El Amor Duele

Capitulo 5: Infortunio. No podré Caminar

En el hospital, el reloj marcó las doce del mediodía cuando Cristian se despertó. Al mirar, vio que su esposa Kimberly estaba dormida, agotada, al lado de la silla de la cama de su hija Jennifer, mientras le sostenía la mano. Entonces, decidió ir a la casa de su hermana Emilia para ducharse y comer antes de regresar a la empresa, donde tenía que resolver algunos pendientes. Salió de la habitación con cuidado de no hacer ruido y, tras abandonar el hospital, tomó un taxi en la línea de parada. Una vez que subió, el conductor lo llevó directamente a casa de su hermana.
Cristian era el mayor de sus dos hermanos; tenía una hermana llamada Emilia y un hermano llamado Ernesto. Ernesto nunca estaba en casa debido a que su negocio le requería viajar con frecuencia. Por su parte, Emilia estaba a punto de graduarse de la universidad y planeaba casarse pronto.
Unos minutos después, el taxi llegó y se estacionó en la entrada. La Nana lo recibió con un abrazo y lo hizo pasar.
—¡Hola, buenos días! Me alegra verte, ¡qué tiempo ha pasado! —dijo Cristian con una sonrisa.
—¡Buenos días, mi niño! Estás muy guapo. ¿Cómo está tu esposa, Kimberly? —preguntó la Nana con dulzura.
—Gracias por tus cumplidos, Nana. Mi esposa está bien, pero la dejé en el hospital, donde está cuidando de nuestra hija que tuvo un accidente —explicó Cristian.
—¡Dios mío! Me imagino lo que debe estar sintiendo tu esposa. Espero que tu niña se recupere pronto —dijo la Nana.
—¿Está mi hermana Emilia? —preguntó Cristian.
—Sí, mi niño. Voy a buscarla en la biblioteca; toma asiento —respondió la Nana antes de irse.
Cristian tomó asiento mientras la Nana subía a la biblioteca.
—Buenos días, señorita Emilia. Disculpe que la moleste, su hermano Cristian la está buscando —anunció la Nana al entrar.
—Buenos días, Nana. No se preocupe, ya voy —respondió Emilia con alegría.
La Nana bajó de la biblioteca y se dirigió a la sala.
—Ya viene su hermana Emilia —comentó la Nana antes de retirarse.
Unos minutos después, Emilia salió de la biblioteca y se dirigió a la sala. Al ver a su hermano Cristian, lo abrazó con alegría.
—Hola, hermano, me alegra mucho verte —dijo Emilia, sin poder contener las lágrimas de felicidad.
—Hola, pequeña, también me alegra verte. ¿Cómo has estado? Lamento venir por esta situación; ojalá hubiera podido hacerlo en otro momento —respondió Cristian.
—No te preocupes, hermano, todo está bien. Me alegra verte después de tanto tiempo. Yo estoy bien; ¿y tú? ¿Cómo está mi cuñada Kimberly y mis sobrinas? —preguntó Emilia amablemente.
—No me siento bien, hermana. Necesito hablar con alguien y no hay nadie mejor que tú. Con mi mamá no puedo, así que preferí venir aquí. Kimberly está cuidando de nuestra hija, ya que tuvo un accidente, pero mis otras hijas están bien—le dijo Cristian, con tristeza en su voz.
—Sabes que mi mamá tiene su carácter, pero te quiero mucho. Tienes que entenderla, ha pasado por muchas cosas—le explicó Emilia.
—Quiero compartirte algo importante, pero será nuestro secreto. Más adelante me encargaré de contarlo, pero por ahora no puedo—confesó Cristian, nervioso.
—Ya sabes que siempre puedes contar conmigo. ¿Qué pasa, hermano?—respondió Ella, mientras sostenía su mano.
—Hace dos años y medio me enamoré de otra mujer. Es una buena persona, me gusta mucho y es hermosa. Ya no siento amor por Kimberly; le agradezco por los años que compartimos y por nuestras hijas, pero quiero divorciarme. Solo esperaré a que la situación de nuestra hija mejore antes de decírselo —reveló él.
—No soy quien para interferir en tu vida, hermano, pero creo que lo mejor es que hables con tu esposa —le aconsejó su hermana.
—Gracias, hermana, por tus consejos. Cuando mi hija se recupere, se lo contaré—dijo Cristian mientras la abrazaba.
—No te preocupes, hermano, estaré aquí para ti—respondió Emilia con cariño.
La Nana llegó y dejó los cafés sobre la mesita antes de retirarse.
Cristian terminó su café y subió al cuarto que la Nana le había preparado para darse una ducha.
Jennifer despertó intentando mover sus piernas, pero no pudo hacerlo.
—¡Mamá, no puedo mover mis piernas!— gritó, llena de angustia por el dolor.
Kimberly, despertada por los gritos de su hija, preguntó con preocupación:
—¿Qué pasa, cariño? Tranquila, todo estará bien— le respondió, intentando calmarla. Rápidamente salió de la habitación en busca de ayuda.
Se acercó a la recepción, buscando a la enfermera.
—Por favor, necesito ayuda, mi hija no se siente bien—exclamó Kimberly, visiblemente angustiada.
Al notar su inquietud, la enfermera trató de tranquilizarla y le ofreció un poco de agua.
—Buenos días, señora Kimberly. Mantenga la calma, ¿en qué puedo ayudarla?— le preguntó con amabilidad..
—Mi hija no puede mover las piernas—dijo Kimberly entre lágrimas.
—Voy a buscar un médico para que la asista, intenta tranquilizarte—respondió la enfermera.
Kimberly volvió a la habitación donde estaba su hija, que lloraba del dolor en sus piernas.
En ese momento llegó el doctor, acompañado de la enfermera.
—Buenas tardes, señorita Kimberly. Buenas tardes, pequeña. ¿Cómo te sientes?—preguntó el doctor.
—No puedo mover mis piernas, me duele mucho—respondió Jennifer, afectada por el malestar.
—Quiero que seas muy fuerte y valiente, tengo que darte una información importante—le explicó el doctor.
—¿Qué está pasando con mis piernas? ¿Por qué no puedo moverlas?—preguntó Jennifer, adolorida.
—El accidente que sufriste afectó tu cuerpo; una parte quedó perjudicada, explicando el dolor que sientes en las piernas. No podrás caminar, pero haré todo lo posible para ayudarte a recuperar la movilidad. Por ahora, necesitas descansar, tener paciencia, asistir a terapia y usar sillas de ruedas—le dijo el doctor con tono compasivo.
—¡Esto no puede estar sucediendo! ¡Dígame que es una mentira! ¿No podré caminar? No es justo—respondió Jennifer, llena de rabia.
Al ver a Jennifer tan afectada por la impactante noticia sobre sus piernas, el doctor le administró un sedante para ayudarle a calmarse. Unos minutos después, el doctor salió para seguir con sus rondas y la enfermera se retiró, así que Kimberly decidió ir a la capilla del hospital. Al entrar, no pudo contener las lágrimas; el dolor de ver a su hija en ese estado era insoportable. Se secó las lágrimas con un pañuelo, se arrodilló y elevó una oración por ella.
Amado Dios, que todo lo conoces y ves, te suplico desde lo más profundo de mi corazón que protejas a mi hija. Te pido que la guíes y me apoyes en este momento tan difícil. Amén.
Kimberly regresó a la habitación de su hija Jennifer después de terminar su oración, sintiéndose más tranquila. Jennifer seguía dormida, gracias al sedante que le había dado.



#629 en Novela romántica

En el texto hay: secreto, amor, venganza

Editado: 23.05.2025

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