El amor como un árbol de cerezo

Capítulo 3

Akaida:

Los días pasaban y comenzaba a tolerar un poco más la presencia de la pelirroja, pero no en su totalidad. No me acostumbraba a compartir mis espacios de paz con otras personas, para mí ella era como una intrusa en ese árbol de cerezo que por muchos años fue únicamente mío.

Compartirlo con Sakura me resultaba algo bastante difícil y nunca me termine de acostumbrar, pero aun así solo me limite a ignorarla.

Nuestra última charla fue mejor que todas las anteriores, en las que sólo parloteaba, ganándose mi absoluto silencio o reproches para que callara.

En este preciso momento, estaba disfrutando mis últimos momentos de paz, mi último día de vacaciones. El día de mañana iniciaba el nuevo ciclo escolar.

Ese lugar sería un tanque de tiburones para Sakura; ella quien se esfuerza para encajar, sería la nueva carnada para esos que solo buscan corazones frágiles que fragmentar en pedazos.

Sakura sería un blanco fácil para todos esos chicos que jamás han visto a alguien como ella.

Sakura es demasiado ingenua y demasiado buena para este mundo. Siempre sonriendo, siendo amable y considerada, a pesar de que su figura paterna falta en casa.

No me quedará más que observar de lejos como es catalogada entre las chicas del instituto.

Puedo agradecer en parte mi actitud, eso ha mantenido al margen a todo aquel que busca solo una cara bonita para pasar el rato.

Las relaciones de instituto son una pérdida de tiempo, solo te dicen promesas y palabras vacías que ni siquiera sienten realmente.

Yo no puedo decir cosas que no siento, no puedo mentir respecto a ello.

Desde que mi padre se marchó de casa con falsas palabras de que volvería de vez en cuando para visitarme, conforme crecí y me di cuenta de las cosas, prometí a mi misma a jamás mentir respecto a lo que pienso o siento.

Escucho pasos acercándose, puedo deducir que es la pelirroja, quien nunca falta un día a este árbol.

Se sienta a mi lado recargando la espalda en el tronco sin decir nada. Nuevamente su mirada perdida en el horizonte.

Observo de igual manera el cielo, mientras relajo mi espalda en el tronco. Esta vez no estoy leyendo, solo estoy disfrutando de la fresca tarde, el viento que resopla, el atardecer y algunos pétalos de aquel árbol que caen al suelo.

—Mañana es primer día de clase.—dice sin apartar la mirada del horizonte.—¿Crees que pueda hacer amigos?

Bufo ante su pregunta. ¿Por qué le pregunta eso a alguien que no tiene amigos ni en el instituto?

—No todas las personas van a tener la misma opinión de ti. En lo personal, yo apenas y te tolero, pero quizá habrá quienes "amen" tu forma de ser y tu amabilidad.—respondo a su pregunta de manera honesta.—Solo no dejes que abusen de tu bondad, debes ser inteligente.

—Gracias, supongo.—responde encogiéndose de hombros.

—Hablo en serio, el instituto es un lugar hostil, la hipocresía es el pan de cada día y siempre hay buitres y tiburones esperando atacar.—advierto, haciéndole saber que no es una broma.

—Me adapte a lo hostil desde que te conozco, podré con el instituto.

Por un momento quise reír ante su comentario, pero me controle.

—Entonces que tengas suerte.

Me levanto de mi lugar y camino hacia mi hogar, ya que la fría noche comenzaba a caer.

Nunca miraba atrás, creo que es lo único que heredé de mi padre, el no mirar atrás antes de marcharse.

En casa, como siempre estoy sola.

Mi madre trabajaba doble turno para poder sostener nuestro pequeño lugar y traer la comida a la mesa. Ella hacia un trabajo estupendo, se esforzaba demasiado para que a mi no me faltara nada.

Yo le pagaba en cambio con excelentes notas y ayudando en los deberes del hogar.

Subo a mi habitación para dejar todo listo para el día de mañana.

Uniforme planchado, sudadera para la fría mañana que me esperaba, zapatos negros y mi mochila con los libros y cuadernos necesarios.

Al terminar me coloco mi ropa para dormir, apago la luz, prendo una pequeña linterna en forma de fuego y me recuesto.

Me aterra la oscuridad, no sé el motivo, pero estar completamente a oscuras me genera una ansiedad que me carcome hasta el alma. Esa pequeña linterna la he usado por muchos años.

Cuento hasta 10 y me quedo totalmente dormida.

☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆

Por la mañana me despierto sobresaltada por la ruidosa alarma, esa que no había escuchado en un mes.

También me acompaña un pésimo humor, ya me había acostumbrado a despertar tarde.

Me levanto a regañadientes y comienzo mi rutina para no llegar tarde en primer día.

Cuando estoy totalmente vestida y he alisado un poco mi cabello, bajo con mi mochila en hombros.

Mi madre está en la cocina, preparando su almuerzo del trabajo.

—Buenos días, Akaida.—dice con una sonrisa en sus labios.

Siempre me preguntaba como es que era capaz de sonreír aunque el cansancio en sus ojos y su rostro fuese tan notorio.

—Buenos días.—respondo mientras tomo un durazno de la frutera.

Me despido de ella y me da un beso en la frente antes de marcharme.

Mordisqueo el durazno antes de abrir la puerta. Cuando salgo, observo a Sakura bajo el árbol.

¿Me estaba esperando? No puede ser.

Son las 6 am. Tengo que soportar el transcurso en bus y estoy de un horrible humor.

—Buenos días, Akaida.—dice entusiasmada.

¿Cómo puede estar tan alegre a estas horas del día?

Bajo los escalones de la entrada y salgo por completo.

Paso de ella y comienzo a caminar, ella me sigue por detrás. Llegamos al final de la calle y esperamos el bus en silencio.

Después de unos minutos, el transporte pasa y subo buscando un asiento hasta el fondo. Frunzo el ceño cuando ella se sienta a mi lado.

El bus arranca y me dedico a observar por la ventana e ignorar su presencia.

—¿Quién es esa?—escucho susurrar en el asiento de enfrente a una chica.




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