El Amor Duele

Capitulo 3: «Desdichado Accidente »

Posteriormente, llegaron las hermanas de Jennifer: Sara y Camila, de regreso de estudiar. Sara subió a la habitación, se cambió de ropa y se puso algo más cómoda. Agarró la fotografía de los padres de Jennifer y la quemó hasta que no quedó nada.
En ese instante, Jennifer tocó la puerta de la habitación de Sara. Sara se levantó de la cama y abrió la puerta.
—¿Qué sucede, Jennifer? —preguntó molesta Sara.
—Dame la foto de mis padres; sé que fuiste tú la que la robaste —dijo furiosa Jennifer.
—No te robé nada; ¿para qué voy a querer la foto de tus padres? —se defendió Sara.
—No te he hecho nada malo. ¡Devuélveme la foto! —pidió Jennifer.
—No tengo tus fotos —contestó, aún más molesta, Sara.
Jennifer intentó entrar al cuarto de Sara, pero ésta le prohibió la entrada. Empezaron a forcejear y Sara empujó a Jennifer por las escaleras, dejándola inconsciente.
Camila salió de la habitación en busca de agua al ver a su hermana Jennifer tirada en el suelo.
—¿Qué le hiciste a Jennifer? ¡No reacciona! —dijo Camila, asustada.
—No le hice nada, solo me defendí y me acusó de ladrona; no lo soy —dijo Sara.
Camila salió corriendo para pedir ayuda. Buscó a la Nana.
—Por favor, ayúdame, Nana; ocurrió una desgracia —suplicó Camila, con voz entrecortada.
Al ver a Camila tan nerviosa, la Nana le ofreció un poco de agua.
—Cálmate, mi niña; ¿qué pasó? —preguntó, preocupada.
—Nana, por favor, ayúdanos —dijo Camila entre lágrimas.
La Nana terminó de cocinar, apagó la estufa y salió con Camila hacia la sala. Al ver a Jennifer, la Nana comenzó a llorar.
—¿Qué le hicieron a la niña, Jennifer, Sara y Camila? —preguntó, asustada.
—Nana, fue mi hermana Sara quien la empujó por las escaleras —contestó Camila, llorando.
La Nana se dirigió a la biblioteca y buscó a Kimberly.
—Buenas tardes, señora Kimberly. Disculpe la molestia, ocurrió una desgracia con la niña Jennifer —le dijo la Nana, muy asustada.
—Cálmate, Nana. ¿Qué ocurrió? —preguntó Kimberly, preocupada.
—Venga conmigo, no le puedo decir —dijo la Nana.
La Nana llegó con Kimberly a la sala. Kimberly, al ver a su hija Jennifer tirada en el suelo, la abrazó y no pudo evitar llorar.
—¿Sara y Camila, qué le hicieron a Jennifer? —preguntó, llorando.
—Mamá, Sara estaba discutiendo con Jennifer; la empujó por las escaleras —interrumpió Camila.
—No puedo creer que le hiciera daño a tu propia hermana —dijo molesta Kimberly.
—¡Mamá, escúchame, por favor! —se mostró arrepentida Sara.
—Ruega a Dios que Jennifer esté bien, porque si no, recibirás un gran castigo —le advirtió Kimberly con severidad.
Kimberly sacó el teléfono del bolsillo del vestido y llamó a emergencias.
—Buenos días, hay una emergencia en casa Campo Más —dijo, intentando contener sus lágrimas.
—Buenos días, por favor, trate de calmarse; vamos en camino —respondió uno de los enfermeros.
—¡Vengan rápido, por favor! —suplicó Kimberly.
Unos minutos después, la ambulancia llegó. Uno de los enfermeros tocó la puerta, y la nana lo recibió y lo hizo pasar.
—Buenos días, señora Kimberly —saludó el enfermero con respeto.
—Ayúdeme, por favor, ¡mi hija! —suplicó Kimberly, llena de preocupación.
—Calme, señora. Vamos a ayudarla, no se preocupe —dijo el enfermero, tratando de tranquilizarla.
Los enfermeros subieron a Jennifer cuidadosamente, la colocaron en la camilla y, saliendo de la casa, la llevaron a la ambulancia, ya que su estado requería atención urgente.
El enfermero volvió a entrar.
—Señora Kimberly, venga con nosotros en la ambulancia —le indicó.
—Está bien —respondió Kimberly, tomando su bolso. Antes de irse, se dirigió a la nana—. Por favor, cuida de las niñas; te avisaré —se despidió.
Kimberly salió, subió a la ambulancia y se dirigieron al hospital.
