"La melancolía era un viejo conocido, pero aquella tarde, en un encuentro fugaz, algo la sacudió, y no supo si temerle o darle la bienvenida."
Kate
Por supuesto que seguía yendo a terapia, pero había algo nuevo en mis días, algo que me mantenía moviéndome aunque por dentro me sintiera estancada. Volver a la universidad había sido un reto. La primera semana fue un infierno: los recuerdos de quien solía ser me perseguían en cada esquina, en cada aula, como fantasmas. Sin embargo, ya llevaba dos meses de regreso y me quedaban apenas tres para obtener mi licenciatura en física cuántica. Hace un año y medio, este momento habría sido el más importante de mi vida. Habría celebrado con una sonrisa que me durara semanas, con ese brillo en los ojos que ya ni siquiera reconozco cuando me miro al espejo.
No solo eso, sino que también terminé una maestría en letras en solo dos años, algo que muchos considerarían una proeza. Antes, habría sido un motivo de orgullo, pero hoy, en este vacío interminable de emociones que a duras penas logro entender, apenas si puedo sentir un pequeño agradecimiento por haber sido capaz de seguir adelante. A veces me pregunto si solo me muevo por inercia, si es realmente vivir lo que hago o si solo es un acto repetido, una rutina que ya no tiene sentido.
Sí, sigo con mi vida, pero ya no soy la misma. Morí por dentro hace no mucho, en un instante que me partió en mil pedazos. Ese momento en el que el alma se me desprendió, se quedó tirada junto a él, sin la capacidad de resucitar. Pero aquí estoy, siguiendo como una máquina rota, porque aunque todo cambió, el mundo no se detuvo para mí.
El rugido de un motor me arrancó de mis pensamientos y me devolvió al parque. El lugar estaba lleno de vida, colores brillantes y risas. Siempre volvía aquí, quizá porque era el único sitio que no se había transformado en un recordatorio de lo que había perdido. Jared nunca había pisado este lugar, y eso lo hacía soportable, casi como un refugio donde podía permitirme respirar.
El sonido del auto llamó mi atención. Un Bugatti negro se detuvo frente a mí, con su presencia imponente y elegante. Mis ojos se posaron en el hombre que descendía del auto, su figura irradiaba una mezcla de poder y peligro, algo en su postura resultaba inquietante. Cuando agudice la vista, lo reconocí. Claro, ¿cómo no? El jefe de Alena. Lo había visto aquella vez en la empresa, cuando andaba husmeando. Fue él quien, con una voz suave pero cargada de autoridad, me indicó amablemente dónde quedaba el baño. Nunca pensé que lo volvería a ver fuera de ese contexto, mucho menos en un lugar tan cotidiano y en su Bugatti, con todo lo que representaba su presencia aquí...
Lo observé caminar hacia el banco frente al mío, con pasos firmes y tensos, como si el peso de sus pensamientos lo agobiara. Su mandíbula estaba apretada y sus ojos parecían perdidos en alguna preocupación lejana. Algo lo molestaba, eso era evidente. No me sorprendía; alguien con esa intensidad en la mirada probablemente cargaba con más de lo que podía mostrar.
Quizá, para él, este parque también era un refugio, un lugar al que escapar en medio de tanto caos. Un rincón donde la calma pudiera amortiguar el desorden interno. Tal vez, como yo, buscaba algo de paz, una pausa en su tormenta personal.
Por alguna razón que no lograba comprender, algo dentro de mí me empujó a levantarme. Era como si mis pies se movieran solos, impulsados por una fuerza que no controlaba ni entendía. No sabía qué esperaba lograr al acercarme, ni por qué sentía esa necesidad repentina de hablarle. Pero, en ese momento, lo único que tenía claro era que no podía quedarme sentada.
Con cada paso que daba hacia él, el ruido del parque se desvanecía poco a poco, como si el mundo alrededor se hubiera detenido. Solo quedábamos él y yo, y la creciente sensación de que, por más extraño que fuera, esto era lo que debía hacer. Cuando estuve lo suficientemente cerca, sentí mi corazón acelerarse, como si, sin saberlo, estuviera a punto de cruzar una línea invisible.
- Hola, perdón si molesto, te vi llegar y pensé que tal vez te vendría bien un poco de compañía - dije mientras me sentaba lentamente en el banco, desviando la mirada hacia los niños que jugaban en los columpios. El sonido de sus risas flotaba en el aire, pero al no recibir respuesta de inmediato, volví la vista hacia él. Fue entonces cuando me sorprendió la intensidad de su mirada, tan penetrante que me hizo sentir desnuda ante sus ojos.
- Hola, Kate - respondió finalmente, con una voz grave y suave al mismo tiempo -. Claro, una buena compañía nunca está de más.
Al escuchar mi nombre en sus labios, algo dentro de mí pareció despertar. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, como si hubiera estado en un letargo profundo todo este tiempo, esperando este momento para reaccionar.
- Vaya, no pensé que recordarías mi nombre, señor Morgan - murmuré, un poco nerviosa, sin estar segura si había sido lo correcto decirlo. Pero entonces vi algo en sus ojos... un brillo que hizo que mi pecho se encogiera.
- Por supuesto que lo recordaría, Kate - contestó, con una sonrisa apenas visible -. Además, tienes unos ojos que son imposibles de olvidar.
Esa frase me atravesó de una manera inesperada. Sabía que mis ojos siempre habían sido algo que la gente notaba. Jared solía decir que se había enamorado de ellos primero, y luego de todo lo demás de mí. Pero ahora, escuchar esas palabras de alguien más despertaba una mezcla de emociones.
- Solo son otro par de ojos grises, hay muchos como estos por ahí - dije en tono despreocupado, aunque sabía que no era verdad. Solo un pequeño porcentaje de la población tenía ese color, y el mío, en particular, parecía cambiar según la luz. Era algo que siempre había considerado una rareza.
- Iguales a los tuyos, lo dudo mucho - replicó con seguridad, su mirada no se apartaba de la mía -. Y dime, ¿qué te trae por aquí hoy?
Editado: 26.09.2024