Me acerco a la chimenea para animar el fuego, coloco dos trozos de madera y luego me acomodo en mi asiento, tomo el manuscrito y lo pongo sobre la mesa. Paso mis dedos por sobre las letras doradas, es realmente hermoso, pero su escritura es muy dolorosa. Ya he perdido la cuenta de las veces en que he releído está historia, pero cada vez me hace sentir una sensación extraña. Dejo salir un suspiro y empiezo a leer.
***
Yo era una princesa nacida en el reino de Arontanuim. Un reino habitado por inmortales. Nuestro mundo estaba gobernado por dos señores, el señor de la Luna era nuestro rey a quién debíamos servir y el señor de las tierras de fuego; nuestros enemigos mortales y los que siempre quisieron menguar nuestras tierras y esclavizar a nuestra gente.
Desde que fui creada por la diosa madre, gracias al rosillo de la mañana y bajo la bendición de la Luna plateada, fuí entrenada para combatir a nuestros enemigos, los cambia formas. Ellos eran dragones de fuego con la habilidad de convertirse en hombres.
Mi maestro siempre nos advertía de no caer en los encantos de aquellas bestias, ya que se decía que eran tan hermosos que con solo una mirada bastaba para caer en el hechizo de su amor, lo cual ellos aprovechaban para quemar con su fuego mágico nuestra existencia inmortal. Cada vez que escuchaba esa advertencia me causaba mucha gracia, eso era ridículo, sin embargo, siempre tuve la curiosidad de encontrarme con uno y descubrir que tanto era verdad.
Mi curiosidad creció al igual que yo, y un día que me encontraba de cacería, me desvíe del camino y pise las tierras prohibidas. Ante mis ojos lo que veía era fascinante, los colores rojizos era algo que nunca había visto de cerca, parecía como si el sol besaba esas tierras áridas y azufradas, pero como novata cometí el error de no marcar mi camino de regreso, al verse todo igual no supe como regresar, la noche pronto me sorprendió y tuve miedo, sabía que mi maestro no se iba a preocupar, me caracterizaba por ser traviesa y curiosa, seguramente él estaba era planeando mi castigo por no llegar a tiempo y no vendría a buscarme. Estaba angustiada. Los latidos de mi corazón cada vez eran más fuertes, como si dentro de mi pecho llevara una manada de potros salvajes. A lo lejos escuché un estruendoso rugido. Empecé a correr, pero el miedo me jugó una mala pasada y sin darme cuenta caí en un hueco de lava y mi piel se quemó. Un grito salió de mi garganta y a como pude salí de aquella tortura, pero no podía levantarme y aunque poseía magia, al ser joven no era suficiente para curarme, eso me llevaría por lo menos tres días. Además debía encontrar hierba para que fuera más efectiva, ya que mi magia provenía de la naturaleza, por eso mis ojos eran verdes como los prados en primavera.
Me quedé llorando por el dolor en medio de la noche, el sufrimiento cada vez era más y más insoportable, tanto fué mi congoja que no lo escuché llegar hasta que sus ojos rojos como el fuego me miraron.
—¿Qué haces en mi territorio? —Su voz sonó como un trueno más de los cielos.
Empecé a arrastrarme hacia atrás, pero a medida que lo hacía la bestia avanzaba lentamente hasta que la tuve a escasos centímetros de mí, sentí su respiración caliente en mi rostro, parecía que me estaba olfateando.
—¿Me vas a comer? —pregunté asustada.
—Eso es repugnante, yo no como rapiña —respondió en forma burlona.
—Cómo te atreves a llamarme así, eres una criatura muy descortés.
—Hueles muy mal —respondió resoplando.
Achine mis ojos, sabía que gracias a la escasez de Luz no podía verme, o eso creía ya que yo solo miraba el rojo fuego de sus ojos y no podía distinguir el resto de su cuerpo. Así que de forma disimulada empecé a oler mi ropa.
«¿Será que me hace falta un baño?», pensé. Pero me había bañado por la mañana y mi sudor en realidad no olía mal, ¿o sí?
»Eres demasiado extraña. —Su voz está vez había sonado un poco divertida.
—No huelo mal, en realidad me han dicho que mi olor es dulce como las flores de la primavera —me defendí.
La criatura solo resopló y luego sentí como tomaba mi pierna.
»¿Qué creés que estás haciendo?, suéltame, soy una doncella y nunca he sido tocada por ningún hombre o lo que sea que eres —me quejé.
—No te muevas —ordenó. Luego empecé a sentir como algo rasposo rozó mi piel lastimada.
—¡Eres un aprovechado!, suéltame, —empecé a gritar, al sentir como lamía mi herida.
Pero él no obedeció y yo estaba temblando por las sensaciones extrañas. No era dolor, ya que su saliva había anestesiado mi piel, se sentía diferente, extraño y me daba miedo.
—Ya estás sana, ahora vete —respondió cuando hubo terminado.
Me levanté y realmente me sentía como nueva, pero no sabía cómo regresar.
—¿Me podrías indicar el camino? —pedí tratando de sonar tierna y gentil.
—No podré sacarme ese sabor a carroña por mucho tiempo, y aún así te atreves a pedir que te acompañe, te recuerdo que nadie te invitó a mi territorio. —No podía distinguir sus expresiones, pero estaba segura que se veía arrogante y prepotente.
Editado: 29.07.2023