Más tarde, al llegar al hospital, los enfermeros bajaron a Jennifer con cuidado y la llevaron a emergencias, mientras Kimberly se quedaba en la sala de espera. Mientras los médicos atendían a Jennifer, ella rogó a Dios con todas sus fuerzas por la salud de su niña.
Las horas se hicieron eternas para Kimberly. Después de un tiempo, el doctor salió.
—Buenos días, familiares de la niña Jennifer Campo Más —anunció el doctor.
Kimberly se levantó de su asiento y se acercó al médico.
—Doctor, ¿qué sucede con mi hija? —preguntó Kimberly.
—Señorita, venga conmigo. No tengo buenas noticias —le explicó el doctor.
Kimberly lo siguió al consultorio, donde se sentaron para continuar la conversación.
—¿Qué le pasa a mi hija? —insistió Kimberly, afligida.
—Lo siento mucho. Hicimos todo lo posible, pero debido a la sangre que perdió, su hija sufrió daño cerebral y tiene un coágulo. Le afectó una parte de su cuerpo; no podrá caminar. No contamos con los insumos necesarios —informó el médico.
—No puedo creer que esto esté sucediendo, pobre mi niña —dijo Kimberly, dolorida.
—Lo siento mucho, señora. Las próximas horas serán críticas para su hija —indicó el médico.
—¿Puedo pasar a verla? —preguntó Kimberly, mientras una lágrima rodaba por su mejilla.
—Por ahora, no. Su hija está en cuidados intensivos —respondió el doctor.
Kimberly salió del consultorio, se sentó y no pudo evitar llorar; sentía que una parte de su corazón se desvanecía. Las pocas fuerzas que le quedaban se esfumaron.
Kimberly, ante una situación urgente, decidió marcar al número de la empresa, a pesar de que su esposo, Cristian, estaba atendiendo a uno de los socios y no quería interrumpirlo.
—Buenas tardes, empresa Santillana —contestó la secretaria, Paulina.
—Buenas tardes, Paulina. Por favor, comunícame con mi esposo, Cristian; es una emergencia —dijo Kimberly, limpiándose las lágrimas con un pañuelo.
—Buenas tardes, señora Kimberly. Mi jefe se encuentra ocupado —le respondió su secretaria, Paulina.
—Por favor, es urgente, Paulina —insistió Kimberly.
—¿Está bien, señora Kimberly? —preguntó con amabilidad la secretaria.
—No, Paulina, nada está bien. Necesito a mi marido —respondió Kimberly, soltando un suspiro.
—Dame un momento, voy a ver qué puedo hacer —dijo la secretaria antes de pausar la llamada.
Paulina tocó la puerta de la oficina y entró.
—Buenas tardes, jefe Cristian. Disculpe que lo interrumpa en su reunión, pero su esposa, Kimberly, lo está llamando; es una emergencia —se disculpó su secretaria.
—¿No ves que estoy ocupado? Luego le regreso la llamada —molestó Cristian.
—Disculpe, jefe —se retiró de la oficina su secretaria.
La secretaría tomó la llamada de nuevo: —Lo siento, señora, Kimberly está ocupado; luego le llama —se disculpó.
—Gracias, no te preocupes, Paulina—se despidió Kimberly, molesta.
Al terminar la llamada, Kimberley no pudo evitar sentir tanta impotencia y rabia por la actitud de su esposo; ya no era el mismo de antes, lo desconocía.
Kimberly se levantó de la silla y fue al cafetín del hospital para buscar un té que la ayudara a relajarse y calmarse. Al entrar, tomó asiento y el mesero se le acercó.
—Buenas tardes, señorita. ¿Desea ordenar?—preguntó el mesero, cortés.
—Buenas tardes, por favor, un té de Jamaica—dijo Kimberly, nerviosa.
—Enseguida vengo, señora—le respondió el mesero, llevando la orden.
En ese momento, suena el móvil de Kimberly; al ver que era su esposo Cristian, le contestó:
—Buenas tardes, Cristian. Espero no molestarte por tu reunión —respondió furiosa Kimberly.
—Disculpa, cariño, tenía una reunión importante. ¿Qué sucede? —le preguntó Cristian.
—Estoy en el hospital; Sara empujó a Jennifer por las escaleras —le comentó llorando Kimberly.
—No puedo creerlo; ¿por qué lo hizo? —respondió Cristian.
—Sara estaba discutiendo con Jennifer. La empujó; nuestra niña no reacciona, no podrá caminar —informó Kimberly, dejándose salir una lágrima.
—Enseguida voy para allá, cariño; todo va a estar bien. Luego hablaré con Sara —colgó la llamada Cristian.
Cristian tomó su maletín y las llaves del auto; salió de su oficina, se despidió de los trabajadores y se subió a su auto, dirigiéndose al hospital.
