¿ El Amor Apesta?

23 | No te voy a extrañar.

Narrador Omnisciente.

El cielo se tornó de un color grisáceo avisando lo que la tormenta estaba a punto de hacer. Nadie le hizo caso, todos la ignoraron y siguieron con sus vidas sin imaginarse que, a Sofía, la chica de ojos verdes y grandes, y cabello rizado, le costaría muy caro.

Nadie se imaginó que aquella chica fuerte y alegre podría tomar una decisión como la que había tomado, ¿en qué mente pasaría la idea de terminar con su vida? A ella le faltaban cosas por vivir, tenía sueños y promesas que cumplir. Pero la vida o el destino tenían otros planes para ella y para él.

La tormenta cayó con todo y relámpagos, haciéndolos caer. Los hizo caer en un pozo en el cual jamás se podrá salir o tal vez sí, pero muy difícilmente. Él era el amor de su vida y ella, ella solo era un amor en su vida, algo pasajero, lamentablemente.

Se dañaron, se lastimaron y cuando se dieron cuenta de sus errores, cuando se dieron cuenta de que ambos estaban igual de rotos, ambos al mismo tiempo, era demasiado tarde para arreglar las cosas, el daño ya estaba hecho, los corazones ya estaban rotos de diferentes maneras y la tormenta ya los estaba mojando.

Sofía por fin había dejado de sufrir, por fin había dejado todos los medicamentos de lado, por fin era alguien con paz, pero ¿quién nos aseguraría eso para Alexander? Él también siente, él también llora, él también ríe y él también está luchando contra sí mismo. Él también se está buscando así mismo.

Por qué Alexander tenía sus propias batallas que ganar, tenía batallas en las cuales ganador tenía que salir.

Tres días, tres días en los cuales se mantuvo encerrado en la antigua habitación de Sofía, tres días en los que no había hablado con nadie, tres días en los cuales solo había sido lágrimas y maldiciones.

Alexander Gil, estaba cayendo en aquel pozo del cual tanto le costó salir. Alexander Gil no muchas veces lo demostró, pero estaba roto. Y cuando uno está roto, no puede arreglar a las demás personas, él lo entendió demasiado tarde.

El odio muchas veces se convierte en nuestro único amigo. Muchas veces no entendemos el por qué las personas toman las decisiones que toman y Alexander Gil no entendía el por qué Sofía Sanz había tomado la decisión que tomó.

Nadie lo entendería, solamente su padre y ella.

Acostado, con la foto que una vez se tomaron en aquel campo de girasoles y con su madre, Mariana, gritando, pataleando y golpeando la puerta que lo separaba de su hijo, Alexander Gil trataba de hacerse el fuerte. Mientras se repetía una y otra vez que no la extrañaría, que la odiaba por haber tomado aquella decisión. Él no lo sabía, pero ella sí y eso era suficiente.

— Alexander— gritaba en medio de sollozos—. Abre la puerta, mi amor.

Pero él no lo haría, ni siquiera lo pensaba, estaba tan sumido en la tristeza que se olvidó de todo.

C0n los antecedentes que su pequeño hijo tenía, ella se imaginaba lo peor. Ella pensaba que; si no abría esa puerta ahora, jamás volvería a verlo.

Izan, abajo, en la primera planta, trataba de controlar a Noa. Ella estaba destrozaba, los ojos rojos, el cabello rubio desordenado y descontrolada, no quería que nada le pasara a su hermano pequeño.

— Izan, déjame, tengo que ir con Alexander— le pedía a su hermano, pero él solo se negaba.

— Va a estar bien...

— No quiero perderlo, una vez casi se va, no quiero, no quiero— se llevó ambas manos a la cabeza y jaló de su cabello con desespero.

Izan, no muchas veces expresaba sus emociones o lo que realmente pensaba, pero le dolía todo lo que estaba pasando, le dolía el que Sofía se fuera, le dolía que su padre no estuviera a su lado, le dolía que estuviera Javier y no él.

Y mientras él trataba de calmar a su hermana, los Sanz llegaron...

Emilio sin saber muy bien que hacer, tratando de calmar el dolor de saber que su hija se había ido. Carmen corrió hacia donde se encontraba Mariana, al llegar y ver a su amiga en su estado, gritó, haciendo que los nervios de Noa aumentaran.

— ¡Llama a una ambulancia, Emilio! — el desespero era notorio en su voz.

— ¡Alexander! —gritó Noa. Iker llegó a ella, abrazándola y diciéndole a Izan que podía ir a ayudar a su madre, Izan no lo dudó en ningún momento y corrió escaleras arriba.

Todos pensaban lo peor, pero Alexander solo estaba tratando de entender el por qué, claro que no abría la puerta, solo quería estar solo, pero nadie lo dejaría.

Y la tormenta empezaba a mojar a más personas de las que uno se esperaba. De repente, el mundo de aquellas personas se tornó gris, se tornó negro y todo dejó de tener sentido. La angustia, el dolor, la tristeza y el enojo por la vida se hicieron presente, nublando su mente.

Lewis corría por la acera, tropezando con la gente que se encontraba a su paso, las lágrimas nublaban su vista y la angustia de saber que pasaba con su amigo era lo que lo hacía correr demasiado rápido. Llegando a la casa, viendo como todo se volvía oscuro, subió las escaleras más rápido de lo que esperaba.

Apartó a Mariana, la cual no dejaba de llorar y de gritarle a su hijo, para que Alexander la pudiera escuchar.

— Alexander, hermano, resiste... tienes que ser fuerte, vamos, tú puedes, abre la puerta.

Pero, al otro lado de aquella puerta, Alexander dejó que las lágrimas se hicieran presente, la culpa se hizo paso en aquel momento. Se acostó en el suelo mientras abrazaba sus piernas y dejaba que las lágrimas salieran.

— Mierda, Sofí... no tenías que irte en este momento, no ahora... no de mi lado... ¡Sofía, regresa! ¡regresa por mí! Y quisiera un día verte enfrente de mí otra vez. Mi cuarto se ve vacío si no estás tú. Recuerdo tu carita hermosa y no sé qué hacer... pero espero que después de esto te vaya a bien... ¿Dónde estás?

Alicia junto con Oliver, trataban de subir rápidamente hacia la ventana de la habitación de Sofía, y lo consiguieron, Oliver abrió con facilidad la ventana y Alicia fue la primera que entró en aquella habitación que prometió jamás volver a tocar, pero ahí estaba, tratando de salvar a Alexander,




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