En el orfanato San Francisco se dedicaban a brindar apoyo y un hogar a los niños. Durante el recreo, todos salieron a jugar, excepto Jennifer, quien permaneció en el aula. Mientras dibujaba, no podía evitar llorar; cada año se cumplía un nuevo aniversario de la muerte de sus padres en un accidente aéreo. Los recuerdos la abrumaban, y sentía que su corazón se quebraba ante tan dolorosos recuerdos. Con tan solo diez años, la vida había sido muy dura para ella, aunque allí aprendió diversos oficios.
Jennifer anhelaba encontrar unos nuevos padres y ser adoptada, pero la mayoría de los adultos preferían llevarse a los más pequeños y no a ella. No obstante, mantenía la esperanza viva.
En la dirección, la directora Sofía ordenó:
—Buenas tardes, profesora Matilde, por favor, lleve a Jennifer a visitar a sus padres en el cementerio.
—Buenas tardes, directora Sofía. Haré eso enseguida. ¡Pobre niña, cuánto ha sufrido por el trágico accidente! —respondió la profesora Matilde.
Unos minutos después, la profesora se dirigió al salón.
—Buenos días, Jennifer. Vine a acompañarte para que visitemos a tus padres —informó la maestra Matilde.
—Buenos días, maestra. Gracias por acompañarme, aunque preferiría no ir —respondió Jennifer, entristecida.
Con flores en mano, se marcharon juntas al cementerio.
Al llegar, Jennifer colocó las flores sobre la tumba y no pudo evitar llorar.
—No saben cómo los extraño, porque se fueron y me dejaron sola—expresó entre lágrimas.
La profesora, al ver su tristeza, la abrazó y le dijo:
—No llores, mi niña. Pronto llegarán unos buenos padres que te adoptarán —aseguró la profesora Matilde con una sonrisa.
—Nadie me quiere, eso es imposible. No me van a adoptar, maestra —respondió Jennifer, llena de enojo.
—No digas eso. Estoy convencida de que te adoptarán —contestó la docente, tratando de darle motivación.
Al regresar al orfanato, Jennifer se unió a sus compañeros para continuar con la clase. Al entrar al salón, la directora llegó.
—Buenos días, estudiantes—interrumpió la directora.
Los alumnos se levantaron de sus asientos.
—¡Buenos días, maestra!—respondieron al unísono.
—Tomen asiento. Necesito que dos alumnos me acompañen: Jennifer e Iñaki, vengan conmigo —anunció la directora.
Jennifer e Iñaki abandonaron el salón de clases y, al arribar a la dirección, se encontraron con una pareja que observaba a Jennifer con discreción.
—Hola, directora Nos mandó a llamar—dijo Jennifer, sintiéndose nerviosa.
—Hola, niños. Siéntense, quiero presentarles a la familia Campo, que desea adoptar—dijo la directora.
—Mi nombre es Kimberly Campo. La niña es realmente hermosa. ¿Qué nombre tienes, pequeña?—preguntó con dulzura.
—Buenos días, señora Kimberly. Soy Jennifer Silva—respondió, temblando de miedo.
—Directora, ¿podríamos adoptar a la niña Jennifer?—preguntó Kimberly con esperanza.
—Antes de continuar con la adopción, necesito hacerles unas preguntas —respondió la directora Sofía.
—¿Qué preguntas? —preguntaron el señor Cristian y Kimberly.
—¿Cuentan con la estabilidad económica para cuidar de Jennifer? ¿Tienen más hijos? —preguntó la directora.
—Sí, tenemos estabilidad económica. Yo tengo una empresa y mi esposa maneja una tienda de ropa. Además, tenemos dos niñas —respondió el señor Cristian.
—Una vez que se formalice la adopción, se realizará una visita a su hogar para verificar el bienestar de Jeniffer y asegurarse de que la estén tratando adecuadamente —comentó la directora.
—Me parece excelente, directora —afirmó la señora Kimberly con una sonrisa.
La directora verificó los documentos de los padres de Jennifer y los firmó.
—¡Felicidades, señores Campo! Su hija es oficialmente parte de la familia —anunció la directora.
—Muchas felicidades, mi niña. ¡Nos veremos pronto! —se despidió la directora de Jennifer.
—Gracias, directora, por cuidarme tanto tiempo —respondió Jennifer y le dio un abrazo.
—Gracias, directora Sofía —dijeron la señora Kimberly y el señor Cristian en voz alta.
Luego, la directora Sofía acompañó a los padres de Jennifer hasta la puerta del orfanato.
Jennifer se fue a su habitación, empacó sus maletas y se despidió de sus compañeros sin saber lo que le esperaba en su nuevo hogar.
Unos minutos después, los padres salieron con Jennifer hasta la entrada del orfanato, subieron al auto y se dirigieron a su nueva vida.
Al llegar, se encontraron con una hermosa mansión de paredes blancas y tonos rosados. Cristian se estacionó en la entrada de la casa. Kimberly se bajó del auto, le abrió la puerta para que bajara Jennifer.
