"Caminó sobre sus propios miedos hasta convertirlos en los cimientos de su valentía."
Liam
Esa mañana, cuando la vi, todo lo demás se desvaneció. Salía de un entrenamiento agotador, con la mente ya enfocada en lo que venía: una reunión importante en el trabajo, seguida de una clase en la universidad. Mi día estaba planeado al minuto, no tenía tiempo para distracciones. Pero entonces apareció ella.
La primera vez que la noté fue en ese instante, cruzando la calle frente a mí. Iba a paso ligero, y por un momento pensé que me ignoraría por completo. Sin embargo, cruzó de vereda, y al pasar a mi lado, de repente extendió su mano y tomó mi brazo. El contacto fue como una descarga eléctrica que recorrió todo mi cuerpo, desde el brazo hasta el corazón, dejándome completamente paralizado.
No entiendo cómo algo tan simple como un roce pudo sacudir mi mundo de esa manera. Jamás me había sentido así, tan expuesto, tan vulnerable, tan… vivo. Era como si todo en mí, cada fibra de mi ser, hubiese estado esperando ese momento, esperando a ella.
Me giré para verla, y el tiempo pareció detenerse. Su cabello, revuelto por el viento, caía en suaves ondas alrededor de su rostro. Pero lo que realmente me atrapó fueron sus ojos: grises, profundos, intensos, con una chispa que parecía atravesarme el alma. Nunca había visto nada igual. Ella era la clase de belleza que no solo ves, sino que sientes, como un golpe en el pecho que te deja sin aliento.
Antes de que pudiera siquiera procesar lo que estaba sucediendo, ella habló. Su voz… Dios, su voz sonaba como la de un ángel. Era suave, musical, con un tono que no había escuchado en nadie más. Fue como si, en ese instante, su voz hubiera calmado toda la prisa, todo el estrés que llevaba acumulado. De repente, la reunión, la universidad, todo lo demás se volvió insignificante, irrelevante. Solo existía ella.
- No se quién eres, solo quédate un momento ahí, creo que voy a desmayarme y no quiero caer y golpearme la cabeza como la última vez...- dijo todo tan rápido que casi no llegué a procesarlo, se me hizo un tanto tierna, y cuando me di cuenta de como lo describí, en ese momento, supe que estaba perdido.
Jamás en mi vida había experimentado algo así, una atracción tan inmediata, tan fuerte que casi me asustó. ¿Cómo era posible sentirme así por alguien que acababa de conocer? Pero no podía negarlo, ni quería. Todo lo que sabía en ese momento era que no quería que esa sensación desapareciera.
El tiempo parecía haberse ralentizado mientras la miraba, y, aunque una parte de mí sabía que debía seguir con mi día, con mis responsabilidades, no podía moverme, no podía apartar la vista de ella. Fue como si, en ese instante, el universo me estuviera diciendo que nada más importaba. Ella acababa de entrar en mi vida, y algo en mi interior me decía que no dejaría que se fuera tan fácilmente.
Han pasado dos meses desde ese momento, y no ha habido un solo día en que no piense en ella. Trato de mantener la compostura, de no perderme en pensamientos obsesivos, pero la verdad es que la paciencia se me está agotando. He evitado investigarla con alguno de mis hombres porque me parece un acto indigno, un abuso de poder que no puedo justificar, incluso si las ansias de volver a verla me carcomen por dentro. Invadir su privacidad sería cruzar una línea que no estoy dispuesto a cruzar, aunque cada día que pasa sin encontrarla, la tentación se vuelve más fuerte.
En más de una ocasión, he vuelto al lugar donde la vi por primera vez. El edificio sigue igual, una estructura imponente y silenciosa que parece burlarse de mí cada vez que paso por ahí. He llegado a pararme frente a sus puertas, esperando por unos minutos, solo por si acaso, por si el destino decidiera ser amable y permitirme verla de nuevo. Pero cada vez que lo hago, me voy con las manos vacías, como si la vida me hubiera dado a probar un dulce solo para arrebatármelo de inmediato, dejándome con un regusto amargo en la boca y el corazón más pesado.
El aire frío de la mañana siempre parece más cortante cuando estoy ahí, como si el viento se encargara de recordarme que estoy solo, que ella no va a aparecer, no importa cuánto lo desee. Miro a las personas que entran y salen del edificio, sus rostros desconocidos, sus vidas avanzando mientras la mía parece haberse detenido en ese instante, en el momento en que su mano tocó mi brazo y todo cambió.
Me pregunto si ella también piensa en mí, si ese encuentro significó algo para ella, o si fue solo un momento fugaz, sin importancia. Pero no puedo saberlo, y esa incertidumbre es lo que más me consume. Cada vez que cierro los ojos, la veo, su rostro, su sonrisa tímida, esos ojos que me atravesaron el alma. Y cada vez que los abro, la realidad me golpea con la misma fuerza: no está aquí, no sé cómo encontrarla, y el tiempo sigue pasando.
El mundo a mi alrededor sigue su curso. El ruido del tráfico, las conversaciones de la gente, todo parece tan normal, tan rutinario. Pero para mí, cada día sin ella es un recordatorio de lo que me falta, de ese vacío que no puedo llenar. Me encuentro caminando por las calles sin rumbo, esperando que el destino me guíe hacia ella de nuevo, pero el destino, al parecer, tiene otros planes.
La ansiedad empieza a hacerme dudar, a preguntarme si acaso lo soñé todo, si ella realmente existió. Pero el recuerdo es demasiado vívido, demasiado real como para ser una fantasía. Y eso es lo que me mantiene buscando, volviendo al mismo lugar, día tras día, con la esperanza de que algún día, ella aparecerá, que nuestros caminos se cruzarán de nuevo
Porque aunque han pasado dos meses, la sensación de ese toque, de esa conexión instantánea, sigue tan fuerte como el primer día. Y no sé si podré soportar mucho más tiempo sin volver a verla, sin saber quién es, sin entender por qué el universo la puso en mi camino solo para alejarla después.
Este sentimiento es completamente nuevo para mí. Jamás, en toda mi vida, había sentido algo así por una mujer. Nunca me había interesado alguien al punto de perder la cabeza, de pensar en ella a cada momento, de añorar tenerla a mi lado. Es una necesidad que me consume, un deseo que no puedo controlar. Todo lo que quiero es volver a ver esos ojos, esos preciosos ojos grises que me dejaron sin aliento. Joder, esos ojos... Tan fríos como el acero, pero al mismo tiempo, tan intensos que parecían atravesar todas mis defensas, dejando al descubierto todo lo que soy, todo lo que intento esconder.
Editado: 26.09.2024