Un año después.
Las inclemencias del tiempo azotan nuestra pequeña casa. El invierno es una de las estaciones en las cuales no la pasamos muy bien y más teniendo en cuenta nuestra condición económica. Me froto los brazos mientras veo a mis abuelos tomar su taza de té cerca de la pequeña fogata que es el único medio que tenemos para mantenernos calientes.
Luego me asomo a la ventana para apreciar el espectáculo de la naturaleza. Dejo salir un pequeño suspiro, es fascinante ver los árboles danzar al compás del viento, sus ramas se mecen de un extremo hacia el otro y con la punta de sus hojas tocan el suelo una y otra vez. Un trueno resuena en el cielo gris dejando su eco; símbolo de poder y fuerza, segundos más tarde el rayo ilumina mi rostro.
—Es mejor que te apartes de la ventana, puedes coger un resfriado —advierte Vita—. Además, puedes ser alcanzada por uno de esos rayos.
—No se preocupe abuela, soy una mujer fuerte, no me pasará nada —respondo mostrando mi mejor sonrisa.
Me recuesto sobre el umbral de la ventana, luego extiendo mi mano y dejo que la lluvia me moje, me gusta mucho apreciar los días tormentosos, hay cierto magnetismo que me atrae, de por sí, siempre he sido amante de la naturaleza y de la vida misma.
—Yo me voy a descansar —escucho decir a Meme—. Mañana tengo que madrugar para atender los cultivos y luego ir al pueblo a vender las verduras, así conseguimos un poco de carne para esta pequeña en crecimiento.
Me giro y le sonrío.
—Abuelo, usted está olvidando que dentro de unos días cumpliré la mayoría de edad, así que deje de tratarme como a una niña.
—Podrás tener cientos de años, yo siempre te veré como mi pequeña —responde.
Cierro la ventana y me acerco a él, le doy un beso de buenas noches en su suave y arrugada mejilla. Meme me acaricia el rostro y me devuelve el gesto. Él y mi abuela Vita, son mi única familia. Quedé huérfana de madre desde el momento en que llegué a este mundo. De mi padre no sé mucho, solo pequeños detalles que mis abuelos me han compartido y las memorias que he leído del diario de mi madre. Algunas cosas me parecen un tanto confusas, pero de algo si estoy segura: la existencia de los inmortales, la magia y de todo lo que proviene de ella es real, de eso me convencí cuándo apenas era una niña y aquella dulce mujer apareció en medio del bosque y me regaló el pergamino.
—Los amo con todo mi ser y cada noche le pido a los dioses que alarguen su existencia.
—Eres muy especial mi pequeña. No existe en el mundo un ser tan bueno y bondadoso como lo eres tú —me halaga mi abuela.
Le sonrío en respuesta.
Los veo retirarse a su habitación y luego me ocupo revisando cada puerta y ventana, para asegurar que estén bien cerradas. Después me dirijo a mi habitación y enciendo la pequeña lámpara para leer un poco, pero el cansancio pronto me agota y decido que es hora de dormir, me arropo y cierro mis ojos. Los minutos pasan y estoy empezando a sentirme algo incómoda. Hay cierta pesadez en mi cuerpo, de pronto tengo la sensación de estar siendo observada. Me levanto nuevamente quedando sentada en medio de mi catre y miro a mi alrededor para asegurarme que no hay nadie más que yo. Suspiro con nostalgia y vuelvo a mi lugar, me reprendo a mí misma, no suelo ser una persona asustadiza y no voy a caer en estos juegos mentales. Al final me acomodo y dejo que mi cuerpo se relaje.
***
El gélido aire se cuela por mis pulmones causando que se me dificulte respirar con normalidad. llevo mi mano al pecho y miro a mi alrededor encontrándome un paisaje blanco y extenso. El crujir de las ramas llama mi atención, camino en dirección al sonido y me quedo admirando el gigantesco árbol; la magnificencia de aquel ejemplar me ha dejado absorta, inclino mi cabeza y sigo con la mirada hasta intentar ver su copa, la cual se eleva hacia el cielo perdiéndose entre la espesa niebla, dando la sensación que puede alcanzar el cielo. Doy un paso más y me pongo de puntitas, hay una rama que está a mi alcance, tiene todo su follaje verde el cuál se preserva en el tiempo bajo una gruesa capa de escarcha.
Me acerco aún más, su belleza ha despertado un deseo en mí, es una sensación que me domina... como si me invitara a tocarle, ¡no puedo resistirme!
Alzo mi mano y paso mi dedo índice por sobre una de sus hojas, al instante siento una punzada de dolor. ¡Me quejo! Para mi asombro, una gota color escarlata se desliza sobre la punta de la hoja, mis ojos se agrandan al darme cuenta que es mi sangre.
—¡Eire!
«¿Alguien dijo mi nombre?». Me siento sobresaltada, mi corazón se acelera, mi mente me grita que huya, pero mis pies no responden. De pronto, vuelvo a sentirme observada.
De nuevo esa voz…
—¡Eire!
Con dificultad me giro tratando de averiguar quién o qué es esa presencia, mis manos están temblando. Es difícil ver a través de esta luz cegadora que emiten los bloques de hielo.
A miles de kilómetros lo único que se puede observar es nieve y montañas blancas. ¡El aire es tan puro que cada respiro me duele! ¡Son demasiado reales las sensaciones! Aunque en el fondo sé que tan solo es un sueño.
Editado: 29.07.2023