El Amor de Ariel

CAPÍTULO 41

FLORENCIA, ITALIA

MARENA

 

—No te sorprendas si al salir tenemos al ejército familiar esperándonos, mi Mare. —me advierte Ariel cuando estamos por empezar la ecografía para saber el sexo del bebé.

—¡Nos gusta todo a lo grande, Mare! —exclama Alessia—. ¡Queremos un niño!

—Sí, mami, niño como yo, aunque no deditos como yo, ¿vedad? —pregunta Rafa y Ariel se agacha frente a él.

—Eres un niño maravilloso y una bendición en la familia, seríamos afortunados de tener con nosotros otro como tú, pero cada bebé es único, tú eres único, Ale es única y ese bebé será único a su manera. —le explica y quiero llorar otra vez. Bueno, no hay día que no llore por cualquier cosa, al menos las hormonas me dieron por llorar y no por vomitar hasta la bilis, ¡gracias al cielo!

Tengo que admitir que este embarazo hasta ahora ha sido como una especie de sueño y la atención de Ariel supera cualquier expectativa que jamás haya tenido, me consiente, me cumple los antojos que no son nada locos, pero sí frecuentes, me hace el amor las veces que se lo pida y no pasa día en que no me demuestre lo mucho que me ama, lo mucho que ama a Rafa y a nuestro bebé. Nunca me había sentido así de plena y segura como con Ariel.

—Te amo, papi.

—Yo también te amo, campeón.

—¡Yo ayudo, mami! Yo puedo.

Volteamos para ver a Daylen, uno de los trillizos de Karlenys que ha venido hoy con ella a la consulta. Dice que es su pequeño ayudante que aprende a una velocidad impresionante.

—Saluda primero, mi amor.

—¡Hola a todos! ¿Viste, mami? —replica y todos reímos por su ocurrencia.

Daylen es un niño hermoso, tiene frondosos rizos color chocolate y sus ojos verdes con pequeños destellos dorados le dan una mirada muy peculiar. Tiene un gemelo y se diferencian porque Ernesto tiene una sonrisa ladeada muy particular, sonrisa que el pequeño Gianfranco también tiene y que es marcada en Dante, el esposo de Geovanna, así que por ahí vienen los genes.

—Lo siento, está en esa etapa de pequeño sabelotodo. —Karlenys acaricia el cabello de su hijo.

—Yo sé mucho, mami, más que los niños de mis años. —comenta—. Rafa, te traje chocolate venezolano que nos gusta mucho y jugo de mango para Ale, luego les doy, ¿bueno?

—¡Amo el jugo de mango, eres lo máximo, Day! —Ale se come a besos a Daylen que frunce el ceño, pero termina sonriendo por la efusividad de Ale.

—¿Tus hemanitos? —cuestiona mi hijo.

—Kaina siendo morocha de Clari y Ernes ladrándole a Thena que lo golpea. —explica y Ariel no puede contener la carcajada.

—¿Qué eso de mi niña achul? No entendo.

—Morochas son como gemelas, pues, pero dos.

—Ouuuu, ¿hemanas de alma como mi niña doja y yo? —indaga.

—Sí, eso.

—¿Tu hemanito se crre perito? —Sonrío porque Rafa se está esforzando con sus R’s. Es un proceso y lo tomamos día a día sin presionarlo ni compararlo con nadie más.

—Así decimos, anda ahí oliendo a Thena aunque diga que no, ella le gusta.

—Day, hijo. —le advierte su mamá.

—Ya Clari nos dijo, mami, van a ser dos loquitos y hay que aceptarlo, ¿no? —Me llevo la mano a la boca para contener la risa que ese comentario me provoca.

 —Vamos, pequeño genio, empecemos la consulta.

Muero de amor con Day y como es todo un pequeño hombrecito profesional indicándome dónde subirme para saber mi peso, con ayuda de su mamá me miden la presión y él se sienta en sus piernas haciéndome todas las preguntas, de verdad creo que es un niño genio, aunque nada en la enorme familia que ahora es la mía puede sorprenderme demasiado. Desde niños que curan animales y plantas, niños que hablan con quiénes han fallecido, niños que entienden los pensamientos de otros, que ayudan a curar, un niño genio es de esperarse también, ¿no?

—Puedes pasar a la sala, Mare, veremos al bebé. —me señala Daylen.

—Muchas gracias, doctor Marcano.

—Marcano Ortega Cavalcanti. —me corrige.

—Oh, bueno, doctor Marcano Ortega Cavalcanti. —reitero y sonríe satisfecho con mi respuesta.

—No sé cómo cabrá eso en un gafete, pero en esta familia todo es posible. Es el alma gemela de Gianfran, ellos juntos pueden pasar horas leyendo en silencio y no se aburren. —comenta Ariel—. Tienes que escucharlos hablando por teléfono, parecen dos viejitos.

—Te escuché, Ariel. —resalta el niño y su mamá se ríe.

—Vamos, veamos a ese bebé y sus cositas de niño o niña.

—Querremos un pene, doctoa. —Pide mi hijo.

—Lo siento, Karlenys. —me excuso y ella solo sonríe.

—Somos padres, estamos acostumbrados a cualquier comentario de nuestros hijos y bueno, busquemos ese pene digno de la familia.

—¿Qué eso? —pregunta mi hijo y paseo la mirada entre Ariel y Karlenys que no pueden contener sus risas.




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