El mesero llegó con la orden de Kimberly y se la puso sobre su mesa.
—Gracias —respondió triste Kimberly.
—De nada, señora Kimberly. Espero que se encuentre bien —le dijo el mesero al retirarse.
Luego de que Kimberly terminó de tomarse el té, pagó la cuenta, se levantó de la mesa y fue hacia la sala de espera. Al llegar, tomó asiento en una silla. Su esposo, Cristian, se bajó del auto y se dirigió a la sala de espera donde estaba su esposa, Kimberly.
—Buenas tardes, cariño. Disculpa la demora, había tráfico; tuve una reunión importante —dijo Cristian cariñoso.
—Buenas tardes, Cristian. Espero no haberte molestado con mi llamada; nunca te llamo de la empresa, pero lo hice porque era una emergencia: nuestra hija está en el hospital y está grave —dijo Kimberly, molesta, y le lanzó una cachetada.
—Discúlpame, cariño. Entiendo que estés molesta conmigo; era una reunión importante, por eso no te pude responder —se disculpó Cristian.
El doctor salió de la habitación y se acercó a Kimberly y Cristian.
—Buenas tardes, señora Kimberly. Su hija aún no ha despertado. He logrado que un colega nos proporcione el equipo necesario para atender a Jennifer, quien todavía no muestra signos de reacción—informó el doctor.
—Buenas tardes, doctor. Por favor, haga todo lo que esté a su alcance para ayudar a nuestra hija—solicitó Cristian.
—Haremos todo lo posible, señor Cristian. Le pido que tenga paciencia. Comprendo su preocupación. Sería bueno que lleve a su esposa, Kimberly, a comer, ya que desde su llegada al hospital no ha comido—aconsejó el doctor.
—Gracias, doctor—respondió Cristian.
Poco después, el doctor se retiró. Cristian se dirigió al cafetín del hospital, donde compró comida para Kimberly y dos cafés. Al pagar, recibió una llamada y contestó:
—Buenas tardes, amor —dijo Rosángela con ternura.
—Buenas tardes, cariño. No puedo hablar ahora, estoy en el hospital con mi esposa; nuestra hija se cayó. Pronto nos veremos. Espero me entiendas —dijo Cristian amoroso.
—Está bien, cariño. Espero que tu hija se recupere pronto. Voy a estar para ti; sabes que te quiero mucho —respondió comprensiva Rosángela.
Al terminar la llamada, Cristian guardó el teléfono y se dirigió a la sala de espera. Le ofreció el café que compró a Kimberly, quien lo tomó. Luego, Cristian intentó pasarle la comida, pero ella no quiso comer.
Minutos después, Kimberly tomó su teléfono y marcó a la mansión.
—Buenas tardes, Nana. Nuestra hija Jennifer aún no ha despertado del coma; el golpe la afectó mucho —explicó Kimberly.
—Pobre mi niña Jennifer, esto no puede estar sucediendo —dijo la Nana, afligida.
—Nana, cuida bien a las niñas esta noche. No regresaré a casa; me quedaré en el hospital con Jennifer —comentó Kimberly.
—No se preocupe, mi niña Kimberly, aquí estoy para ayudarla —se despidió la Nana.
Tras unas horas, Kimberly finalmente aceptó comer. Apenas terminó, el doctor llegó.
—Señora Kimberly, ha llegado uno de mis colegas que viene del extranjero. Me va a ayudar a atender a Jennifer. Necesito su autorización, si es necesario, para llevarla al hospital donde él trabaja —anunció.
—¿No será muy peligroso llevarla, considerando su delicado estado de salud? —preguntó preocupada Kimberly.
—Voy a necesitar, en dado caso, que usted nos acompañe al hospital —le explicó el doctor.
—Gracias, doctor, comprendo la situación. ¿Mi niña aún no ha despertado?—preguntó Kimberly con tristeza.
—No, señora Kimberly, su hija aún no ha reaccionado—contestó el doctor.
En ese momento, la enfermera apareció y se acercó al doctor.
—Doctor, ha ocurrido algo con la paciente Jennifer. Venga conmigo —le susurró la enfermera.
Al escuchar la conversación, Kimberly se asustó.
—¿Qué pasa con mi hija, doctor? —preguntó, alarmada.
—Por favor, cálmese, señora Kimberly. No puedo revelar esa información aún. Un momento, por favor —se disculpó el doctor mientras salía con la enfermera.
El doctor se fue con la enfermera hacía la habitación de Jennifer. Al llegar, su compañero del extranjero le ayudó con los equipos de reanimación para intentar reanimar a Jennifer, ya que se había ido por un momento y parecía estar muerta. Después de unos segundos, el equipo de reanimación hizo su efecto y Jennifer volvió otra vez.
