El amor de la bestia

Capítulo 3

Este día me he sentido muy agotada y no es precisamente por el trabajo ya que Breymont sigue dedicado a ello, pero el tener que estarlo evitando me tiene de mal humor, no puedo creer que en mi propia casa yo no tenga libertad. Tomo el diario de mi madre y releo las páginas donde habla del amor.

«Cada vez que lo veo siento como las mariposas revolotean en mi estómago, y cuando me sonríe un hueco se forma en mi estómago, es como si tuviera hambre, pero supongo que es de él».

Me siento un poco incómoda leyendo estos pensamientos tan íntimos de mi madre. Para la época en la que creció ella realmente era muy liberal y directa en cuanto a sus emociones. Dejo salir un suspiro y continúo:

«La mayor parte de mis pensamientos están ocupados por él. No hay segundo en que no imagine lo bonito que se debe sentir ser abrazada por sus musculosos brazos. Cuando lo tengo cerca siento que mi corazón se saldrá del pecho e incluso respirar se me hace difícil y mi mayor pecado es pensar en probar sus suaves y rojos labios». 

Devuelvo el diario a la mesita, no puedo seguir leyendo eso. Los relatos de mi mamá son más explícitos que el cuento de la princesa de la Luna y su dragón. 

Me recuesto y me quedo observando el techo. Hay algo que no cuadra en esta ecuación. Mi atracción por Breymont es una realidad, pero no coincide con lo que mi progenitora describió como amor. Por alguna razón siento temor ante su presencia, pero no voy a negar que hay algo demasiado fuerte que me atrae de él. También he estado pensando en la advertencia de Shani. Ella actuó demasiado extraña cuando mencioné el nombre de Breymont.

Con mis pensamientos y emociones a flor de piel, decido salir a tomar aire puro. Camino hasta el río y me siento sobre el tronco caído de un pino, seguramente producto de la otra noche tormentosa.

Un chapoteo llama mi atención, me giro y cuando lo veo salir medio desnudo pego un respingo e intento escapar antes que note mi presencia.  

—Ahora te dedicas a espiarme —me acusa el muy descarado.                      

Pongo mis manos en puño y contengo mi enojo, estoy segura que mi cara está roja, pero es más por la ira acumulándose que por vergüenza.

—Ya quisieras —respondo entre dientes. 

—¿Por qué siempre actúas a la defensiva conmigo? —El tono de voz que emplea lo hace sonar dolido y decepcionado—. Te pedí una oportunidad y lo que has hecho es evitarme. Eire realmente me importas, estoy aquí es para llevarte conmigo.

—Estás realmente loco, nunca dejaré a mis abuelos y menos iré con un desconocido. 

Empiezo a caminar rápidamente ya que por más que él me gusta su actitud me hace sentir temor, es verdad, conozco la forma en que los hombres conquistan a las mujeres, incluso he sabido de muchos casos que son sus padres los que escogen el esposo ideal para sus hijas, pero mis pensamientos distan mucho de la época en la cuál vivo. No me considero un objeto al cuál venderse al mejor postor y tengo la dicha que mis abuelos apoyan mis sentimientos. Aunque, debo ser sincera que la mayor parte de mis ideales son gracias a mi amiga Shani.

—¡Espera! —Su mano apresa mi brazo—. Prometo comportarme, solo quédate conmigo y escucha lo que tengo que decirte —pide en un tono suplicante.

¡Por los dioses! Por más que quisiera salir huyendo, no puedo. Hay algo que me lo impide.

—Está bien, pero si no te comportas no volverás a tener otra oportunidad conmigo —advierto—. Ahora vístete.

«Si no lo haces estaré distraída todo el tiempo», pienso.

—Ya puedes girarte —dice pasado un par de minutos.

Me regreso a mi lugar y me vuelvo a sentar. Estoy segura que me voy a arrepentir por haber cedido, pero siento la necesidad de escuchar lo que Breymont tiene por decir. 

—¡Te escucho! —digo impaciente.

—Eire… Quiero ofrecerte una disculpa, mi actuar no ha sido el correcto, pero es muy difícil para mí tener que soportar tu rechazo. Durante mucho tiempo he idealizado el momento en que volvería a encontrarte y me imaginé algo muy distinto, creí que tú me recordarías.

Un nudo se forma en mi garganta, siento mucha tristeza por él.

—No sé quién fue o es tu amada, pero te aseguro que esa no soy yo, me caes bien, se nota que eres un buen hombre, pero yo no puedo corresponder un amor que no siento.

—¿Qué te hizo esa maldita bestia? ¿Dónde quedó mi amada princesa?

—Breymont, debo regresar, está plática no está saliendo bien.

—Lo sé y te aseguro que este que ves aquí no suele comportarse como lo estoy haciendo ahora —responde mientras se frota el rostro—, pero Eire, me es difícil controlarme, tú me haces perder la cordura, ahora mismo quisiera poder tenerte más cerca, me estoy volviendo loco desde el día de nuestro reencuentro. Yo solo deseo que vuelvas a mis brazos.

Un escalofrío me recorre, pero intento mantener mi compostura, debo ocultar lo mucho que me está afectando no solo su presencia, si no también sus palabras.

—Mañana es mi cumpleaños, quiero que al amanecer ya no estés en mi casa.  

En sus ojos hay dolor, un dolor que me transmite y me hace dudar, es como si dentro de mí existieran dos personalidades distintas: una se siente atraída y la otra lo desconoce.



#45 en Fantasía
#5 en Magia

En el texto hay: criaturas magicas, romance, drama

Editado: 29.07.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.