El Amor De Un Dios

CAPÍTULO 2: COMPAÑEROS ANTISOCIALES Y DELFÍNES EMPODERADOS

SARA 

Dos semanas. Dos malditas semanas desde que los hermanos Olimpo llegaron. A mí, personalmente, no me gusta venir al instituto, pero desde que ellos llegaron, mis ganas de quedarme en casa han subido. 

Antes, mi clase era de las que no destacaban. De las que sonaba el timbre y ninguna persona de otro salón venía a la entrada para esperar a nadie porque prácticamente, nadie aquí tiene amigos... Que yo sepa. Tampoco es que me interese saberlo. 

El tema aquí es que desde que Miss perfecta se instaló en mi clase, cada vez que toca el timbre es como un mar de adolescentes llenos de granos intentando meterse en una clase ajena y siempre gritan lo mismo. 

— ¡Afrodita! 

— ¡¿Está Afrodita?! 

Recojo mis libros y me encamino hacia la puerta esperando encontrarme el mismo jaleo que lleva produciéndose desde hace dos semanas. Y al acercarme a la salida me quedo alucinada. Esperaba encontrarme un mar, no un océano de chicos a la salida. Me quedo quieta delante de la puerta preguntándome a mí misma cómo cojones los profesores permiten todo eso y al parecer mis compañeros antisociales también piensan lo mismo porque se quedan igual de pálidos que yo. 

La pregunta del millón aquí es: ¿cómo salgo yo de aquí ahora? Tengo prisa. 

Entonces una idea pasa corriendo por mi mente. Sujeto firmemente mi mochila con una mano y me echo un poco para atrás para tomar carrerilla. Respiro tres veces antes de echar a correr hacia toda esa gente que se ubica delante de mi aula. 

Intento salir de la clase, pero un chico de metro setenta el cual lleva un ramo de flores y el pelo engominado –al parecer se preparó para el “gran día”- me tapa el paso. 

— ¿Te apartas o te aparto? —le pregunto en un tono amenazante. 

Él suelta una risotada. 

— Buena suerte. 

Gruño al oír su egocéntrica respuesta y miro hacia abajo para encontrar algún punto débil. Para mi suerte, tiene las piernas ligeramente abiertas. Lo suficiente como para que yo pueda darle una patada y tener un obstáculo menos, pero me voy por una opción menos convencional. Descuelgo mi mochila del hombro y la tiro debajo de sus piernas. Después me tiro al suelo para poder arrastrarme y poder pasar por debajo de ese túnel de patas peludas. 

Paso sin ninguna dificultad así que me preparo para coger de nuevo mi mochila, levantarme y salir de ahí pero no cuento con que cuarenta pares de pies más me dejen inmovilizada. 

— Joder... —murmuro. 

Me quedo ahí un rato intentando llegar hasta la salida de todo ese maremoto, pero el tsunami no parece bajar. Luego me doy cuenta de algo. Afrodita no está en clase. Afrodita salió de clase media hora antes de que esta se acabase y nunca volvió. Claro. Es que estábamos en matemáticas. Y el profesor la dejó salir ya que como él dijo: “A los alumnos nuevos hay que darles un poco más de ventaja y prioridades”. Ya. No se lo cree ni él. A lo mejor se quedó asombrado por la magnífica belleza de Afrodita Olimpo porque que yo sepa, dejas de ser nuevo después de una semana. O eso es lo que me han dicho. 

Estoy harta y asfixiada aquí abajo así que grito. Grito antes de que uno de los chicos de este océano se caiga encima de mí y me aplaste con su gran culo. 

— ¡Afrodita, no está aquí! —de repente las aguas se calman y se abre un círculo a mi alrededor. 

— ¿Cómo que no está? 

— ¿A dónde fue? 

Me levanto del suelo mientras cojo mi mochila y me la cuelgo al hombro. Después me sacudo las manos al ver que las tengo grises, pero no se quita casi nada. El suelo está más sucio de lo que se piensa. 

— No sé —les respondo—. Salió de clase. Creo que necesitaba tomar aire. 

Los chicos se miran los unos a los otros antes de dispersarse por todas las direcciones en busca de Afrodita. Ya me imagino los titulares: “Se pierde alumna extraordinariamente guapa”. 

Frunzo el ceño porque, sinceramente, parecen unos malditos acosadores. 

Mis compañeros antisociales van saliendo de la clase poco a poco agradeciéndome que haya podido dispersar a todos los chicos y después de hacer un asentimiento con la cabeza dándoles a demostrar que no hace falta que me den las gracias, me marcho al baño porque parece que he cogido un puñado de carbón con las manos. 

Me dirijo hacia el baño de las chicas al cual no va casi nadie. Por eso me gusta tanto. El baño que está al lado del almacenillo del conserje, en el pasillo más silencioso de todo el instituto. Doblo la esquina y cuando empujo la puerta para entrar me sorprendo solo un pelín al ver a cuatro personas dentro, pero me sorprendo un poquito más al ver a una en concreto. 

— Hablando de la reina de Roma... —voy hacia uno de los lavabos. 

Afrodita está en el lavabo contiguo al mío retocándose el pintalabios mientras que tres chicas, rubias como ella, pero de bote, no paran de halagarla como si les viniese la vida en ello. 

— Y nos encantaría que te sentases a comer con nosotras —dice una. 

— Sí, y puedes traer a tus hermanos también —secunda otra. 

Sonrío orgullosa de mí misma por haberlas tenido fichadas desde el primer momento. Obviamente, a esas chicas no les importa una mierda Afrodita. Seguramente la envidian. 

Me echo un poco más de jabón. 

— Pelotas... —susurro. 

Afrodita me mira de reojo mientras termina de retocarse el pintalabios. Después se da la vuelta apoyando su espalda en el lavabo mientras observa a las tres chicas. 

— Me siento halagada por vuestra invitación —empieza. Después se enrosca un mechón de pelo rubio en el dedo—. Pero hoy no podré comer con vosotras. 

— ¿Y tus hermanos? ¿Puedes preguntárselo? —dice la tercera rubia más como una orden que como una petición. 

— Desesperadas... —vuelvo a susurrar. El color grisáceo de mis manos ya se empieza a quitar. 

Afrodita suelta una risilla. 

— Creo que ellos tampoco podrán —mueve la cabeza en símbolo de negación—. Mis hermanos son unas personas muy ocupadas. 



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En el texto hay: humor, dioses griegos, romance

Editado: 25.05.2023

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