El Amor de un híbrida

Prólogo

—Llévatela, debes llevártela lejos de aquí, no soportaría que nada les pasara, ni a ella ni a ti. Sabes que no podría vivir en un mundo en el cual no estuvieran las dos. Te amo demasiado, a ambas las adoro. Son mi vida entera. — habló con dolor y pesar el hombre, este sujetaba fuertemente entre sus brazos a la dama la cual sostenía a una hermosa y pequeñita criatura fruto prohibido del amor de ambos.

La joven mujer sollozaba incontrolablemente entre los brazos del hombre que amaba y al cual por naturaleza debía odiar. Pero la vida es así, amamos a quiénes no debemos y, aborrecemos a esas personas que no se lo merecen en lo absoluto, es una regla de vida; injusta, pero verídica.

El hombre sentía un dolor punzante dentro de su ser, ver a la mujer de su vida, a su amor eterno por naturaleza, sufrir, era un hecho que lo destruía irremediable e irrevocablemente. Nada de esto sucediera si hubiese tenido más cuidado, atender más las señales que aparecían a su alrededor, escuchar a sus verdaderos amigos, pero no, él simplemente pensaba que con su discreción conseguiría evadir las consecuencias de sus aborrecibles actos, del sacrilegio que ambos cometieron por amor. Aunque para ellos esos actos no eran para nada aborrecibles, más bien, lo mejor que les pudiera haber ocurrido, de hecho, esa traición según muchos, les regaló, a ese ángel que tenían con ellos allí.

Pero ahora, por su indiscreción y terquedad estaría por perder a su mujer y a su hija recién nacida, quiénes no tenían la culpa de nada, de que existieran seres tan despiadados, crueles y sin corazón, a los cuales no les importaba la felicidad de los demás sino mantener el legado. Un maldito legado que, en vez de proteger, procrear, prosperar y progresar lo único que hacía era lastimar, destruir y herir por sus execrables reglas.

La mujer respiró profundamente el aire tratando de llenar con este sus pulmones doloridos, su pecho también dolía y apretaba por el pesar que cargaba, incluso así cerrando momentáneamente los ojos habló.

—Tyler mi amor, mi vida cómo me pides que haga semejante cosa, no podría abandonarte y dejarte a tu suerte con todos ellos viniendo tras nosotros. — tomó una ligera bocanada de aire y lo miró directo a los ojos para luego continuar. —No, no me iré, me quedaré contigo, a tu lado, luchando si hace falta, sabes que daría mi vida por ti y por nuestra hija, no me mires así, lo digo muy en serio, además, es a nuestra niña a quien hay que mantener a salvo. Lo sabes.

El hombre suspiró resignado, sabía que no podría hacerla cambiar de opinión así que la abrazó aún más fuerte y besó su sien con mucha ternura. —Entonces debemos buscar un modo de protegerla y dejarla al margen de toda esta guerra que se nos viene encima, — sentenció el hombre. —De hecho, tendremos que impedir a toda costa que ambas especies se enteren de la existencia de Ángela.

La mujer se tensó considerablemente al comprender sus palabras al punto de que la niña en sus brazos que hasta hace un momento dormía apaciblemente, se removiera por el temblor de sus brazos, entonces el hombre cuidadosamente tomó en brazos a su hija acomodándola en uno para rodear a su amada con el otro brazo.

La decisión que ambos estarían por tomar era algo que desataría el cielo y el infierno al mismo tiempo, y lo sabrían de la peor de las maneras.

Después de cierto tiempo lograron tranquilizarse un poco y se acercaron al sofá a tomar asiento uno al lado del otro. Miraron encantados y completamente enamorados a su pequeña hija y sintieron un profundo dolor en sus pechos al saber que tendrían que separarse por un tiempo indefinido de su pequeña para mantenerla a salvo de todo peligro.

Pero sabían que era lo más conveniente debido a la situación, además solo sería un breve lapso si todo salía a pedir de boca el cual estarían separados de su niña, pues, contaban con el apoyo de muchas personas que sí los querían y apreciaban sinceramente. Y los cuales no estaban en contra de su relación. El hombre levantó la mirada y la centró en el rostro de su mujer, esta hizo lo mismo y fijó sus ojos aguamarina en los verdes oscuros de él, no fue necesaria pronunciar palabra alguna, estas sobrarían. Ambos ya habían tomado una misma decisión, se conocían como a la palma de sus manos y estaban seguros que el otro pensaría lo mismo. Y así era.

—¿Están completamente seguros de esto? No es algo que deban hacer por impulso, lo saben perfectamente. —mencionó por tercera vez la dama rubia de ojos azules que se hallaba con ellos.

—Milena tiene razón amigos, llevar consigo a la pequeña Angie alteraría más el curso de las cosas, ya el hecho de pensar en ello es bastante arriesgado e incongruente. —señaló un fornido hombre con rasgos duros, pero ojos conciliadores de nombre Bastián.

—Ya Alina y yo lo pensamos mucho y llegamos a esta conclusión, sin más, solo nos queda saber si podrán ayudarnos. Es todo lo que precisamos ahora, de la ayuda de nuestros apreciados y más cercanos amigos. —acotó Tyler decidido.

La joven rubia y el hombre castaño se miraron de soslayo un solo instante, sabían cuál sería la respuesta a dar. Tendrían que convertirse en los guardianes de la pequeña Angie a partir de ese momento. Y dejar que sus amigos enfrenten solos a sus enemigos era algo en lo cual ya no podrían intervenir, aunque quisieran.

Tyler y Alina estaban conscientes de los problemas que se les avecinaban y, por el bienestar de su hija estaban dispuestos a enfrentarse solos, sin ayuda de nadie, a todos ellos si hiciere falta. Incluso si eso significaba arriesgar la vida y perder con esta la oportunidad de convivir de nuevo con su niña.

Con mucho cuidado colocaron a su hija en los brazos de Milena y ese fue el acto más desgarrador que ambos hicieron en toda su vida, pues a partir de ese momento ya no la volverían a ver quizás en mucho, mucho tiempo. Todo dependía del resultado de la batalla que se llevaría a cabo a más tardar en una hora.




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