Rafael, cada día que pasaba, se sentía consumido por una rabia ardiente que no podía contener. La intervención de Ezra en el pasillo, defendiendo a Cataleya, había sido una bofetada para él. El dolor de haber sido dejado por Cataleya en el pasado se mezclaba con el resentimiento de ver cómo ella parecía prosperar en su nuevo entorno.
De regreso a su oficina, Rafael no podía dejar de pensar en cómo humillarlo y recuperar algo del control que sentía haber perdido. Su mente empezó a trabajar rápidamente, buscando formas de socavar a Cataleya y hacerle pagar por las heridas del pasado.
—Si ella quiere jugar en las grandes ligas, tendrá que enfrentarse a las grandes consecuencias —murmuró Rafael para sí mismo, su mente maquinando un plan.
Sabía que Ezra confiaba en Cataleya y que cualquier error podría dañar esa confianza. Decidió que la mejor manera de hacerla quedar mal era manipular uno de los proyectos en los que trabajaba. Si lograba que pareciera que Cataleya había cometido un error grave, podría debilitar su posición en la empresa y, tal vez, sacarla de su camino para siempre.
Rafael comenzó a tramar un plan meticuloso. Durante las semanas siguientes, encontró oportunidades para manipular documentos y alterar datos clave del proyecto de Cataleya. Sabía que un error en los datos financieros sería difícil de detectar a primera vista, pero devastador una vez descubierto.
Mientras tanto, Cataleya continuaba con su trabajo, sin sospechar que Rafael estaba minando sus esfuerzos. La relación con Ezra seguía siendo tensa pero cargada de esa atracción latente. Ambos se esforzaban por mantener la profesionalidad, aunque sus miradas y breves momentos a solas hablaban de sentimientos más profundos.
Una tarde, mientras revisaba los documentos del proyecto, Cataleya notó que algo no cuadraba. Los datos parecían inconsistentes, y aunque trató de reconciliarlos, no pudo evitar sentir una creciente inquietud. Decidió llevar sus preocupaciones a Ezra.
—Señor Ferrer, necesito hablar con usted sobre los datos financieros del proyecto —dijo Cataleya, entrando en su oficina.
Ezra levantó la vista de su pantalla, asintiendo.
—Claro, señorita Ríos, ¿qué pasa?
—Hay algo que no cuadra en los datos. He revisado los informes varias veces, pero parece que hay inconsistencias que no puedo explicar —dijo, colocando los documentos sobre su escritorio.
Ezra frunció el ceño, revisando rápidamente los documentos.
—Voy a investigar esto más a fondo. Gracias por decirlo.
Mientras Ezra analizaba los datos, Rafael observaba desde su oficina, confiado en que su plan estaba funcionando. Sabía que cualquier error detectado en ese nivel podría ser fatal para la reputación de Cataleya.
Esa noche, Ezra llamó a una reunión urgente con Cataleya y Rafael para discutir los problemas descubiertos en los datos financieros.
—Rafael, necesito que me expliques estas inconsistencias —dijo Ezra, su voz firme y controlada.
Rafael fingió sorpresa, revisando los documentos.
—No entiendo cómo pudo haber ocurrido esto. Deberíamos verificar todo de nuevo.
Cataleya, sintiéndose cada vez más frustrada, intervino.
—He comprobado estos datos varias veces, y estoy segura de que alguien los manipuló. No creo que sea un error accidental.
Ezra observó la interacción con atención, notando la tensión y el juego de poder entre Rafael y Cataleya.
—Vamos a llegar al fondo de esto. No permitiré que algo así dañe nuestra empresa.
Mientras la reunión se desarrollaba, Rafael sintió un ligero temor. Sabía que su plan tenía riesgos, pero estaba decidido a hacer lo necesario para recuperar el control de la mujer que una vez amó. Cataleya, por su parte, estaba decidida a demostrar su inocencia y mantener su posición en la empresa. Ezra, atrapado en medio de la tormenta, sabía que tendría que manejar la situación con precisión para descubrir la verdad.
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Los días pasaban y Rafael seguía furioso y celoso, no podía aceptar que sus intentos de sabotear a Cataleya no hubieran funcionado. Decidió que era hora de tomar medidas más drásticas. Si no podía hacer que la despidieran por incompetencia, entonces destruiría su reputación.
Rafael comenzó a esparcir rumores maliciosos entre los empleados de Ferrer Global. En los pasillos y durante las pausas para el café, insinuaba que Cataleya solo había conseguido su puesto porque tenía una relación íntima con Ezra. Los rumores se esparcieron rápidamente, como un incendio incontrolable.
—¿Has oído lo que dicen sobre la señorita Ríos y el jefe? —murmuraba uno de los empleados a otro.
—Sí, parece que ella está usando sus encantos para ascender, típico de mujeres interesadas en el poder —respondía el otro, con una sonrisa maliciosa.
Cataleya, ajena al principio a los rumores, notó que las miradas y los susurros a su alrededor se volvían cada vez más frecuentes. La incomodidad crecía, y pronto se dio cuenta de lo que se decía a sus espaldas. La noticia la golpeó como un balde de agua fría.
Una tarde, mientras trabajaba en su oficina, Ezra entró con una expresión seria.
—Cataleya, necesito hablar contigo.
Cataleya asintió, sintiendo un nudo en el estómago; en su mente se decía que de seguro la despediría.
—Claro, señor Ferrer. ¿De qué se trata?
Ezra cerró la puerta y se acercó a ella.
—He oído algunos rumores desagradables que están circulando por la oficina. Quiero que sepas que no les doy crédito, pero necesitamos abordar esto.
Cataleya sintió una mezcla de ira y tristeza.
—¿Qué están diciendo? ¿Y cómo se abordaría?
—Están insinuando que tienes tu puesto porque tienes una relación íntima conmigo —dijo Ezra, su voz cargada de frustración.
Cataleya apretó los puños, tratando de contener las lágrimas.
—Ambos sabemos que eso es completamente falso. No puedo creer que alguien esté diciendo eso.
Ezra asintió, su mirada llena de comprensión.