El Amor de Ariel

CAPÍTULO 2

FLORENCIA, ITALIA

MARENA

 

—Te va a ir bien en la entrevista, Marena, tranquila. —me asegura Bruna y tomo una profunda inhalación intentando calmarme.

Una entrevista de trabajo en una nueva ciudad y después de varios años sin trabajar es algo que me pone los pelos de punta, pero necesito con urgencia este trabajo, necesito poder proveerle a mi hijo.

—No neviosa, mami, mami linda y buena y tabajo tuyo. —dice mi hijo mientras lame su cono de helado y detenemos el paso, me agacho frente a él que me mira con sus hermosos ojos marrones y esa sonrisa inocente y yo me derrito de amor. ¡Mi hijo es hermoso! Tiene lacia cabellera rubia porque lo heredó de su padre, solo eso porque ni siquiera amor nunca quiso darle.

Mi Rafael es mi bebé arcoíris y mi razón de seguir adelante, es mi todo. Llegó después de haber tenido dos pérdidas anteriores, por alguna razón no podía mantener los embarazos y el de Rafael fue de muy alto riesgo hasta el momento de la cesárea, su nacimiento fue el día más feliz y también el más triste porque mi esposo y su familia se encargaron de hacerme saber que era mi culpa que naciera deforme. Que su manito derecha no se formara bien era mi culpa, apenas tiene dos dedos y no puede agarrar nada con esa mano porque no tiene pulgar, el diagnóstico del médico fue simbraquidactilia, que es cuando un brazo o una mano no se desarrollan por completo, en el caso de mi hijo, le faltan dedos y tiene otro que apenas es una bolita, a veces los niños con esta condición pueden tener otros problemas de salud, pero mi bebé afortunadamente es muy sano.

—Tu mami es la mejor, campeón, y claro que ese trabajo es suyo. Además, Andrés ama locamente a los bebés y cuando te conozca, querrá que te quedes con tu mami. —afirma Bruna.

—Yo buen niño pa que mami tenga tabajo. —responde dando otra lamida a su cono y le beso la mejilla.

—Ya eres grandioso, mi vida. Mami te ama mucho, ¿bueno?

—Yo amo mucho a mami tamben.

Le doy otro beso y seguimos caminando, estoy nerviosa, pero de no ser por Bruna no tendría esta oportunidad, me está dejando quedar en su casa y me ha conseguido una entrevista de trabajo en el orfanato donde trabaja como cuidadora, hay varias vacantes y cualquiera me vendría bien, soy profesora de educación física, pero no estoy para exigir, así que hasta de limpieza si me contratan estaría más que feliz y agradecida.

—Este no es como ningún otro orfanato que hayas visto antes, son el mejor de toda Italia y de hecho, pueden traer bebés de otras ciudades a esta si así lo quisieran. Los dueños son tres: Andrés, Geovanna y Lucía, pero cada uno dirige centros diferentes, —explica mi amiga—, Andrés dirige este orfanato, su esposa y dos de sus hijos que son pediatras se encargan de la parte de salud, hay un refugio que lo dirige Lucía e incluso padres que llegan con niños suelen venir los niños aquí a pasar el día, reciben clases, juegan y socializan. Ahora, está el centro Malia, que lo dirige Geovanna con el señor Franco, es un centro de reinserción social, se enseñan oficios, hay becas de estudio y un montón de oportunidades. Ellos hacen también trabajos con el centro de mujeres que dirige Anastazia y ahí se enfocan en niñas, adolescentes y mujeres en todas las situaciones.

—¡Vaya! —exclamo—. Eso es impresionante, parecen ser muy buenas personas para hacer todo eso, ¿no?

—¡Las mejores! —afirma mi amiga—. A ellos de verdad les importa lo que pasa y logran cambios grandiosos, es un lugar soñado para trabajar, honestamente.

—Entonces espero poder hacerlo bien, Rafa y yo lo necesitamos y mientras más rápido tenga trabajo, más rápido puedo devolverte tu espacio.

—¿Qué dices? Pero sí a mí me encanta tenerlos en casa y escuchar la risa de Rafa a diario, ya no como solita y los ladridos de Pipo no son mi única compañía. —admite y sonrío.

Bruna y yo estudiamos juntas en el colegio en la ciudad de Údine, pequeña región perteneciente a la provincia de Friul-Venecia Julia, mientras yo me quedé ahí porque conocí a Marco, el papá de Rafael muy joven, Bruna salió apenas cumplió los dieciocho porque quería viajar y conocer el mundo, cosa que sí hizo antes de encontrar este trabajo y establecerse en Florencia desde hace siete años. Nos reencontramos gracias a las redes sociales, empezamos a hablar de nuevo y fue como si el tiempo no hubiera pasado, así que cuando le conté lo miserable que era y como no quería que Rafael creciera rodeado de tanta toxicidad de su padre y su familia, ella me ofreció venir aquí y en un arranque de valentía así lo hice. Incluso en contra de mi propia familia.

—Yo amo a tía Buna. —completa mi hijo y mi amiga se derrite, lo alza y lo llena de besos y ambos se ensucian el rostro de helado.

Saco las toallas húmedas para ambos y mis nervios solo crecen cuando llegamos al lugar, pero no puedo evitar jadear al ver la fachada, lo grande y bonita que es. Es como una enorme casa color beige con tejas rojas, pero al acercarme noto que hay dos largas paredes cubiertas de pequeñas marcas de manos en pintura de colores y nombres.

—Las manos de los niños que se van, cómo verás no son pocos y nos quedan muchos, esto nunca para, amiga. Tú respira y sé tú misma, tienes esto. —sonrío y la abrazo.

—¿Me veo bien? —cuestiono, ajustando una vez más el pañuelo en mi cabeza. No soy mujer de vestidos, así que un pantalón negro de vestir, una blusa violeta y un pañuelo estampado cubriendo mi cabeza.




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