El amor del jefe. ¡ella es su mujer!

El precio del amor

Cataleya había aceptado la propuesta de Ezra, y aunque seguía sintiéndose confundida, estaba decidida a enfrentar el reto. No había vuelta atrás. Los días pasaron, y ella y Ezra trabajaban más estrechamente que nunca. La tensión entre ellos crecía, tanto profesional como personalmente.

Un viernes por la tarde, después de una semana agotadora, Ezra decidió invitar a Cataleya a cenar para discutir algunos asuntos relacionados con el contrato. Aunque la verdad es que únicamente quería tenerla más cerca.

—Cataleya, ¿te gustaría acompañarme a cenar esta noche? Creo que deberíamos hablar sobre algunos detalles del contrato en un ambiente más relajado —propuso, su tono más informal de lo habitual.

Cataleya, aunque sorprendida, aceptó, ya que no sabía que más cosas podían hablar referente a eso.

—Claro, Ezra. Me parece bien.

Esa noche, se encontraron en un elegante restaurante en el corazón de Nueva York. Ezra, vestido impecablemente con un traje oscuro, la esperaba en la entrada. Cataleya llegó poco después, luciendo un vestido sencillo, pero elegante, que realzaba su belleza natural.

—Estás deslumbrante —le dijo Ezra con una sonrisa, ofreciéndole su brazo para guiarla adentro.

—Gracias, Ezra —respondió Cataleya, sintiéndose nerviosa, pero también intrigada por la velada.

Durante la cena, conversaron sobre el trabajo, los retos que se enfrentaban en la empresa y los próximos proyectos en Ferrer Global. Pero inevitablemente, la conversación giró hacia el contrato y su relación personal.

—Ezra, ¿realmente crees que esto es lo mejor para ambos? —preguntó Cataleya, su tono serio.

Ezra tomó un sorbo de vino antes de responder.

—Cataleya, sé que esta situación es complicada, pero creo que juntos podemos superar cualquier desafío. Quiero que sepas que estoy aquí para apoyarte, tanto profesional como personalmente.

Cataleya lo miró, sintiendo una mezcla de emociones.

—Aprecio tu apoyo, pero tengo que admitir que todo esto me asusta un poco. He pasado por mucho y no quiero cometer los mismos errores.

Ezra tomó su mano, mirándola con sinceridad.

—Cataleya, te prometo que no voy a dejar que te lastimen. Quiero que confíes en mí y en lo que podemos construir juntos.

Cataleya sintió una oleada de calor ante sus palabras. Aunque aún tenía dudas, sabía que Ezra estaba dispuesto a hacer lo necesario para protegerla y apoyarla; ya lo había demostrado.

La cena seguía transcurriendo en un ambiente relajado y agradable. Las luces tenues del restaurante, junto con la música suave de fondo, creaban una atmósfera íntima. Después de discutir sobre el contrato y otros temas triviales, Ezra decidió que era el momento adecuado para presentar su sorpresa.

—Hay algo más de lo que quería hablar contigo esta noche, Cataleya —dijo Ezra, sacando una pequeña caja de terciopelo negro de su bolsillo.

Cataleya levantó una ceja, sintiéndose intrigada.

—¿Qué es eso, Ezra?

Ezra abrió la caja, revelando un deslumbrante anillo de diamantes.

—Es un anillo para simbolizar nuestro noviazgo —dijo, con una sonrisa que esperaba fuera bien recibida.

Cataleya se quedó mirando el anillo, su expresión llena de incredulidad. No sabía cómo reaccionar.

—Ezra… esto es demasiado. No puedo aceptar esto.

La expresión de Ezra se tornó de sorpresa. ¿Qué clase de mujer rechaza algo tan costoso?

—¿Por qué no? Es solo un símbolo de nuestro compromiso.

Cataleya negó con la cabeza, intentando encontrar las palabras adecuadas.

—No creo que esto sea necesario. Nuestro noviazgo es solo un contrato. No veo por qué molestarnos con estos detalles.

Ezra, sintiéndose desconcertado y un poco confundido, se tomó un momento para pensar en cómo convencerla.

—Cataleya, esto es parte del contrato. Necesitamos que nuestro noviazgo parezca real ante el público, una vez que salga a la luz. Un anillo ayudará a consolidar esa imagen.

Cataleya miró el anillo de nuevo, sus sentimientos encontrados. Sabía que Ezra tenía razón; el anillo podría ayudar a disipar los rumores. Pero también sabía que aceptar el anillo significaba cruzar una línea que la acercaría aún más a él.

Finalmente, suspiró y extendió la mano.

—Está bien, Ezra. Lo aceptaré, pero solo porque es necesario para el contrato y cuando finalice, volverá a ti.

Ezra sonrió, colocándole el anillo en el dedo con cuidado.

—Gracias, Cataleya. Te prometo que esto nos ayudará a ambos, y no necesito el anillo de vuelta, es tuyo. ¿Qué haría con él?

Cataleya asintió, sintiendo el peso del anillo y lo que simbolizaba. No respondió nada a lo último que él dijo.

Mientras se miraban a los ojos, la atracción y la tensión entre ellos se volvieron aún más palpables.

Ambos sabían que esta relación contractual no solo cambiaría sus carreras, sino también sus vidas personales de maneras que aún no podían prever.

Después de la cena, Ezra la acompañó hasta su apartamento. Al llegar a la puerta, se detuvieron y se miraron a los ojos; la tensión entre ellos seguía siendo tan palpable.

—Gracias por la cena, Ezra —dijo Cataleya, sonrojándose ligeramente.

—Siempre es un placer, Cataleya —respondió él, acercándose un poco más—. Recuerda, estoy aquí para ti.

Cataleya asintió, sintiéndose más conectada con él que nunca.

—Lo intentaré, Ezra. Buenas noches.

Ezra no se movió, su mirada fija en los ojos de Cataleya. La cercanía entre ellos era electrizante, y ambos podían sentir la atracción que los unía. Ezra dio un paso más cerca, su voz baja y suave.

—Cataleya, hay algo más que quiero pedirte.

Cataleya lo miró, su corazón latiendo con fuerza.

—¿Qué es, Ezra?

Ezra levantó una mano y la colocó suavemente en la mejilla de Cataleya, su pulgar acariciando su piel.

—Quiero un beso de tus labios.

Cataleya se quedó sin aliento, sus ojos abiertos de par en par.




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