El Amor de Ariel

CAPÍTULO 8

FLORENCIA, ITALIA

MARENA

 

Me da vergüenza tener que ir al trabajo después de lo sucedido en casa de mi jefe, pero toca ser valiente y enfrentarlo porque no puedo perder esta grandiosa oportunidad de trabajo.

Me miro al espejo y suspiro al tocar mi cabeza sin cabello, años de lidiar con la alopecia y de sentirme avergonzada por mi apariencia, más porque mi ex no dejaba de repetir hasta el cansancio que no parecía una mujer, incluso debía cubrirme hasta para dormir por si a él se le antojaba tener sexo porque no le gustaba ver mi cabeza así.

Mi autoestima no está en su nivel más óptimo después de tantos años de menosprecio de su parte, de parte de su familia y de la mía. Empezó todo poco antes de la primera menstruación y ya cuando entré en la adolescencia tenía enormes espacios blancos que cubría con peinados raros, sombreros, gorras, cualquier accesorio que no pareciera de anciana. Una vez quise intentar con las pelucas y fue horrible, sentía que me picaba, hice alergia al material y tuve que desistir e ingeniármelas con otras cosas.

Durante el embarazo de Rafa y en el postparto terminé de perder el poco cabello que me quedaba y decidí rapar las tres hebras solitarias que restaban. Una enfermera que conocí cuando Rafa nació me regaló mi primer pañuelo, me enseñó como colocármelo y los sigo usando porque encontré comodidad y un sinfín de modelos para combinar con todo.

El de hoy es rosa pastel con pequeñas hojas doradas, me miro al espejo y creo estoy bien para el primer día, un pantalón deportivo gris oscuro y una sencilla blusa rosa de cuello redondo que no muestra escote y mangas cortas por comodidad. Saqué la contextura gruesa de mi papá y mi abuela paterna, mi familia me puso a dieta desde muy niña y nunca pudieron encajarme en una talla pequeña, luego en la adolescencia me crecieron las caderas, los muslos, las piernas y los pechos. ¡Ahí menos pude bajar de peso!

Incluso, los médicos me dijeron que por mi peso no había podido sostener los embarazos después de las pérdidas. Hasta el sol de hoy me siento tan culpable, pero solo Dios sabe cuánto he intentado ser más delgada y simplemente no pasa. Cómo bien, hago ejercicios y no hay nada más que pueda intentar, jamás me operaria, me asustan las cirugías, así que esa no es una opción.

Salgo del cuarto para ver a Bruna compartiendo una banana con Rafa mientras Pipo, su hermoso Golden Retriever, está echado a los pies de mi amiga, sonrío porque anoche ella fue la primera en consolarme y hacerme sentir mejor, afirmándome que la loca de la Pila de Caca solo estaba celosa de la atención que Ariel me estaba dando, que ni siquiera sé porque me estaba dando tanta atención. Aunque no voy a negar que se sintió muy bien, es un hombre que genera seguridad, confianza, exuda un poco de virilidad sin llegar a ser arrogante, todo lo contrario, es muy dulce y basta verlo con su hija para darse cuenta la clase de padre que es. Todo lo opuesto a mi ex.

—¿Empezaron sin mí? —cuestiono al llegar a la mesa y mi hijo me sonríe. ¡Es tan bello! Pipo ladra y me acerco para acariciarle la cabeza y luego darle un beso a mi hijo.

—¡Guau, mami, tas bella! —exclama mi hijo y es imposible que no me derrita de amor.

—Sí, mami, ¡estás bella! —secunda mi amiga.

—Gracias, a los dos.

—¿Hoy vemos a niña achul? —pregunta Rafa y miro a mi amiga que oculta su sonrisa dando un sorbo a su taza de café.

—No creo, mi amor. —Mi respuesta provoca que mi hijo haga un puchero.

—¿Y niña doja?

—Va a la escuela, hijo.

—¿Yo voy a escuela? —cuestiona.

—Verás algunas clases mientras mami trabaja, ¿bueno? Estarás con otros niños y vas a divertirte.

—Bueno. —responde volviendo la mirada a Bruna—. ¿Vamo a comé?

—¡Uy, sí! Hice panqueques para todos, con lechita para Rafa y cafecito para mami y tía Bruna. —Pipo ladra una vez más—. Ya te di comida, gordo, no insistas.

—Pipo come mucho, ¿vedad? —Mi hijo se estira en la silla queriendo tocar a Pipo que se arrima hasta él para recibir su mimo. Es un perro dulce y tranquilo y a mi hijo le encanta. A Pipo le encanta jugar con Rafa, tienen igual de energía los dos.

—Sí, a Pipo le gusta comer más de la cuenta.

Nos sentamos a desayunar juntos y solo puedo pensar en que ojalá me vaya bien hoy al igual que a Rafa. Salimos los tres para tomar el autobús que nos deja cerca del orfanato y caminamos un poco, admito que me gusta el ambiente de Florencia, pero cuando llegamos al orfanato, está Andrés afuera sosteniendo un bebé que está dormido mientras habla con un oficial de policía.

—¿Qué pasó, Andrés? —pregunta Bruna al acercarnos—. Disculpen, buenos días.

—Buenos días, Bruna, Marena, Rafa. —saluda Andrés—. El oficial trajo a este bebé que lo dejaron en la estación del tren, debe tener un año más o menos, quién lo dejó sabía dónde estaban las cámaras porque fue muy cuidadoso. Hay una alerta por si aparecen familiares y mientras tanto aquí estará bien cuidado.

—Si quieres lo llevo y le preparo una cuna para que siga durmiendo. —se ofrece Bruna.

—Sí, nosotros en la estación le preparamos un biberón porque no dejaba de llorar, también lo cambiamos y lo traje aquí. —explica el oficial y mi corazón duele por esa pobre criatura que abandonaron así.




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