El amor como un árbol de cerezo

Capítulo 2

Sakura:

Mi madre me nombró Sakura, porque mi padre amaba las flores de cerezo. Teníamos un árbol de Sakura en nuestro jardín. Ese hombre que me crió con tanto amor y dedicación junto a mi progenitora; día tras día se sentaba en la sombra del árbol a jugar conmigo.

Mi padre era japonés y conoció a mi madre en la universidad, el tiempo en que ella se fue de intercambio al país de papá.

Ahí surgió su amorío, mi padre esperó por ella y cuando por fin pudieron estar juntos, llegué yo.

Éramos una familia unida y nuestra relación era armoniosa. Cuando mi padre se enlisto en el ejército, mi mundo se vino abajo, más cuando nos dieron noticia de su muerte.

El hombre al que más amaba se había ido para nunca regresar y con él se había llevado toda alegría y todos aquellos momentos preciados que vivimos juntos.

Mamá decidió que era buena idea volver a sus raices en Estados Unidos.

De un día para otro, ella ya había hecho la compra de los boletos de avión. Decidió que nos marchariamos únicamente con nuestras cosas básicas y en ese país iniciariamos de 0.

No me resistí ante su decisión impulsiva, solo acepte los hechos y deje que todo pasara como debía ser.

Mi madre encontró un lindo vecindario, era tranquilo y la casa era pequeña, únicamente para nosotras dos.

Lo que más me encantó de ese lugar fue el árbol de cerezo que se encontraba a unas casas de la nuestra.

Una tarde que decidí salir a apreciar el árbol más de cerca, me percaté de que había una niña sentada en la sombra del tronco.

Ella me habló primero, pero en mi apreciación a ese bello árbol, no la tomé muy en serio.

Cuando decidí entablar una conversación, ella fue dura y cruel conmigo, haciéndome correr a brazos de mi madre en medio de lágrimas.

Extrañaba a papá, él nunca me hizo sentir rechazada y mamá hacia su máximo esfuerzo para hacerme sentir de la mejor manera.

Los años pasaron y Akaida nunca faltaba al árbol para leer. Era como si ambas tuviéramos una conexión especial con ese tronco. El apego que se formaba cada día era notorio.

Por muchos años insistí para ser amiga de esa chica, pero ella siempre me ignoró, hasta que me rendí.

Me aburría no tener amigos, tomaba clases particulares en casa y la única persona con la que podía crear un vínculo, me detestaba y no sabía el motivo.

El día que la confronte, por primera vez pude ver directo a sus ojos, no había brillo, estaban apagados y el vacío en ellos era abrumador. Ella sufría, sufría mucho y en silencio.

Akaida se escudaba en esas altas murallas que había construido para que nadie las pudiese atravesar, pero muy en el fondo, yo sabía que esa no era la verdadera chica de ojos azules.

Ella es una chica muy linda, tiene un precioso cabello corto, rubio, un piercing en el labio inferior y unos profundos ojos azules que te muestran el abismo del mar en su interior.

El día de hoy, nuevamente nos encontramos en el mismo lugar, ella leyendo un libro y yo sentada, sin decir una sola palabra.

Quizá mi compañía no le molestaba en absoluto, lo que le molestaba era que intentará entablar una conversación. Cuando me rendí en el intento de ser su amiga, caí en la cuenta de que jamás se había quejado de que estuviera ahí a su lado mientras ella leía.

Me encuentro observando el cielo. Me pregunto si mi padre me observa desde ahí, quisiera de alguna manera saber si aún sigue con nosotros, a pesar de no estar en este plano.

—Usualmente observas mucho el cielo.—esa neutra voz me saca de mis pensamientos, tomándome por sorpresa.—¿Qué tiene de especial el cielo y este árbol de cerezos para ti?

Fórmula aquella pregunta sin apartar la vista de su libro.

Me parecía curioso que por primera vez en años, ella fuese quien iniciará la conversación. La última vez que esto pasó, nada salió bien.

¿Debería ignorarla como ella ha hecho conmigo todos estos años? ¿Debería simplemente responder y limitarme a contestar únicamente a lo que ha preguntado?

Debía admitir que me causaba mucha emoción, que por primera vez en años, haya intentado hablarme sin afán de ser cruel, pero por otro lado me sentía confundida.

Ella misma dijo que no sabía relacionarse y que no quería intentarlo.

—Yo siempre me preguntó si mi padre me mira desde allá arriba. La única conexión que tengo con él es mi nombre, las flores de cerezo y el cielo.

Decido responder sin más a su pregunta.

Cierra su libro, no sin antes marcar la hoja en la que había quedado.

—Lamento lo de tu padre.—dice mientras su mirada se posa sobre los pétalos que cuelgan por encima de su cabeza.—Preferiría que el mío estuviese muerto, que saber que existe y no me busca desde que se fue de casa.

Se coloca de pie y me observa desde su lugar. Esos ojos se clavan en los míos, dejándome apreciar la intensidad de la marea en sus azulados iris.

—Lamento ser cruel contigo.

Finaliza con esas palabras antes de marcharse.

La observo adentrarse a su hogar, sin mirar atrás.

Lograba comprender ahora ciertas cosas. Esa actitud, fría y distante se derivaba a su trauma de abandono, ella prefería estar sola, que afrontar el dolor de otro abandono.

Me pasaba algo muy distinto, yo buscaba encajar para no sentirme sola, porque desde que papá murió no podía sentir más que vacío y soledad, a pesar de tener a mi madre a mi lado.

En una semana empezaba el siguiente ciclo escolar y me emocionaba saber que por fin podré relacionarme con otras personas.

Me quedo un momento en la sombra de aquel árbol, observando como el atardecer adorna el cielo, en tonalidades moradas, rosas y grisaceas. Amaba esos colores en el horizonte.

La puerta de la casa de enfrente se abre y aparece Akaida nuevamente, está vez sin su libro en mano.

Se acerca a mí y se detiene a mi lado, mientras aprecia el precioso atardecer.

—Ahora entiendo tu fascinación por observar el horizonte.—dice con la mirada fija hacia arriba.—Esos colores son la representación de tu padre y el amor que aún te tiene a pesar de no estar más aquí.




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