El Amor de Ariel

CAPÍTULO 3

FLORENCIA, ITALIA

ARIEL

 

—Señora, mi papi no está interesado en ver su pecho ni nada más, respete. —espeta mi hija luego de que la mamá de este paciente no dejara de tirar de su vestido hacia abajo a cada rato para mostrarme sus voluminosos pechos.

—Respeta tú, niña, ¿no te han enseñado modales en casa? —replica la señora.

—A mí sí, pero a usted no, tan vieja y maleducada. —replica Alessia y el gesto de la señora me dan ganas de reír, pero me contengo porque es un momento serio. 

—Y a mi hija no le hable así porque no está diciendo mentiras, su hijo vino con fiebre y vómitos y usted está más pendiente de intentar seducirme que de vigilar a su hijo. Aquí tiene las indicaciones, —le entrego las hojas—, siéntase libre de llevar a Santi a otro pediatra, buenas tardes.

Señalo la puerta y la mujer toma a su hijo bruscamente de la camilla y se va indignada, exhalo con pesar y sacudo la cabeza.

—¿Qué le pasa? Tú eres mío y de mami en el cielo y no te gustan los pechos feos.

—¡Alessia! —La regaño y ella se cruza de brazos con el ceño fruncido. Me acerco para agacharme frente a ella que está sentada en mi silla y descruzo sus brazos.

—¿Vas a ponerte molesto conmigo, papi?

—No se dicen esas cosas de las personas, ¿qué hemos hablado de repetir esos juicios, hija?

—Pero es verdad, es muy fea de todas partes y yo ya tengo una mami. —refunfuña y acaricio su mejilla.

—Y ella jamás va a dejar de serlo, hija. Dani siempre será tu mami, —le aseguro—, porque mejor no me regalas una sonrisa y bajamos a ver cómo sigue Gemma de su malestar, ¿te parece?

—Bueno, sí, vamos a verla porque le dolía su pancita y no aguantaba la caquita radioactiva, ¡guacala! —expresa arrugando la nariz y río de sus gestos.

Gemma apenas tiene un año y llegó algo deshidratada y con diarrea, la tenemos en emergencia pasándole suero, le realizamos unos exámenes que dieron como resultado un proceso viral y luego que se termine su hidratación irá a casa con tratamiento sintomático.

—Tú también fuiste bebé y tenías mucha caquita radioactiva, eh. Y eso no fue hace mucho tiempo. —le recuerdo y su ceño se frunce, mi hija es tan adorable.

Me incorporo y la ayudo a bajar de la silla, ella se aferra a mi mano y salimos del consultorio.

—Ya venimos, Enrico. —dice agitando su mano a mi enfermero de confianza que trabaja conmigo en las consultas y ama cuando Alessia viene.

—Aquí te espero con juguito y galletas, Ale. —Enrico le da un guiño y mi hija le lanza un beso, ¿debería preocuparme tan pronto?

Sacudo la cabeza y bajamos juntos a la emergencia para ver como sigue Gemma, la encontramos pegada del pecho de su mamá y se ve más activa.

—¿Cómo se siente la princesa? —pregunto y su madre sonríe aliviada.

—Me bajó la camisa y se pegó solita, usted me dijo que si pedía que le diera y ya lleva como diez minutos comiendo. —explica.

—Lo mejor es tu leche materna, lo que tiene es viral y como empezaste a dejarla en la guardería es algo que va a pasar con más frecuencia, debes tener eso claro. Al estar en contacto con otros niños en espacios cerrados, se transmiten los virus con facilidad.

—¿Y cómo hago? Tengo que trabajar y no tengo quién me la cuide, con su padre ausente no cuento. —dice en un tono amargo.

—Lo hace bien, señora, —Alessia se acerca para tocarle la piernita a Gemma—, los papis y mamis tienen que trabajar para que los bebés estemos bien, no pasa nada, aquí mi papi cura a Gemma siempre que se enferme. Mi papi es el mejor y usted la mejor mami para la bebé y usted no quiere mostrarle los pechos a mi papi.

—¡Alessia! —exclamo y Alicia, la mamá de Gemma, suelta una suave risa.

—Su hija es encantadora, doctor, y tan dulce como usted. Muchas gracias por todo, a los dos. —La sinceridad en sus palabras me hace sonreír.

—Mi hija tiene razón, eres la mejor mami para Gemma y no debes sentirte culpable de dejarla en el cuidado para poder trabajar, el proceso es completamente normal, ¿bueno? —le aseguro—. Y tú, vas a estar bien pronto para poder jugar, Gemma.

Acaricio la cabeza de Gemma que mueve los ojos hacia mí y parece hacerme ojitos sin despegarse del pecho de su mamá.

—MI BEBÉ, POR FAVOR, AYUDA. —Los gritos de una mujer y el llanto de un niño me hacen salir corriendo por instinto para ver a una mujer que viene corriendo desde la entrada y lleva un niño en brazos que está llorando. Enseguida reconozco a Bruna del orfanato que viene corriendo atrás de ellos.

—¿Qué pasó? —Me apresuro a tomar al niño para llevarlo a la camilla más cercana.

Es un niño precioso que está muy rojo por el esfuerzo del llanto, tiene los ojos enrojecidos también y enseguida reconozco su simbraquidactilia, pero veo que la yema de su dedo más pequeño está enrojecida.

—¡Mi bebé, por favor! —Pide la mujer con el pañuelo en la cabeza muy agitada—. Estaba en el parque jugando, de repente gritó, se privó a llorar, se puso todo azul y se desmayó.




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