—Esta casa será tu nuevo hogar; tienes dos hermanas —le dijo Kimberly con una leve sonrisa.
Luego, Cristian se bajó.
—Mujer, deja tanto formalismo; vamos a entrar —dijo él, molesto.
—No seas grosero con nuestra hija; le estoy dando la bienvenida —replicó Kimberly, lanzándole una fría mirada.
—Disculpa, hija, no soy tan cursi; no me gusta ese formalismo —dijo Cristian.
Al entrar a la casa, la nana de la familia los recibió.
—Buenos días, señora Kimberly. ¡Buenos días, niña! —saludó amablemente la Nana.
—Buenos días, mi Nana. ¿Cómo estás? Tenemos una nueva integrante en la familia: nuestra hija, Jeniffer —anunció Kimberly.
—¡Buenos días, mi niña Jeniffer! Un placer conocerte. Soy la Nana de la familia y seré tu cuidadora —sonrió.
Mientras tanto, el padre de Jeniffer se dirigió a la biblioteca a atender una llamada, aún molesto.
—Nana, por favor, lleva a Jennifer a su habitación para que se instale —ordenó Kimberly.
—Sí, señora —respondió la Nana.
Entonces, la Nana guió a Jennifer hacia su habitación, le mostró el lugar y luego la dejó para que se instalará mientras ella se iba a preparar la comida.
Mientras se encontraban en la biblioteca, la situación estaba a punto de cambiar.
—¿Por qué me llamas? Mi esposa se puede dar cuenta. ¿Se te olvida que estoy casado? —dijo Cristian, molesto.
—Disculpa que te llame. Te extraño mucho; llevamos varios meses sin vernos. ¿No crees que es justo vernos? —respondió Rosángela, entristecida.
—Recuerda que te dije que éramos amantes. No podemos vernos tan seguido; no quiero que nos descubran —le explicó él
—No se me olvida que estás casado con esa mujer. Tú no la amas; no sé por qué sigues con ella —dijo, molesta, Rosángela.
—Hablamos luego—dijo Cristian antes de colgar la llamada.
—¿Con quién hablabas, cielo? —preguntó Kimberly al entrar.
—Estaba atendiendo una llamada importante de la empresa —mintió Cristian.
—¿Por qué no atendiste la llamada en la sala? ¿Qué está sucediendo? —dijo Kimberly.
—Era una llamada importante, por eso me vine a la biblioteca —contestó él, molesto.
—Tranquilo, cariño, está bien —dijo
Kimberly.
Poco después, llegó la Nana.
—Disculpe, señora Kimberly, la comida está servida—anunció la Nana y se retiró.
Los padres de Jennifer se dirigieron al comedor. Jennifer bajó de su habitación y se dirigió al comedor para comer. En ese momento, llegaron sus hermanas Sara y Camila, que venían de estudiar.
—¡Buenos días, mami y papi!—dijeron Camila y Sara con una sonrisa.
—¡Buenos días, mis niñas! Tenemos una nueva integrante en la familia—les dijo Cristian con dulzura.
—¿De quién se trata, mamá y papá?—preguntaron molestas.
—Su nueva hermana es Jennifer, la adoptamos hoy—les explicó Kimberly.
—¡¿Adoptada?!—gritaron sorprendidas Camila y Sara.
—No quiero que se comporten mal con su nueva hermana —dijo Cristian.
—Está bien, papá —respondió Camila mientras se sentaban.
—¡Buenos días, hermanitas! Soy Jenniffer —saludó cariñosamente.
—¡Buenos días, Jenniffer! Un placer, soy Camila —dijo, estrechándole la mano.
—¡Buenos días, Jenniffer! Soy Sara —respondió de forma irritada.
La Nana había preparado un delicioso desayuno y un postre para acompañarlo.
—Jennifer, durante los próximos días vas a terminar tus estudios en un internado —le comentó Cristian.
—¿Un internado? ¿Por qué no puedo estar en un colegio como mis hermanas? —preguntó Jennifer.
—Escucha, niña malcriada, las cosas se hacen como yo digo, ¿me entendiste? —dijo Cristian, molesto.
—Mi amor, cálmate, no pasa nada. Está bien que Jennifer vaya a un internado, no hay problema —respondió Kimberly, asustada.
—No peleen, tranquilos, me iré a estudiar. Ya terminé de comer, voy a mi habitación —dijo Jennifer antes de retirarse.
Al llegar a su habitación, Jennifer cerró la puerta detrás de ella. Pensó para sí misma: "Vaya familia la que me tocó, un padre que no me quiere y unas hermanas con las que no me llevo bien. Debo ir a un internado al que no quiero ir; hubiera preferido quedarme en el orfanato, llena de rabia.”
Al terminar de comer, el papá de Jennifer tomó las llaves del carro y se fue a la empresa a trabajar. La nana recogió los platos de la mesa, mientras Camila y Sara se retiraron a sus habitaciones a hacer sus tareas.
