hugo, a mí todo mundo me extraña.
Él suelta una pequeña risa, camina hacia Sofía y la abraza. Ellos intercambian un par de palabras y caminan hacia el interior de la casa, Lewis solo me da una palmadita en la espalda y entra junto con Hugo y Sofía. Alicia me observa, expectante, yo solo alzo las cejas, esperando que hable.
Ella tartamudea y coloca sus manos detrás de su espalda. Está nerviosa y no quiere que la observe moviendo sus dedos con desespero.
— Supongo...que no hay un nosotros— tartamudea. Eso me pilla con sorpresa.
— ¿Alguna vez ha habido un: "nosotros", Alicia?— ella vacila. Suspiro— mira, si, si hubo un nosotros, pero... no sé cómo explicarlo, pero no, no hay un nosotros, ahora. Lo hubo.
— ¿Estas saliendo con ella? —demasiado directa para mi gusto. Meto las manos en mis bolsillos delanteros del bolso.
— No, no estamos saliendo.
— ¿Por qué no?
— Por qué... ¿a ti que te interesa? — ella ríe, ha conseguido su objetivo. Ha estado jugando todo este tiempo.
— ¿Si se marchará a Francia? —hace una mueca y observa hacia el interior de la casa. Yo hago lo mismo.
— Ha venido a despedirse, se irá a Francia, con su tía...
— Con la tía Marie— ella completa la frase por mí—, es una buena mujer, pero dudo que tenga paciencia con ella, ambas chocan demasiado, aunque... creo que Sofí no se quedará en su casa— frunzo mi ceño, por eso último.
— ¿Cómo que no vivirá con tu tía? — ella suspira.
— No, Alexander, Sofía no se quedará en casa con la tía Marie, Sofía se irá directo al centro de ayuda. La tía Marie solo estará para lo básico.
Quiero replicar, pero aparece Carmen con cara de preocupada, haciendo que me alarme.
— Necesito que vengas, ahora— me señala.
— ¿Yo? — me señalo.
— Es Sofía...
Y como si me hubieran metido un cohete en el trasero, corro hacia donde ella se encuentra. Atropellando en el camino a todos los que se encuentran en mi camino.
Llego en donde esta ella, sentada delante de un enorme espejo, negando con la cabeza. Coloco una mano encima de su hombro derecho, para tratar de calmarla, lo cual parece resultar. Ella suspira, aliviada.
— Alexander, dile que no quiero...
— ¿No quieres qué?
— ¡Que me corten el cabello!
Observo a Carmen y ella me indica que me acerque. Lo hago.
— Las quimioterapias le empezaran a quitar el cabello, ella ama su cabello, será más difícil para ella si no lo hacemos ahora.
Asiento con la cabeza.
Mierda, esto era más complicado de lo que pensé.
Vuelvo a caminar hacia donde está ella, colocándome a lado de ella y sentándome a su lado, ambos nos observamos mediante el espejo, yo sonrío y ella solo frunce más su ceño, confusa. Tomo la máquina para cortar el cabello, la aprendo, haciendo que ella abra los ojos de más. Empiezo a cortarme el cabello, haciendo que los mechones de este empiecen a caerse en el suelo. Trata de detenerme, pero no se lo permito.
— ¡¿Qué haces, Alexander?!— ahoga un grito. La observo y sonrío.
— Te dije que ganaríamos esta pelea juntos, no te dejaré sola hacer esto. A parte, necesitaba ya cortarme el cabello— sonrío, para tranquilizarla, pero ella pone una mueca de horror. No le ha parecido.