CAROL
— Carol, Sara ya está aquí —oigo a mi madre desde el piso de abajo.
Busco rápidamente mi cuaderno de apuntes de lengua y lo meto en mi mochila roja rápidamente. Me la cuelgo a la espalda con un brazo y bajo rápidamente al salón donde mi madre me entrega mi almuerzo: una manzana con un par de galletas.
Se lo agradezco con un beso en la mejilla y salgo a la calle donde mi amiga me está esperando. Esboza una mini sonrisa astuta cuando me ve.
— Un poco más y me tienes aquí, muerta de calor —me dice.
Aunque estemos en primavera, ya se empieza a notar el calor. Pero se empieza a notar por la tarde. Por la mañana hace un sol tenue con una brisilla que despertaría a alguien medio dormido.
Abrazo a mi amiga y cruzamos la carretera para posicionarnos en la acera en la que hace sol. Así conseguimos una temperatura “equilibrada” como dice Sara, aunque yo la noto igual que como si estuviésemos en la sombra.
Doy una gran bocanada de aire y me pongo a pensar. Quedan solo tres meses para que nos graduemos del instituto. Tres meses para decidir a qué universidad entrar para tener un futuro prometedor. Cuando empecé el instituto, no se me pasó por la cabeza el tener que elegir una universidad, pero cuando mi madre empezó a dejarme folletos para tener opciones abiertas, vi que todo esto iba en serio. Todavía no sé qué quiero hacer, pero de lo que estoy segura es que voy a seguir estudiando hasta que me pueda coger un buen oficio.
— ¿Tú que serás? —le pregunto de repente a Sara.
— ¿Cómo que qué seré? —me mira.
— Ya sabes, ¿qué quieres estudiar? Queda poco para que abandonemos el insti.
Sara frunce el ceño un momento, indicando que está pensando. Después, levanta los hombros restándole importancia al asunto.
— Tú ya sabes. Me tomaré un año sabático.
— Dirás que te tomarás una vida sabática —rio.
Ella solo ríe falsamente lo que me hace a mí estallar de risa.
— ¿Y tú que serás?
—… No lo sé —mi risa disminuye—. Estoy pensando y explorando opciones.
Sara asiente con la cabeza haciendo que varios mechones de su pelo castaño se le pongan a la cara. Se los aparta varias veces, pero eso no le soluciona nada así que después de murmurar un “que fastidio”, me pide una goma de pelo que yo, sin ningún problema, le prestó.
La verdad es que ni siquiera entiendo porque sigo teniendo gomas para el pelo. Me corté el pelo hace meses dejándomelo un pelín más arriba de los hombros. Según mi madre, es más practico así. Y es gracioso teniendo en cuenta que ella tiene una larga melena pelirroja. Yo no. Yo salí a mi padre. Con el pelo negro. Mi madre quiso que también me lo tiñese para simular que éramos hermanas, pero esa idea no era muy de mi agrado. Tener una “mamá hermana” no venía en mis planes así que dejamos mi cabello en su color original.
— ¿Por qué no me corté el pelo como tú? —se pregunta más para sí misma después de haberse hecho un moño bajo.
— Porque es tu mayor atractivo —la sonrío.
— ¿En serio? Pensé que era mi carácter de mierda —dice con ironía.
Vuelvo a reír. Sara no tiene desperdicio. La quiero demasiado. A veces la gente se pregunta como logramos ser amigas. Probablemente es porque tenemos personalidades muy distintas y como se suele decir, los polos opuestos se atraen.
Mi risa es interrumpida por unos gritos y una risa en la acera de al lado. Giro mi cabeza hacia la derecha para ver a tres personas en la otra acera. Una chica y dos chicos.
Entrecierro los ojos al ver que destacan por su exceso de belleza. Destacan porque al parecer, medio vecindario se para a mirarlos cada vez que van pasando. Me doy cuenta que los gritos proceden de la chica. Tiene el pelo rubio y ondulado. Su cara es del color del azúcar y sus labios son rosados. Viste un top negro el cual le descubre los hombros y una falda de cuero roja por encima de las rodillas. Calza unas botas altas y negras que tienen pinta de duras. Y al parecer lo son porque le da un pisotón al chico que hace rato se estaba riendo.
— ¿¡Quieres otra!? —dice la chica al oír al chico quejarse.
Parece ser que al chico le dan igual sus palabras porque después de quejarse por cinco segundos, se vuelve a reír.
Él también tiene el pelo rubio, pero este tiene el cabello un pelín más apagado que la rubia. Tiene un mechón color agua cayéndole por la frente. El chico tiene pinta de ser fuerte ya que tiene arremangada su camisa a cuadros color azul hasta los codos dejando ver sus musculosos brazos. Tiene la camisa abierta dejando ver una simple camiseta blanca y lleva unos pantalones vaqueros rotos. Su mochila cuelga de su hombro como si fuese un saco de patatas.
El chico suelta una carcajada ruidosa pero armoniosa mientras que la otra chica sigue discutiendo con él. Pero el que de verdad me llama la atención es el que está detrás de ellos, sujetando dos mochilas. Supongo que la de la chica y la suya.
Tiene el pelo más negro que el azabache que tapa un pelín sus ojos los cuales están aburridos. Lleva un jersey negro el cual combina con sus vaqueros negros y sus zapatillas del mismo color. Y su altura... Su altura es increíble. Si no es como el rubio, que ya es alto, es diez centímetros más alto que él.
Miro a mi amiga para ver si ella también se ha dado cuenta de esas espectaculares y atractivas personas que hay en la acera de la derecha y sé que se ha dado cuenta porque cuando me giro a mirarla, ella vuelve rápidamente la vista hacia el frente.
— ¿Los estás viendo? —le pregunto alternando mi vista entre esos maravillosos seres y ella— ¿Los ves?
— Sí, sí, los he visto. Pero no hace falta que les mires todo el rato —susurra, cosa que no hace falta ya que estamos en la otra acera—. Te vas a chocar con una farola o algo.
Pero no la hago caso. Sigo mirando a esos chicos. El chico que sostiene las dos mochilas dice algo que no logro escuchar ya que él no está pegando gritos como los otros dos. El chico rubio para de reír y pone una cara de reproche mientras que la chica rubia sonríe egocéntricamente y enrolla su brazo con el de pelo negro. ¿Será su novia? Pues obviamente, a ver, los dos son igual de perfectos.