Kimberly tomó su bolso y las llaves de la casa para irse a la tienda a trabajar. Antes de irse, habló con la nana:
—Nana, por favor, cuida a las niñas; regreso en la noche—pidió Kimberly.
—No se preocupe, señora—respondió la Nana.
Kimberly se fue a trabajar. Durante la tarde, Jennifer decidió dar un paseo por el jardín, pero escuchó a sus hermanas hablando de ella.
—No quiero que esa adoptada esté en mi casa —dijo Sara, visiblemente molesta.
—No seas mala con nuestra hermana; dale una oportunidad —respondió Camila en defensa de Jennifer.
Al oír esta conversación, Jennifer salió corriendo hacia su habitación, cerrando la puerta con dolor en su corazón.
—¡No quiero estar aquí! Mis hermanas no me quieren —exclamó entre lágrimas.
La Nana, al escuchar el llanto, subió a la habitación de Jennifer.
—¿Qué te pasa, mi niña? ¿Por qué estás llorando? —preguntó la Nana, preocupada.
—Mis hermanas me odian, Nana; yo no he hecho nada malo —sollozó Jennifer.
—No digas eso, mi niña. Sara y Camila no son malas; solo han tenido un mal día —le dijo la Nana con dulzura mientras la abrazaba.
Minutos después, la Nana bajó a preparar el almuerzo, y Jennifer decidió ayudarla en la cocina, queriendo demostrar a sus hermanas que era más que solo una adoptada. La Nana preparó un delicioso almuerzo y un pudín de chocolate. Jennifer ayudó a llevar los platos y vasos a la mesa. Poco después, sus hermanas Sara y Camila entraron al comedor para almorzar. Luego, se sentó Jennifer para comer con ellas.
La Nana sirvió el almuerzo.
—Gracias, Nana —dijeron Camila y Sara con una sonrisa.
—Gracias, Nana —añadió Jennifer amablemente.
—No me agradezcan por el almuerzo; recibí ayuda de Jennifer, quien me asistió en la cocina —respondió la Nana.
—¿Tú cocinas, hermana? —preguntó Camila, sorprendida.
—Sí; en el orfanato aprendí a cocinar y a hacer varias cosas —contestó Jennifer.
—Ahora resulta que la adoptada es cocinera —se burló Sara.
—Si aprendí a cocinar en el orfanato, no tienes derecho a burlarte de mí —dijo molesta Jennifer.
—Disculpa, Jennifer; mi hermana, como siempre, con sus malos comentarios que son de mal gusto —le dijo Camila.
—No tienes el derecho a tratar mal a tu hermana, Jennifer; no seas malcriada. Tu hermana solo trató de tener un detalle contigo —respondió molesta la nana.
—Yo no le pedí que tuviera ningún detalle conmigo —replicó Sara, molesta.
—Eres una niña malcriada. No puedo creer que seas así —respondió decepcionada la nana.
Al terminar de comer, la Nana recogió los platos de la mesa y los llevó a la cocina. Jennifer subió a su habitación. Al llegar, acomodó sus cosas, sacó una vieja fotografía de sus padres y les habló:
—No entiendo por qué me dejaron con esta familia —lloró.
Luego subieron Sara y Camila a sus cuartos y se acostaron a descansar.
En la empresa, Cristian tomó su teléfono y le marcó a Rosángela.
—Buenas tardes, Rosángela. Disculpa por haberte tratado mal. Voy a organizar mi agenda para vernos; quiero planear un viaje para los dos y recompensarte por mi mal comportamiento —dijo, cariñoso, Cristian.
—Buenas tardes, cariño. No te preocupes. ¿A dónde iremos de viaje? —preguntó Rosángela, más calmada.
—No te puedo decir a dónde iremos; será una sorpresa. Luego te llamo —se despidió Cristian.
—Está bien, cariño —dijo Rosángela.
Cristian terminó de trabajar, dejó todo organizado para la junta que tendría con los inversionistas. Tomó su maletero y las llaves del carro, salió de la oficina y se despidió de los trabajadores. Se subió al auto y se fue para casa.
Kimberly terminó de trabajar y llevó varios regalos para sus hijas. Al llegar a la casa, subió a la habitación de su hija Jennifer, que estaba dormida abrazando la fotografía de sus padres. La arropó con una manta y le dio un beso en la frente. Dejó el regalo que le compró sobre la mesita, se retiró y fue a la habitación de sus otras hijas. Al entrar en sus cuartos, vio que Sara Camila estaba durmiendo. Le dejó los regalos y se retiró para su habitación a descansar.
Unos minutos después, Cristian llegó a la casa, se bajó del auto y subió a su habitación. Tomó una ducha caliente, se cambió de ropa y se acostó a dormir. Kimberly presentía que su esposo le estaba ocultando algo, pero no sabía qué era. Posteriormente, se quedó dormida, producto del cansancio. La nana también estaba descansando.