El Amor de Ariel

CAPÍTULO 28

FLORENCIA, ITALIA

ARIEL

 

Me sorprende encontrar un sobre con mi nombre en el escritorio de mi consultorio esa mañana que llego temprano, pregunto si alguien sabe quién lo dejó, pero me aseguran que no. Es raro, la llave generalmente la tengo yo. Después pediré los vídeos de las cámaras de seguridad, doy un vistazo rápido a todo alrededor, pero nada parece fuera de lugar.

Me coloco los guantes porque nunca se sabe y toco el papel para ver si hay algún residuo antes de alzarlo a contraluz, solo se ve otra hoja doblada dentro, la saco con cuidado y está escrita a computadora.

«Aléjate de ella o tu hija sufrirá las consecuencias, Marena y Rafael ya tienen dueño».

Sacudo la cabeza y le tomo una foto a la nota antes de enviársela a Sofía, su respuesta es una hilera de emojis de granadas, bombas, gusanos y los peces que sé son sus pirañitas. Si esto es obra de Marco, es horrible, cree que Marena y Rafa son objetos a poseer.

Sé que mi hija está bien custodiada, aun así, pido reforzar la seguridad y le envío un mensaje a la maestra avisándole que habrá más seguridad en la escuela de Ale, ellos están acostumbrados porque no es la única niña que estudia ahí que tiene seguridad. Ningún esfuerzo es demasiado para protegerla, también le pido que nadie más que yo y sus abuelos pueden recogerla a partir de ahora, que si hay algún cambio yo le avisaré. Después de esos mensajes, paso la información por correo electrónico a la dirección y así tener un soporte amplio.

Más tarde hablaré de esto con Marena, de nada sirve que le oculte cosas por no preocuparla, eso solo hará que desconfíe, prefiero mantener todo transparente entre nosotros para que nuestra relación siga avanzando. No dejaré que esto se convierta en una pesadilla para ella y para Rafa, no es justo después de todo lo que han pasado.

Antes de arrancar con la primera consulta, llamo a mi papá para contarle y pedirle que esté pendiente por cualquier cosa extraña en el orfanato, no sabemos qué o quién pueda aparecer de repente. Marco está aquí en Florencia, pero aún no hace más movidas que enviar esta carta.

Arranco mis consultas y esto siempre logra centrarme y calmarme de cualquier cosa que esté pasando, creo que cuando amas lo que haces, tu trabajo no lo sientes como una obligación ni te pesa, todo lo contrario, lo disfrutas.

Me sorprende cuando María llega con su hija Aria casi al final de la jornada, la niña tiene algunos raspones en los brazos, tierra y sangre en su vestido, enseguida las hago pasar.

—¿Qué pasó con Aria? ¿Qué tiene?

—Me llamaron de la escuela porque mi pequeña ambientalista defensora de las flores, plantas, árboles y todo ser viviente se peleó con otra niña que arrancaba las flores del jardín y las pisaba. Es una pequeña abusadora que siempre está haciendo cosas así para molestar a Aria, mi hija es paciente, pero llegó a su límite hoy y todas sus clases de defensa personal rindieron frutos.

—¡Niña idiota! —masculla Aria cruzándose de brazos y quejándose al instante porque le duele—. Que vea si le arranco un brazo si no le va a dolé.

—Aria, hija.

—Todos somos vivos, mami, a nadie le gusta que lo corten o lo pisen, las plantitas no pueden defendese, mami, entonces yo las cuido. —replica y es como ver una pequeña versión de mi prima María. Con su cabellera castaña en suaves ondas y esos ojos marrones claros muy llamativos, Aria tiene muchísima luz siempre.

—Pero no son las maneras, hija, ya lo hemos hablado.

—Igual merece eso y más. —gruñe.

—Aria. —le advierte su mamá.

—¿Por qué no me dejas revisarte, Aria? Veamos esas heridas defensivas.

Ella mueve su cabeza y me levanto para alzarla y sentarla en la camilla, estira sus brazos para mostrarme.

—Duele potito, tío.

—¿Cuántas plantitas salvaste, Aria? —ella sonríe.

—Muchas y otras que pude reviví, guardé en bolsitas las que no viven para ponela de abonito a otras plantitas, tío, y así cumplan su ciclo.

—Eso está muy bien, Aria.

—Todos somos abonito, bueno, esa niña idiota no porque seguro se mueren las plantitas con su veneno.

—¡Aria! —la reprende su mamá y ella refunfuña, aunque ahora puedo ver los rasgos de Arie, mi primo poco se enoja, pero cuando lo hace es de cuidado.

Reviso sus brazos y sus piernas dónde sus rodillas están rojas, pero no heridas. Le hago una revisión general en búsqueda de otra herida o dolor que afortunadamente no encuentro. Limpio sus brazos con cuidado y le aplico crema en esa zona y las rodillas.

—Necesito un informe médico de mi pequeña activista ambiental, Ariel, está suspendida por una semana al igual que la otra niña. —María suspira.

—Trabajo duro el de ser madre de los pequeños mágicos que van a cambiar el mundo, ¿no? —Ella sonríe.

—Sí, amo a mis bebés mágicos, aunque a veces sea difícil.

—Dante, Gaelito y yo salvamos todo, tío. —asegura Aria—. Clari a nosotros, le digo que me quite los raspones y ya.




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