El amor después de amar

Capitulo 2

"En un mundo lleno de ruido, sus susurros eran su refugio."

Kate

La mañana de hoy desperté luego de poder dormir apenas dos míseras horas. Mi hermana y su novio ya estaban desayunando, listos para irse en cuanto yo abriera los ojos. Debo admitir que volver a tener el departamento para mí sola me causa escalofríos; una parte de mí anhelaba la soledad, pero la otra, la más sensata, estaba feliz con ellos dos aquí. De cualquier manera, entiendo por qué no pueden quedarse más tiempo. Ambos son bomberos, y el deber los llama, siempre lo hace. A veces pienso que el fuego corre por nuestras venas, que somos un poco como esas llamas que ellos combaten: inconstantes, impredecibles, pero siempre buscando algo que consumir.

Desde chica, sentí una atracción inexplicable hacia el fuego. Recuerdo cómo me fascinaba verlo danzar, con esa mezcla de peligro y belleza que me hipnotizaba. Quizás por eso siempre admiré a los bomberos, a esos valientes que se enfrentan a lo que otros temen, que corren hacia el caos en lugar de huir de él. En algún momento, pensé que yo también seguiría ese camino, que el fuego sería mi destino. Pero la vida me llevó por otro lado. Encontré mi propio fuego en las motos, en la velocidad, en esa adrenalina que me hace sentir viva.

Aunque tomé un camino diferente, entiendo lo que mueve a mi hermana y a su novio. El deber que sienten no es solo una responsabilidad, es una llamada que no pueden ignorar, una parte esencial de quienes son. Y aunque a veces me preocupo por ellos, también sé que no podrían ser de otra manera. Me enseñaron que, para vivir al máximo, hay que abrazar lo que nos hace sentir más vivos, y para ellos, eso es estar en la línea de fuego. Para mí, es la velocidad y la libertad que solo encuentro sobre dos ruedas.

- Los voy a extrañar, y no pienso repetirlo- murmuré con el tono más firme que pude, aunque el nudo en mi garganta traicionaba mi intento de dureza. Al mirar a mi cuñado, vi que hacía el amague de querer abrazarme. Como siempre, levanté el puño en alto, en señal de que le iba a dar un golpe si cumplía su cometido. Por supuesto que se lo creyó, porque bajó los brazos y se hizo a un lado, como si respetara mi espacio. Pero, en el fondo, él sabía que ese gesto era solo una fachada, una coraza que usaba para protegerme de lo que sentía.

Esta vez, sin embargo, fui yo quien se acercó. Lo rodeé en un abrazo grande, uno que hablaba más de lo que mis palabras podían expresar. Al hacerlo, sentí una punzada en el pecho, un recordatorio de que la vida me había robado algo que nunca podré recuperar. Mi cuñado, con su buen humor y su lealtad inquebrantable, es como el hermano menor que jamás tuve. Siempre pensaré que mi hermana hizo bien en darle una oportunidad. Ellos habían sido amigos antes de ser novios, y ahora estaban comprometidos, con tan solo veinte años. Son una hermosa pareja, digna de admirar, el tipo de amor que parece indestructible, invencible.

Los miro y, en silencio, me recuerdan un poco a lo que Jared y yo éramos. Teníamos la misma llama vital, la misma energía que hacía que el mundo pareciera más brillante cuando estábamos juntos. Éramos la pareja perfecta, encajábamos demasiado bien. Tanto que el universo, en su crueldad, decidió que no podíamos ser tan felices y me lo arrebató.

El vacío que dejó Jared en mi vida es imposible de llenar. A veces, el dolor es tan agudo que siento como si una parte de mí se hubiera ido con él. Y ahora, mientras veo a mi hermana y a mi cuñado prepararse para irse, la sensación de desolación se intensifica. Despedirme de ellos es como despedirme de la última chispa de calor que me queda en este mundo frío y solitario.

La angustia me invade al pensar en su partida, en volver a este departamento que estará aún más vacío sin ellos. Pero no les puedo mostrar lo rota que estoy, no ahora. Debo mantenerme fuerte por ellos, por mi hermana, que aún tiene tanto por vivir, tanto por amar. La abrazo con todas mis fuerzas, como si eso pudiera detener el inevitable momento en que tendré que dejarlos ir.

-Cuídense, ¿ok? -les digo, intentando que mi voz no tiemble. Pero en mi corazón, una parte de mí les está rogando que no se vayan, que se queden un poco más, que llenen este vacío que se siente como un abismo interminable.

La puerta se cierra tras ellos y el sonido resuena como un eco en la soledad que vuelve a envolverme. Me apoyo en la pared, intentando controlar la ola de emociones que amenaza con arrastrarme. Todo está tan quieto ahora, tan inmensamente silencioso. Y me doy cuenta, una vez más, de que la soledad, esa que alguna vez anhelé, es una carga que ya no estoy segura de poder soportar.

Al verme sola nuevamente, sentí el peso de la soledad caer sobre mí como una losa fría. El silencio del departamento me envolvía, y cada rincón parecía susurrar su ausencia. No pude evitarlo; necesitaba aferrarme a algo, a un pedazo de lo que alguna vez fue mi vida con Jared. Así que busqué esa memoria que guardaba como un tesoro escondido, con videos viejos de nuestra relación. Sabía que abrir esos archivos era como abrir una herida, pero era una herida que necesitaba sentir, para recordar que alguna vez viví algo tan hermoso.

El primer video que encontré fue el del día en que Jared me pidió ser su novia. Lo recuerdo como si fuera ayer. Estábamos en el parque donde solíamos caminar después de la universidad. Él estaba más nervioso de lo normal, algo que al principio no entendí, hasta que sacó de su bolsillo una pequeña caja con un colgante en forma de corazón. Me miró a los ojos con esa mezcla de timidez y ternura que siempre me derretía y, con su voz temblorosa, me preguntó si quería ser su novia. Acepté sin dudarlo, riendo mientras las lágrimas empezaban a nublar mi vista. Ver ese momento en el video me hizo sonreír, aunque también me arrancó un suspiro de nostalgia. Ese fue el principio de todo, el momento en que supe que mi vida había cambiado para siempre.




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