Llegó el fin de semana, y Cataleya decidió que necesitaba una noche para olvidar sus preocupaciones. Llamó a su amiga Bea y juntas planearon una salida a una discoteca de la ciudad. Quería bailar, beber y perderse en la música, dejar atrás todo lo que la había estado agobiando.
Mientras se preparaba para salir, recibió una llamada de Ezra. Su nombre en la pantalla la hizo suspirar, pero respondió de todos modos.
—¿Y ahora qué quiere? —murmuró.
—Hola, Ezra.
—Cataleya, estaba pensando que podríamos salir esta noche, solo tú y yo. Podríamos ir a cenar o a algún lugar tranquilo —sugirió el hombre, su voz cálida.
Cataleya cerró los ojos por un momento, luchando contra las emociones que eso le provocaba.
—Ezra, lo siento, pero ya tengo planes con una amiga. Además, recuerda una de las cláusulas del contrato: mantener nuestras salidas profesionales al mínimo en lugares públicos.
Ezra se quedó en silencio por un momento, sorprendido por su respuesta.
—Tienes razón, Cataleya. Lo siento, no quería incomodarte. Que te diviertas con tu “amiga”
Cataleya asintió, aunque él no podía verla.
—Gracias, Ezra. Buenas noches. —Y colgó el teléfono, sintiendo una mezcla de alivio y tristeza.
Se enfocó en prepararse para la noche. Eligió un vestido negro ajustado que resaltaba sus curvas, complementado con tacones altos y un maquillaje sutil pero elegante. Su cabello lo dejó suelto, enmarcando su rostro de una manera que la hacía sentir segura y poderosa.
Bea llegó poco después, luciendo igualmente deslumbrante. Juntas se subieron a un taxi que las llevó a una de las discotecas más populares de la ciudad. La entrada estaba llena de gente, la música se escuchaba desde afuera y las luces de neón iluminaban el ambiente.
—Esta noche vamos a olvidarnos de todo y a divertirnos como nunca, ¿de acuerdo? —dijo Bea, agarrando la mano de Cataleya.
—¡De acuerdo! —respondió Cataleya con una sonrisa, dejándose llevar por la energía de la noche.
Una vez dentro, la música pulsante y las luces intermitentes crearon una atmósfera envolvente. Cataleya y Bea se dirigieron directamente a la pista de baile, donde comenzaron a moverse al ritmo de la música, dejando que la euforia las envolviera. Bailaron sin parar, riendo y disfrutando cada momento.
Entre canción y canción, se dirigieron a la barra para tomar algo. Cataleya pidió un cóctel y lo bebió con ganas, sintiendo cómo el alcohol comenzaba a relajar sus músculos y a despejar su mente de preocupaciones.
—¡Esto es justo lo que necesitábamos! —gritó Bea por encima de la música, levantando su vaso en señal de brindis.
—¡Salud por eso! —respondió Cataleya, chocando su vaso con el de Bea.
La noche continuó en una espiral de música, baile y risas. Cataleya se permitió olvidar los problemas del trabajo, los recuerdos dolorosos y las complicaciones de su relación con Ezra. En ese momento, solo existía el presente, la diversión y la compañía de su mejor amiga.
Mientras la noche avanzaba, Cataleya se dio cuenta de que, aunque no podía escapar de sus problemas para siempre, necesitaba estos momentos de liberación para recordar que aún podía ser feliz y disfrutar de la vida.
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Ezra colgó el teléfono, sintiendo una oleada de frustración. El rechazo de Cataleya lo había tomado por sorpresa y no podía evitar sentirse molesto. Decidido a no quedarse de brazos cruzados, llamó a su guardaespaldas de confianza para averiguar a dónde iría Cataleya esa noche.
—Necesito saber a dónde irá Cataleya esta noche. Hazlo discretamente —ordenó, su voz firme.
En cuanto tuvo la información, Ezra se dirigió al lugar. La discoteca estaba llena de gente, la música pulsante y las luces de neón creando una atmósfera vibrante. Él se mantuvo en las sombras, observando desde una distancia segura.
Cuando finalmente vio a Cataleya, quedó hipnotizado. La mujer estaba en la pista de baile, moviéndose con gracia y energía, su vestido negro resaltando sus curvas. La forma en que se reía y disfrutaba de la música lo dejó sin aliento. No podía apartar la mirada.
Pero a medida que la noche avanzaba, los celos comenzaron a consumirlo. Cada vez que veía a Cataleya bailar con algún hombre, sentía una punzada de enojo y posesión. Sabía que no tenía derecho a sentirse así, pero no podía evitarlo.
Cataleya, ajena a la presencia de Ezra, se dejaba llevar por la música y la compañía de Bea. Bailaba con diferentes personas, disfrutando de la libertad y la diversión de la noche. Pero cada vez que un hombre se acercaba demasiado, Ezra sentía la necesidad de intervenir, aunque se obligaba a mantenerse en las sombras.
Cataleya y Bea, que ya estaban pasadas de tragos, se movían con una libertad y alegría que solo el alcohol podía proporcionar. La risa de Cataleya resonaba en la pista de baile, y su cuerpo se dejaba llevar por el ritmo de la música.
Finalmente, no pudo soportarlo más. Cuando vio a un hombre intentar acercarse demasiado a Cataleya, Ezra decidió actuar. Se acercó a la pista de baile, su presencia imponente, haciendo que el hombre retrocediera de inmediato.
Cataleya, absorta en la música y el ambiente, no se dio cuenta de la intervención de Ezra. Continuó bailando, dejándose llevar por el ritmo. Ezra aprovechó la oportunidad y se colocó detrás de ella, sus manos, encontrando su cintura con naturalidad.
Al sentir las manos de Ezra en su cintura, Cataleya se sorprendió, pero no se apartó. En lugar de eso, se dejó guiar por él sus cuerpos, moviéndose al unísono. La música los envolvía, y la conexión entre ellos se hacía más fuerte con cada paso.
Ezra, sintiendo la calidez del cuerpo de Cataleya contra el suyo, se dejó llevar por el momento. La atracción que sentía por ella era innegable, y la cercanía solo intensificaba sus sentimientos. Mientras la guiaba en el baile, no pudo evitar susurrarle al oído.
—Cataleya, eres perfecta —dijo, su voz suave y cargada de emoción.