El Amor de Ariel

CAPÍTULO 19

FLORENCIA, ITALIA

ARIEL

 

—¿Qué haces aquí, Pilar? —mascullo.

—Ver a mi sobrina, ya que solo me la niegan y no responden mis llamadas. —musita con evidente irritación.

—Nadie te la ha negado y solo tengo una llamada tuya y estaba ocupado, pudiste enviar un mensaje a mí o a mis padres. —le recuerdo y se cruza de brazos.

—Sigo sin comprender cómo me tratan así después de todo lo que hecho por ti y por Alessia, merezco un mínimo de respeto y consideración, merezco ser de la familia. —espeta.

—La sangre que compartes con mi hija no te hace familia automáticamente. Jamás se toleran humillaciones a otros y que te quede claro que tus acercamientos nunca serán correspondidos.

—¿Esto es por la gorda calva? —masculla y debo recordarme que es una mujer y mis padres me enseñaron mejor.

—Se llama Marena y no, lo que le hiciste solo colmó el vaso que ya estaba a punto de derramarse, Pilar, así que no vengas en plan de víctima ahora.

—Yo no…

—¡Papi! —justo mi hija viene corriendo hacia nosotros—. ¡Tía, hola! ¿Por qué no me has llamado?

Pilar se alisa el vestido y se agacha frente a mi hija.

—Tu tía ha estado muy ocupada con su trabajo. —respondo primero.

—Eso es mentira, mi amor, son tu papi y tus abuelos quiénes no me dejan verte por culpa de la tipa esa que quiere estar con tu papá para que le resuelva su patética vida. —escupe con todo el veneno posible y mi hija me busca con la mirada, pero sus ojitos se llenan de lágrimas, la tomo entre mis brazos y la alzo.

—¿Eso es verdad, papi? —pregunta con voz entrecortada.

—No, eso no es verdad, Alessia, tu tía se comportó de forma inapropiada en la fiesta, pero nadie le ha prohibido verte. —le aseguro—. Y tú, Pilar, no voy a permitir que le llenes la cabeza a mi hija de mentiras, de ninguna forma.

—Deja que me la lleve entonces, si lo que dices es cierto. —expresa en forma de reto y juro que siento una rabia que me provoca sacudirla.

—No la vas a llevar a ninguna parte porque simple y sencillamente ya tenemos una comida con Manuela en su casa. —sentencio—. Me escribes y organizamos algo, puedes verla ahora unos minutos antes de irnos.

—Tú no quieres ir con ellos, ¿verdad, Ale? Conmigo te divertirás más que con esos niños maleducados. —expresa Pilar incorporándose y mi hija aprieta mi cuello.

—¡Ellos son mis primos y no son maleducados! —exclama con molestia—. No quiero ir contigo, hablas muy feo de mis primos y le hiciste feo a Mare. Y ya mi papi me explicó que está mal lo que me decías sobre él y las otras mujeres.

Casi quiero aplaudir a mi hija por esas certeras palabras, pero me recuerdo que esto también le duele porque Pilar es lo más cercano a Dani y todo esto no es bueno para Ale. Suspiro y beso su mejilla para hacerle sentir que papi está con ella.

—Despídete de la tía y vamos por tus cosas.

—¡Después de todo lo que he hecho por ti, Ariel! ¡¿Y así me pagas?!, ¿poniendo a Ale en mi contra? —exclama alterada.

—Yo nunca te pedí nada, Pilar, ni siquiera una sola vez que cuidaras a Ale, tú escogiste hacerlo, tú te ofreciste. Todas y cada una de esas ocasiones fueron tu decisión y te agradezco la ayuda, pero si hiciste todo eso esperando algo más, no es mi culpa. Hablamos cuando te calmes porque mi hija no tiene porqué presenciar estas escenas.

Me doy la vuelta con Ale en mis brazos que hunde el rostro en mi pecho y empieza a llorar, maldigo mentalmente por lo que acaba de pasar.

—¿Por qué la tía se porta así? —balbucea y dejo un beso en su cabeza.

—Ya vamos a hablar, hija.

Tomo sus cosas para salir, pero Sabina me mira y hace las veces de cortarle el cuello a Pilar y no digo nada, no seré yo quién detenga a Sabina si quiere decirle algo.

Llevo a Ale al auto y me subo atrás con ella en mis brazos.

»Primero que nada, lamento que hayas presenciado eso y dejarme llevar por mi enojo, no fue justo contigo, pero eres mi hija y que tú estés bien es mi prioridad. Aunque eso signifique ponerle límites a la familia y eso no está mal.

—Ya sé, papi, tú y los abuelos me explican siempre eso, pero duele mi corazón porque yo amo a la tía, pero ella no se porta bien, dice y hace cosas feas, ¿por qué, papi? —cuestiona, buscando mi mirada al limpiarse las lágrimas.

—A veces hacemos y decimos cosas inapropiadas cuando estamos enojados o cuando las cosas no salen como queremos, pero eso jamás justifica lo que está mal y menos si no se reconoce el error y se pide disculpas.

—La tía no le ha pedido disculpas a Mare, ¿verdad?

—No, hija, no lo ha hecho.

—Ni a ti por dañar tu fiesta, eso estuvo feo y lo que dijo hoy también. —Su ceño se frunce y beso su cabeza.

—Sí, eso no estuvo bien.

—¿A ti te gusta Mare para que sea tu novia?

«¿Qué dijo?», su pregunta me toma por completa sorpresa.




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