¿ El Amor Apesta?

18 | Desespero.

Alexander Gil.

Navidad. Si esa festividad en donde toda la familia se reúne, en donde se come de todo, en donde te das cuenta de que has llegado, afortunada o lamentablemente, a otro año de vida. Para muchos lo mejor, para mí, la peor festividad que podía existir en todo el año.

Empecé a odiar esta festividad el día que el abuelo falleció un veinticuatro de diciembre. Me sentí jodido conmigo mismo, llegué hasta cierto punto en donde yo mismo me sentía culpable de su muerte, hasta que tuve que ver a una psicóloga, la señorita Thompson, una mujer de unos veintidós o veinticinco años de edad.

Justo hoy, veinticinco de diciembre, estaba en frente de ella, después de casi tres meses sin ir a alguna de sus consultas. Ella me observaba con el ceño fruncido. ¿Estaba mal volver a retomar las consultas? Yo creo que no. Le sonrío mostrando los dientes.

La verdad, es que no tenía cita para ese día, pero ella tenía la hora libre. Se la había arruinado. Ups.

— Alexander— murmura, un poco impactada mientras alejaba su sándwich de su boca, lo acomoda y se endereza en su lugar.

— Eh... hola— rasco la parte trasera de mi oreja, un poco incómodo, tenía que haber avisado, por lo menos—, yo...yo... no sé qué decir. Usted sabe cómo soy yo, sabe que las palabras no se me dan y todas esas cosas— asiente—, solo es qué, no he estado bien en estos últimos días. Dudo haber estado bien— murmuré lo último.

— Siéntate— indica, señalando el asiento que tenía a un lado—, en primera, me sorprende y me alegra tenerte de nuevo aquí— dice una vez que ya estoy en el asiento.

— De hecho, no pensaba volver— murmuro, algo apenado.

— ¿Por qué?

— Pensé, pensé que podía arreglarme yo solo. Pensé que podía encontrarme a mí mismo, solo, sin ayuda.

Ella asiente.

— Alexander, tienes que entender que no siempre uno solo puede, a veces necesitamos un empujón...

— Lo sé, pero...

— ¿Pero?

— No sé qué hacer...— suspiro.

— Referente a...

— Sofía.

— ¿Quién es Sofía? — bueno... no sería una tranquila tarde, eso sí era claro.

— Bueno...— empiezo contando cada cosa que había pasado en estos sietes últimos meses, que para mí se habían hecho como tres años.

Ella anotaba todo lo que le decía, asentía con la cabeza y una que otra ocasión comentaba algo. Lo típico.

¿Sabes? A nadie, absolutamente a nadie, le había contado como me llegaba a sentir en ciertas ocasiones, siempre me había reservado lo mío porque siempre he creído que mis problemas son solo mis problemas no me gustaba meter a gente en mis asuntos. Siempre había sido así.

No mucha gente me ha llegado a entender, pero la doctora Thompson sí, no me juzgó ni me observó con lastima mientras le contaba el cómo me sentía.

— ...y ella, ella en este momento está preparando su maleta— concluyo.

Ella no dice nada por un largo rato, solo me observa y asiente con la cabeza.

— Ya. ¿Qué piensas hacer? —cuestiona con una ceja enarcada.

— No sé, tal vez irme a Francia con ella— ironizo—. Aunque no suena tan mala idea...

Ella se ríe. Niega con la cabeza y me señala con su bolígrafo.

— Eres menor de edad— me recuerda—, no puedes hacerlo.

— Estoy tratando de arreglar a las demás personas— murmuro, con cierta pena.

— Estas colocando a las demás personas por encima de ti— concluye. Asiento con la cabeza.

— Sí. Estoy mal, estoy roto.

— ¿Por qué haces eso, Alexander?

— Por qué creo que alguien vendrá a arreglarme a mí.

— Esperas demasiado de las demás personas, ¿te das cuenta? Sé que esto sonará muy egoísta, pero...— duda por un momento—, primero eres tú, luego eres tú y por último eres tú. Al final eres tú el que se queda solo, no tendrás a nadie a tu lado cuando tu mundo se empiece a caer, muchas personas se irán y te dejaran. No está bien depender de otra persona, ni emocionalmente, ni físicamente, puedes tú solo, porque has logrado muchas cosas tú solo, está bien pedir ayuda, pero solo hasta ahí. No depender.

Suspiro, asiento con la cabeza.

Ella sigue hablando, sigue explicando y me explica todo lo que tengo en duda., hasta que llega la pregunta que menos espero:

— ¿Has tenido ataques de ansiedad?

Muerdo mi labio inferior, nervioso, no me gusta tocar este tipo de temas, aunque fueran necesarios.

Niego con la cabeza.

— Bien, me alegro. Cuando tengas uno, puedes llamarme o hacer los ejercicios que habíamos acordado, ¿ok? — asiento con la cabeza.

Al principio pensaba que venir al psicólogo era solo para gente "loca", pero después de un tiempo, me di cuenta de que muchos necesitamos que nos escuchen, que nos den consejos u opiniones acerca de nuestras acciones. Thompson me había ayudado en todos esos aspectos.

Me había escuchado, me había visto llorar e incluso me había aconsejado con cualquier tipo de caos que podía tener en ese momento.

Cuando ella termina, me pongo de pie y camino hacia la salida, ella abre la puerta.

— Fue un gusto tenerte aquí de nuevo, Alexander— dice, con una sonrisa.

— El gusto fue el mío— le sonrío de vuelta.

— ¿Iras a ver al abuelo? — paro en seco, mientras salgo.

— Mamá quiere que vaya a verlo, dice que nunca es tarde para ir...— suspiro.

— Te recomiendo que vayas.

— Iré— salgo por completo de su oficina.

— Espero verte pronto, Alexander.

Le sonrío y me despido de ella con la mano.

Al salir del consultorio, observo como mi madre habla con el chico que está en el mostrador, el cual parece ya estar fastidiado de lo que sea que hable mi madre. Ella tiene una gran sonrisa en sus labios y sus ojos brillan, es como si todo lo que estuviera diciendo en este momento le encantará hablarlo.




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