Rotsi
—Bésame.
Se detiene, levantando el dedo como si se le hubiera ocurrido una genial idea. Luego sigue caminando de un lado a otro en mi habitación, como si estuviera resolviendo un acertijo súper importante.
—¿Qué? —me levanto de la cama e imito sus movimientos desde el otro lado del cuarto. Meto los dedos en mis cortos mechones de cabello rubio y los jalo. Desesperada por la situación en la que me encuentro.
Intento mirar hacia otro lado, sobre todo porque el muy descarado sigue paseándose desnudo por mi cuarto con un aire de superioridad como si fuera modelo de pasarela y no, bueno, una caquita hecha humano.
—Cuando llegué aquí dijiste que me besaste. Hazlo de nuevo.
—Al cojín —aclaro, remarcando cada palabra.
—Es exactamente lo mismo —dice abriendo los brazos como quien dice “no es obvio”—. El hecho es que solo un beso de amor verdadero me hará volver a mi estado original. Así que… bésame.
De repente, se acerca con los labios en forma de pato, y yo salgo corriendo hacia el otro extremo de la habitación.
—¡¿Qué te pasa?! —grito, esquivándolo—. Has leído demasiados cuentos de hadas —me cruzo de brazos, intentando sonar firme—. Eso no funciona así.
—¿Cómo lo sabes si ni siquiera lo hemos intentado? —me mira muy serio, como si estuviera proponiendo la solución más lógica del mundo.
—Pues sencillamente lo sé. Soy mujer —señalo esa parte de él que está expuesta.
—¿Podrías taparte con algo? A ver si así puedo pensar con claridad —digo, llevándome la mano a la frente. Él baja la mirada por primera vez y frunce el ceño.
—¿Qué es eso? —pregunta, inclinándose y tomando eso entre sus manos. Lo palpa, lo mueve de un lado a otro, con cara de ¿qué carajo es esto? —. ¿Es un grano? ¿Me ha salido un grano? ¡Por Dios, esto no me puede estar pasando!
Se acerca hacia mí con gesto preocupado, señalando su “descubrimiento”.
—Míralo, ¡espíchalo! Espíchamelo, por favor —me ruega como si fuera cuestión de vida o muerte.
—¡Aléjate de mí! ¡Eso no es un grano! —chillo, huyendo hacia el otro extremo de la habitación mientras él me persigue con insistencia.
En un intento desesperado, agarro una toalla y se la lanzo. Cae al suelo sin que la atrape.
—¿Entonces qué es? ¿Para qué sirve? ¿Qué hace? —pregunta mientras mueve las caderas, y eso se mueve con él—. Parece un brazo, pero no tiene dedos —comenta con toda la seriedad del mundo. Luego baja la vista, toca sus dos cosas, y añade con curiosidad—: También tiene algo más que le cuelga. Es arrugado, como un codo. ¿Es un codo? En Emojiland no tenemos de estos.
Sigue explorando, saltando en el mismo lugar, y suelta una carcajada al ver el movimiento de su entrepierna.
—¡Es divertido! Nunca imaginé que tener tres brazos sería tan entretenido. Además tiene un orificio. ¿Para qué sirve? ¿Qué entra por ahí?
—Nada. Absolutamente nada entra por ahí —respondo rápido, gesticulando con las manos sin atreverme a mirar—. Por ahí solo salen cosas. Y no quiero hablar de eso ahora.
—¿Cosas? ¿Qué cosas?
—¡Después te lo explicaré! —estallo, buscando en el clóset un pantalón viejo de mi ex. Cuando lo encuentro, prácticamente se lo lanzo a la cara—. Lo único que debes saber por ahora es que eso debe estar tapado. Siempre. ¿Entendido?
Atrapa el pantalón de chándal y cuando cubre su desnudez puedo por fin detallar su cuerpo. Es de hombros anchos y tiene músculos marcados por todas partes.
—Ahora pensemos— aparto la mirada de sixpack y me siento en la cama poniendo una almohada sobre mis piernas—, dices que eres poop. El emoji de la caquita convertido en humano. Okey. Lo entiendo. —intento comprender esta locura—. También dices que saliste de ese cojín. Que yo te llamé y que entraste por el… ¿vapor?
Asiente a todo lo que he dicho, sin embargo, nada de eso aclara mi mente.
—Si, por el vapor. —Camina curoseando por toda la habitación. Tomando cosas al azar para inspeccionarlas y luego dejarlas en su sitio. Por supuesto todas con el emoji de Poop—. Tomaba un baño de sauna después de un día de mucho trabajo, ya sabes, soy el emoji más utilizado y el que todos aman —empieza a explicar—. El hecho es que me sentía cansado y estreñido, así que decidí entrar al sauna, porque no hay nada más que me ablande que el calor. Entonces, el calor empezó a hacer efecto y comencé a relajarme, estaba quedándome dormido cuando ¡Pum! aparecí aquí.
—¿Apareciste aquí?
—Eh, si. De repente. Yo no hice nada. Lo juro. Tú me llamaste.
¿Yo lo llamé?
Si realmente es así como él lo dice, ¿qué pudo haber pasado para que lo llamara?
¿Los jeroglíficos?
¿La extraña tienda?
¿El teléfono averiado?
¿El cojín?
El timbre del apartamento suena y mis pensamientos se detienen en seco.
¿Quién puede ser el inoportuno ahora?
—Veré quién llama a la puerta. Por favor, por nada, nada del mundo salgas de aquí. —le advierto con el dedo en alto—. Ya encontraremos la forma de regresarte.
Salgo de la habitación mientras el timbre suena con tanta insistencia que me retumba en el cerebro.
—¡Ya va! —grito, caminando hacia la puerta con la paciencia agotada. La abro de golpe, lista para gritarle a la persona que está detrás. Pero cuando lo hago, me congelo.
Porque justo ahí, frente a mí, está mi ex.
—¡¿Qué diablo te pasa?! —es lo primero que grita cuando la puerta está completamente abierta. Entra a mi apartamento como si fuera su casa y camina de un lado a otro—. Pensé que ya lo habías superado. Dijiste que ya me habías superado.
—Y lo hice, ya te superé —respondo en un tono bajo.
—Entonces ¿por qué carajos hiciste eso? No sabes lo molesta que está Anna. Me manda a decir que si no borras esos comentarios, ella va a contar toda la verdad a tus amigos en la universidad —me apunta con el dedo como advirtiendome de algo.