El Amor Duele

Capítulo 2: “Un Día Cualquiera”

Kimberly se despertó temprano, tomó una ducha caliente para aliviar el estrés, se puso un vestido azul con zapatillas negras, se alisó el cabello y se maquilló los ojos y labios. Bajó a desayunar.
La nana se despertó temprano, preparó el desayuno como de costumbre y lo sirvió en la mesa. Jennifer también se levantó temprano, tomó una ducha caliente, se puso un vestido rosado y se hizo una dona en el cabello, y luego bajó a desayunar.
Sara se despertó temprano, tomó una ducha y se puso su uniforme. Luego fue a la habitación de su hermana Jennifer, abrió la puerta y, por curiosidad, comenzó a ver las cosas que tenía. Vio la foto de sus padres difuntos, la tomó y se la llevó para hacer algo con esa foto, y cerró la puerta. La aguardó.
Bajo, a desayunar, tomó asiento al lado de su hermana Camila.
—Buenos días, Nana; gracias por el desayuno —agradecieron Camila y Sara.
—Gracias, Nana, por el desayuno —respondió amable Jennifer.
—No me agradezcan, niñas —respondió la Nana mientras se retiraba.
—Buenos días, mis niñas; anoche llegué tarde y dejé unos regalos para ustedes —les dijo Kimberly.
—Hola, mamá, buenos días; bendición, gracias por el regalo —dijo Jennifer con una sonrisa.
—Buenos días, mamá; gracias por el regalo —contestó Camila.
—Gracias, mamá, por el regalo —dijo Sara.
—No me agradezcas, mis niñas —dijo Kimberly, se levantó de la silla y les dio un abrazo a las tres.
Después del desayuno, la Nana llegó, llevó los platos a la cocina y llevó a Sara y Camila al colegio.
Kimberly, aprovechando que tenía libre en la tienda, le dio un recorrido por la casa a Jennifer. Empezando por unos cuadros de pintores muy reconocidos, le mostró algunos objetos de la época de antes que guardaban un valor sentimental para ella. La llevó a la biblioteca y le mostró los libros que había.
—¡Qué preciosa es la casa! ¿Puedo llevarme unos libros para leer en mi habitación? —le dijo Jennifer, nerviosa.
—Toma los libros que quieras. Cuando quieras venir, puedes venir a la biblioteca —dispuso Kimberly.
Jennifer agarró varios libros y subió a su habitación para leer. Al entrar, dejó los libros sobre la cama. Buscó la fotografía de sus padres, pero no la encontró. Revisó el cuarto, y al no encontrar la foto pensó: "¿Será que fue mi hermana Sara? Porque lo hizo, no le he hecho nada malo, no tenía que tomar mi foto". Intentó no llorar, pero no pudo evitarlo, producto de la rabia que sentía.
Cristian se levantó temprano, tomó una ducha caliente, se puso su traje junto con sus zapatos y su reloj, se llevó las llaves y el maletero, y salió de la casa. Subió a su auto y se dirigió a la empresa.
Al llegar a la empresa, se bajó del auto, saludó a los empleados y se fue a la oficina. La secretaria Paulina tocó la puerta de su jefe.
—¿Qué sucede, Paulina? —dijo Cristian, de mal humor.
—Buenos días, jefe. Disculpe que lo moleste, los inversionistas llegaron; lo esperan en la sala de juntas —le informó Paulina.
—Gracias por la información, Paulina. Enseguida voy —respondió Cristian.
Su secretaria, Paulina, se retiró de nuevo a su oficina.
Cristian tomó los informes, salió de la oficina y se los dio a su secretaria Paulina para que los llevara a la sala de juntas.
Al entrar, Cristian tomó asiento y saludó a los inversionistas.
—Buenos días. Disculpe el retraso; ya podemos comenzar la reunión —se disculpó.
Uno de los inversionistas tomó la palabra:
—Buenos días, señor Cristian. Tenemos un nuevo proyecto y nos gustaría contar con su ayuda—dijo Martín.
—¿De qué se trata el proyecto? —preguntó Cristian.
—Vamos a importar ropa de marca y algunos artículos para el hogar —mencionó Marín.
Poco después, la secretaria Paulina entró a la sala de juntas, dejó los cafés sobre la mesa y se retiró.
—Es una oportunidad increíble; las ganancias se dividirán de forma equitativa —dijo Cristian.
En ese momento, la secretaria Paulina entró de nuevo, trajo las carpetas con los informes, los repartió a los inversionistas y ellos los leyeron; solo faltaba por firmar Cristian.
—Haremos negocios, señores —declaró Cristian mientras firmaba.
—Señor Cristian, debo informarle que habrá un viaje a Argentina; nuestro negocio proviene de allí —anunció Martín.
—¡Un viaje a Argentina! Eso no estaba en mis planes —exclamó sorprendido Cristian.
—Disculpe, señor Cristian, son órdenes de la empresa —contestó Martín.
—Gracias por la información, envíale todos los detalles del viaje a mi secretaria —le dijo Cristian.
La secretaria Paulina entró y trajo el cóctel de frutas para el brindis.
—¡Salud por el nuevo proyecto! —dijo Cristian, levantando la copa.
—¡Salud! —respondieron los inversionistas.
El nuevo proyecto con los inversionistas, en colaboración con la empresa Campo Más, abriría la puerta a importantes alianzas. Al finalizar la reunión, los inversionistas se despidieron de Cristian, quien luego regresó a su oficina.



#629 en Novela romántica

En el texto hay: secreto, amor, venganza

Editado: 23.05.2025

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