Sofía Sanz.
Las manos me tiemblan, el nudo en la garganta lo tengo presente. Esto es un caos, un gran caos. La camioneta está destrozada, el coche de las otras personas está igual.
Izan no hace nada, solo se mantiene en la camioneta con las manos alrededor del volante, los ojos puestos en el accidente y con lágrimas. Aun no lo cree y es que yo tampoco. Hay gritos de dolor, que piden ayuda, que los salven, pero ninguna es de Alexander, parece como si él solo hubiera desaparecido.
Bajo de la camioneta y corro hacia donde está la camioneta del amor de toda mi vida.
— ¡Alexander! — mi voz sale con dolor, con angustia, pues siento que lo voy a perder.
Me pongo de cuclillas y después coloco mis manos en el pavimento. Esta de cabeza, la sangre corre por su sien, tiene varios rasguños en la cara, pero lo que más me pone nerviosa es que tiene los ojos cerrados.
— Mi amor— le hablo, mientras trato de alcanzar su mano, lo hago y la aprieto un poco, hay pulso, pero es muy débil—. ¡Izan! ¡Ayuda!
Dejo de tocar su mano para sacar el teléfono que tengo en mi bolsillo, no puedo marcar bien el número de emergencias porque las lágrimas no me lo permiten. Alguien me quita el teléfono de las manos y marca.
Izan.
Parece como si estuviera en otro mundo, pues sus ojos en ningún momento enfocan a su hermano y yo solo me enfoco en tomar su mano, como si esto me ayudará de alguna forma.
Lo entiendo a él, siempre lo entendí.
Y quise arreglarlo, así como él me arregló a mí, pero sí esa persona no da también de su parte, tú no puedes hacer nada más que ofrecerle tu ayuda y ofrecerle tu hombro para poder ayudar cada que lo necesite.
Más gente va llegando al lugar, las personas que están ahí verifican si las demás personas están bien. Pero...
— Hay una niña— el grito hace que suelte la mano de Alexander y vaya directamente hacia donde está la gente, viendo a la pequeña.
Hay una pareja y deduzco que la pequeña es su hija.
Las sirenas de las ambulancias empiezan a hacer eco por toda la carretera y una gota de esperanza me hace que suelte un suspiro. Han llegado demasiado rápido.
Las siglas de la FAMIT se hacen presente en los coches que se detienen enfrente de mí, del cual sale una mujer con cabello castaño y cuerpo de diosa, todos la observan y ella solo ignora. Da órdenes y hace que nos alejemos.
— No puedo alejarme de él— le digo. Ella me observa con ternura, pero niega con la cabeza.
Izan aparece y me toma del brazo, tratando de alejarme de todos, pero yo me muevo de aquí para allá, haciendo que él se desespere y me observe mal. No le tomo mucha importancia y corro hacia donde se encuentra Alexander.
Esquivo a todos los policías y médicos que se me atraviesan y tratan de detenerme, pero me escabullo.
— ¡Colette, atrápala! —escucho como le gritan a la chica que anteriormente me alejó.
Me pongo de cuclillas y vuelvo a tomar la mano de Alexander solo por un segundo, ya que, Colette me toma de la cintura y me carga como si fuera una pluma, como si no pesará nada.
Iker aparece en mi campo de visión con la cara de preocupado a lado de Noa, bajo de los brazos de la chica y corro hacia mi hermano, él abre sus brazos y me recibe. Me abraza y todo lo que he estado reteniendo en estos pocos momentos, lo saco con él.
Iker me abraza con fuerza y llora conmigo, Noa se une a nuestro abrazo y al igual que nosotros, llora, con descontrol, Izan aparece con sus padres a lado, el maquillaje de Mariana esta corrido y Javier trae la corbata desecha.
Emilio y Carmen aparecen, ambos con la cara preocupada.
Iker se separa y me toma de la mano para llevarme hacia donde esta nuestro padre. Paso de al lado de Mariana, quien solloza con fuerza, mientras es consolada por su esposo.
Los ojos me escocen, quiero llorar, quiero desahogarme, quiero... solo quiero que él esté bien, quiero que Alexander este aquí conmigo. Pero a veces no puedes tener todo en esta vida.
Papá me abraza y es uno de esos abrazos que cuando te los dan, lo único que quieres hacer es llorar, quieres que te den cariño y que te digan que todo lo que estás viviendo es mentira, que todo es un sueño.
— Sube a la camioneta, Sofí— ordena, una vez se separa de mí.
Observo el interior de la camioneta y me doy cuenta de que mi maleta está ahí. Bien, supongo que no es el mejor momento para irme de aquí. Yo quiero estar con Alexander. No quiero estar en Francia, no quiero estar en un centro de ayuda, no quiero estar en un lugar en el cual no estará él.
Niego con la cabeza y papá suspira.
— Vamos, Sofí, sube— me pide.
— No, papá... quiero estar con él.
— Nosotros te avisaremos de cualquier novedad, solo sube, cariño...
— ¿Tiene que ser hoy, no puede ser mañana? —pregunto, las lágrimas han empezado a rodar por mis mejillas y yo las limpio rápidamente, con rabia—, ¿por qué todo lo tienes que arruinar? —le reclamo.
— Es por tu bien— masculla.
— ¿Mi bien? — mascullo—. Mi bien sería quedarme aquí con él.
— No, no, Amanda, tu bien es subir a esa camioneta y entender que después de todo esto vas a marcar un antes y después.
— No.
— Sofí...— habla Carmen—, vamos, cari, sube.
— Carmen...
— Yo te llamaré todos los días, diciéndote el progreso de Alexander, ¿te parece?
Me quedo quieta, pensando en cual será mi próximo movimiento, observo hacia donde está la familia Gil. Iker abraza a Noa, Izan se mantiene serio, con los brazos cruzados sobre su pecho, parece como si no tuviera emociones, y después observo hacia donde esta Mariana con Javier llorando sin control.
Observo a papá y luego a Carmen, ambos esperan mi respuesta, estoy a punto de negarme, por qué no quiero ir, no quiero ir cuando sé que él está en una camilla, pero Lewis aparece, con el cabello alborotado con Dasha detrás de él, ambos traen la ropa mal puesta. Lewis me observa y observa a Carmen y a mi padre.