CAROL
— Pero cuando volví a la clase, él ya se había esfumado —apoyo mi cabeza en la taquilla al lado de la de mi amiga.
Ella cierra su taquilla tan fuerte que parece que va a romperla y aún con la mano apoyada en esta empieza a murmurar cosas incomprensibles.
— ¿Quién coño se cree que es? ¿Solo porque me ha ganado unas cuántas veces? No me jodas.
Me quedo callada un rato un pelín sorprendida de que por una vez Sara no me haya respondido con algo irónico a la mini historia que le he contado.
— ¿Sara?
— ¿De verdad piensa que va a ser así siempre? —me mira un poco histérica esperando una respuesta. Yo niego rápidamente ya que no sé qué más hacer aparte de decirle que se tranquilice—. Ese memo de... De mierda.
Yo respiro profundamente al ver que no se ha enterado de nada, pero creo que lo que le pasa es grande ya que raramente se suele poner así.
— ¿Qué ha pasado?
Ella me mira, supongo que preguntándose si debería contármelo o no, hasta que se acuerda de que soy su mejor amiga.
— ¿Sabes lo que es tener a veinticinco chicas en las gradas gritando el nombre de Poseidón toda una hora? ¿La eterna humillación de que siempre te esté ganando un chico que parece haber nacido nadando?
Levanto los hombros.
— No... Pero mira el lado positivo. Así tienes más práctica y te esfuerzas más —intento ver lo positivo de la situación.
— No. Llevo nadando desde los cinco años. ¿Qué se supone que tengo que practicar?
— Bueno... ¿Mejorar?
Es verdad que Sara lleva nadando toda su vida. Recuerdo cuando éramos pequeñas y nos llenábamos de alegría cada vez que terminaban las clases, aunque el único esfuerzo que hiciéramos fuese el no colorear fuera de la línea.
Recuerdo que mi madre me dejaba en casa de Sara, ya con mi bañador de unicornio rosa puesto, y el señor Martel nos llevaba a la piscina pública. Solíamos hacer carreras y, a pesar de tener seis años, Sara se las apañaba muy bien en el agua mientras que yo nadaba a lo perrito.
— Nadas muy bien —digo al ver que me ha matado cuatro veces con la mirada—. Seguro que serás la próxima Mireia Belmonte —sonrío.
Ella, todavía un pelín afectada por su pequeño ataque de nerviosismo, vuelve a la normalidad, y como no, me pregunta que qué voy a hacer con lo de Hades. Al parecer, sí que estaba escuchando.
— No lo sé.
— Tampoco es que pase nada. Si te digo la verdad, la única pava que está creando esta tensión eres tú —me mira con obviedad—. Le das muchas vueltas a un par de mierdas.
Aunque me sienta un poco ofendida por ese comentario, creo que Sara tiene razón. Estoy creando tensión donde no la hay. Como cuando en la primaria, un chico dos años mayor que yo se me acercó para decirme que me había manchado la falda y a partir de ahí, intenté crear una tensión romántica y a la vez incómoda para dejarle en claro que yo “también” estaba interesada en él. Sin tener en cuenta que tenía novia y estaban super enamorados y todas esas milongas.
— Así que actúa normal por lo que más quieras —prosigue—. Y si vas a tener un ataque de nervios o de vergüenza, que no se note.
— Como tú hace un rato, ¿no?
Frunce el ceño antes de decirme que se va a su siguiente clase así que la abrazo fuertemente antes de que se vaya muy a su pesar. Sé perfectamente que no le gustan las muestras de afecto en público, pero la quiero demasiado y ella lo sabe. El sentimiento es mutuo, me gusta pensar. Me da unas palmaditas en la espalda dándome a entender de que ya hay que separarse y justo cuando la veo alejarse por el pasillo, me llega una notificación al teléfono.
“¿Te parece que nos veamos en la biblioteca a las 17:00?”
Lo primero que hago es preguntarme quien es esta persona la cual ha conseguido mi número de teléfono, pero después me acuerdo de la única persona con la que he hablado de bibliotecas hoy y su siguiente mensaje me lo confirma.
“Soy Hades.”
Y una nube gris empieza a formarse en mi cabeza. No por el mensaje sino por la constante pregunta que me hago a mí misma:
¿Cómo es que tiene mi número?
Golpeteo el bolígrafo que tengo en la mano indefinidas veces mientras que el chico frente a mi hojea las páginas de un libro y escribe en una hoja de papel tomando apuntes. Intento concentrarme, eso es lo que se debería hacer en una biblioteca. Sobre todo, si estás ahí para hacer un trabajo importante con el chico más guapo de todo el insti.
— Hay que concentrarse —me susurro.
Y a pesar de la mirada de reojo que me da Hades a causa de mi frase auto motivacional, sigue a lo suyo y yo miro directamente al libro que me he cogido hace un rato para ponerme al día. Pero me es muy difícil. Me es muy difícil ya que varias chicas en la biblioteca se pasean alrededor de nuestra mesa mirando a Hades y a la vez mordiéndose el labio. Una clara forma de decir “Chico, estoy interesada en ti” pero Hades no las hace ni caso.
De todas formas, me parece un poco grosero de su parte. ¿No ven que estoy sentada con él? ¿No podrían suponer que soy su novia o algo? Claro que no podrían. Al lado de Hades solo soy una pequeña existencia insignificante.
Y una de las chicas me lo recuerda poniéndose justamente enfrente de mí, dándole la espalda a Hades. Hace como que se le cae un lápiz al suelo, aunque se nota claramente que la tía lo ha tirado, y con una flexibilidad increíble se agacha para recoger el lapicero sin doblar sus piernas dejando así su culo en toda la cara del pelinegro. Cuando, después de tres horas, por fin encuentra el lápiz, la chica se levanta, mira a Hades, se mete el lápiz en las tetas y le guiña un ojo.
El chico solo suelta una risita y ambos se miran y sonríen ignorándome totalmente y con eso, ignorando mi incomodidad.
Me levanto repentinamente del asiento y aunque la chica ni se haya molestado en mirarme, Hades si lo hace preguntándome con la mirada que qué pasa.