El colega del doctor le hizo un chequeo a Jennifer.
—Debemos llevar a la paciente Jennifer a mi hospital —le comunicó.
—Voy a hablar con los padres de la paciente —contestó el doctor Mateo.
El doctor salió rápidamente de la habitación de Jennifer y se dirigió a la sala de espera, donde estaban su esposo Cristian y Kimberly.
—Señora Kimberly, lamento informarle que no son buenas noticias. Mi compañero logró reanimar a Jennifer, que estuvo sin signos vitales por unos segundos, y me ha indicado que necesitamos llevarla a su hospital. Necesito su autorización para que me acompañe; utilizaremos la avioneta privada del hospital —le explicó el doctor.
—¡Dios mío, pobre de mi niña! Haga lo que sea necesario, no se preocupe por el dinero; iré con usted, doctor —respondió Kimberly, entristecida.
—Ve con la secretaría para que te entregue los papeles de autorización—dijo el doctor al despedirse.
El doctor se retiró para organizar el traslado de Jennifer al hospital. Kimberly se levantó de la silla y se acercó a la secretaria.
—Buenas tardes, señorita. Necesito los documentos para autorizar el traslado de mi hija a otro hospital—dijo Kimberly, nerviosa y tartamudeando.
—Buenas tardes, señora. Trate de calmarse, le indicaré los papeles que debe firmar. Todo va a estar bien, confíe en los médicos—respondió la secretaria, tomando su mano para brindarle apoyo.
—Gracias, señorita, por sus palabras. No ha sido fácil ese momento; me siento tan sola—dijo Kimberly, llorando.
—No se preocupe, señorita, todo va a estar bien—dijo la secretaria con una leve sonrisa.
La secretaria le entregó los documentos para que Kimberly hiciera el traslado y los firmara.
Nombre completo de la paciente: Jennifer Sophia
Apellidos completos: Campo Más
Cédula de identidad: 34.308.578
Edad: 10 años
Datos de los padres:
Nombre completo de la mamá: Kimberly Sarai
Apellidos completos: Campo Más
Cédula de identidad: 29.956.655
Edad: 30 años
Al terminar la planilla, Kimberly firmó la autorización y se la dio a la secretaria.
La secretaria le entregó la autorización a la enfermera, y ella se la llevó al doctor.
Mientras tanto, Kimberly se fue a sentar.
—Cristian, ve a casa y haz una maleta con todo lo que necesitemos para el traslado —le pidió Kimberly.
—Intenta mantener la calma, cariño, todo va a salir bien —respondió Cristian antes de dirigirse a su hogar.
Se levantó de la silla, salió del hospital, subió al auto y condujo hacia su casa.
Al llegar, se bajó, entró y subió a la habitación. Buscó una maleta y guardó suficiente ropa de Kimberly, junto con algunos artículos personales como el pasaporte y dinero. Después, subió a la habitación de su hija Jennifer, metió su ropa y otras pertenencias en la maleta, y cerró la puerta de la habitación.
Bajó a hablar con la Nana.
—Buenas noches, señor Cristian. ¿A dónde se lleva esa maleta? —preguntó la Nana, sorprendida.
—Nana, no tengo mucho tiempo. El estado de Jennifer es crítico y necesitamos ir a otro hospital. Por favor, cuida de las niñas —le explicó Cristian antes de despedirse.
—¡Pobre de mi niña! No puedo imaginar cómo debe estar Kimberly. Cuídese mucho —dijo la Nana, triste.
Cristian salió de la casa con la maleta, la colocó en el maletero, se subió al auto y se dirigió de nuevo al hospital.
Al llegar al hospital, Cristian se bajó del auto, dejó el vehículo en el garaje y bajó la maleta del maletero para dirigirse a la sala de espera, donde se encontraba su esposa Kimberly.
Cristian le entregó la maleta a Kimberly justo cuando el doctor salió acompañado de su colega.
—Buenas noches, ya podemos ir al hospital de mi colega—anunció el doctor.
—Está bien, doctor—respondió Kimberly, visiblemente nerviosa.
La enfermera salió con los camilleros que transportaban a Jennifer para llevarla a la avioneta.
Los dos doctores, junto con Cristian y Kimberly, se dirigieron hacia la avioneta. El piloto les abrió la puerta, primero entró Kimberly, luego Cristian, seguido por los doctores. Una vez dentro, el piloto cerró la puerta y comenzó el despegue.



#629 en Novela romántica

En el texto hay: secreto, amor, venganza

Editado: 23.05.2025

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