HADES
Bostezo mientras mantengo mi vista en el rio Aqueronte el cual contiene a las almas perdidas que no pagaron a Caronte.
Oigo sus lamentos, sus gritos, sus frustraciones y deseos. Un día normal en el Inframundo.
Oigo a nuevas almas llegar y otras irse hacia su destino. Oigo a mi perro de tres cabezas gruñir mientras se come un trozo de carne. Y entre todo este barullo estoy yo. Sentado en mi gran trono negro que está ubicado en lo alto de la colina más alta del Inframundo donde tengo vistas a todo el lugar.
Vuelvo a bostezar. Este lugar luce tan frío como siempre y pienso por milésima vez en el día que Zeus tuvo mucha suerte cuando nos repartimos los reinos: a él le tocó el de los cielos y a mí, el de los muertos.
La jodida suerte que tengo yo no la tiene nadie. Tengo una mujer encantadora, un reino prometedor... Lo tengo todo.
— ¡Hermano! —escucho una voz femenina.
Me reincorporo en mi asiento para buscar con la mirada a la dueña de dicha voz.
Yo controlo todo el infierno. Sé cuántas personas entran y cuando lo hacen. Ese es uno de mis trabajos. Pero el no haber notado que alguien entraba es poco usual. Mas al ver a la persona o más bien a las personas que han entrado, me vuelvo a despatarrar en mi trono.
— Hermano, —vuelve a decir Afrodita, ahora en un tono normal ya que se ha posicionado a mi lado— aceptarías hacerme un favor, ¿no?
— Depende de lo que fuese —le contesto.
Mi hermana sabe muy bien que sí haría lo que ella me pidiese. Por algo es mi hermana favorita, pero es demasiado aprovechada. Sin embargo, es buena persona. Si no, no me relacionaría con ella.
Mi otro hermano, Poseidón, sonríe a lo que yo me pregunto qué cojones estarán tramando. Afrodita gruñe al ver sonreír a este, pero cambia su cara gruñona a una más calmada ya que como dice ella: “Así se evitan las arrugas”. Aunque ella sabe que cualquier hombre daría su alma si fuese necesario por estar un día con ella. Tanto como para verla reír como gruñir.
Por como mira a Poseidón puedo deducir que hace un momento se han peleado. Ella le ha gritado y él, como siempre, ha esquivado sus gritos y órdenes.
— Hermano, —se gira para mirarme de nuevo— tú sabes que suelo ir al mundo de los mortales a veces, ¿verdad?
Yo asiento con la cabeza. Siempre que se va, vuelve con nuevas noticias para contarme. La comida, el olor humano, la ropa. De todo. Y yo, la escucho porque sin contar que no tengo nada que hacer aparte de vigilar a las almas en pena, me gusta el simple hecho de escuchar algo que no sean solo los gritos de los muertos.
Poseidón vuelve a sonreír emocionado esperando a que Afrodita siga con lo que estaba diciendo, pero esta vuelve a notar la sonrisa de él.
— ¡¿Quieres parar de sonreír así?! —le replica— ¿Quién te ha dicho que te voy a dejar apuntarte?
— Me apunto si quiero —Poseidón levanta los hombros sin poder evitar una risa—. Además, si él se niega, soy tu única opción.
— No, no lo eres. Hay más divinidades a las que les podría preguntar —le dice y me mira para retomar la conversación.
— ¿Por qué mientes? —sonríe mi hermano cruzándose de brazos.
— ¡No miento!
— ¿De qué habláis? —les pregunto al ver que, si no, se seguirán peleando lo que queda de eternidad.
Ellos me miran y Poseidón mira a Afrodita mientras ella carraspea. Sonríe como si nada y me dice lo que me tenía que decir sin tapujos.
— ¿Te vienes conmigo al mundo de los mortales?
Frunzo el ceño mientras noto la mirada de mi hermano sobre mí esperando a que diga que no para poder irse él. Afrodita espera mi respuesta con ansias, pero yo solo niego con la cabeza. Afrodita me mira con desilusión.
— ¿Por?
— Te dije que Hades no querría venir. Pero, oye, me tienes a mí —dice el otro.
— Calla —le replica ella y después me mira—. ¿Por qué no? Si siempre que te cuento lo que pasa ahí arriba te mantienes muy curioso. ¿No te gustaría verlo todo con tus propios ojos? Solo estaríamos unos meses. Por diversión —intenta convencerme—. Yo quería ir contigo esta vez.
Claro que me gustaría ver el mundo mortal con mis propios ojos, pero es que hay factores que Afrodita se está pasando por el mismísimo forro. Como, por ejemplo, que no puedo irme del Inframundo, así como así.
— Yo ya he ido al mundo mortal, —contesto— y no ha sido muy de mi agrado.
— Eso es porque no lo has visto como se debe. Yo te guiaré —insiste.
Afrodita sigue sin pillar las cosas y Poseidón, quien en todo este tiempo ha estado sentado en el suelo de piedra y polvo al lado mío, se da cuenta de eso. Se levanta silbando y me mira para luego mirar a nuestra hermana.
— No puede ir, Afro. Piensa por un momento en tu vida. ¿No te olvidas de un factor importante?
Afrodita se queda pensando un momento para encontrar el gran motivo que me impide ir con ella, mi querida hermana, al mundo de los mortales y después habla.
— No sé.
— Su esposa, idiota —dice mi hermano de forma obvia—. Perséfone.
Afrodita abre la boca soltando un “aahh” que demuestra que ya se ha entendido todo. A continuación, pone una mueca de asco.
— ¿Solo por eso? ¿No venía dentro de tres meses?
— Sí —contesta Poseidón por mí.
Afrodita esboza una sonrisa de oreja a oreja.
— Si era por eso no tenías que preocuparte —hace un gesto con la mano restándole importancia al asunto—. Podemos volver antes de que ella llegue.
— Sigo pensando lo mismo. Prefiero no ir —escucho a una nueva alma entrar.
— Vamos Hades, —dice Poseidón— yo también tengo esposa y, aun así, me voy.
— Que tu no vienes —le repite Afrodita.
— Ven y te aseguro, hermano mío, —continúa ignorando a Afrodita— que te lo pasarás como nunca. Sal de este sitio un rato.
Me pongo a pensar si ir o si no. La verdad es que a veces no suelo entender cuál es mi papel en el Inframundo aparte de ser su dios. He visitado varias veces el mundo mortal y tampoco es para sorprenderse tanto, pero tener la oportunidad de irse durante varios meses de todo este sitio, es una idea jodidamente tentadora y encima con mis hermanos favoritos.