Cristian se despertó temprano, tomó una ducha caliente, se cambió de ropa y buscó el regalo que había comprado en la joyería, junto a una flor, debajo de la mesita. Colocó la flor en la cama y le dio un dulce beso en la frente a Rosángela, despertándola.
—Buenos días, mi cielo. ¡Gracias por la noche tan especial!—dijo Rosángela, sorprendida, al ver el regalo.
—Sí, amorcito, espero que te guste—respondió Cristian con ternura.
Cuando ella abrió el regalo, no pudo contener su emoción y saltó de la cama al ver lo precioso que era.
—Cariño, ¡gracias!—exclamó, dándole un beso en la mejilla.
—¿Usaste protección para cuidarnos?—preguntó Rosángela con voz temblorosa.
—No, cariño, se me olvidó comprar los condones. Pero no te preocupes, cuando salgas del hotel, puedes comprar la píldora—respondió Cristian distraído.
—No quiero arriesgarme a quedar embarazada—le expresó, preocupada.
—No va a pasar, tranquila, cariño—le aseguró Cristian.
Unos minutos después, Cristian tomó las llaves del coche y su móvil, se despidió de Rosángela y salió de la habitación. Al descender, se acercó a la recepción.
—¿Podría enviar un desayuno especial a mi novia Rosángela? —pidió Cristian con amabilidad.
—Enseguida le llevamos el desayuno, señor Cristian —respondió amablemente la secretaria.
Al salir del hotel, buscó el coche en el garaje, subió al auto y se dirigió a la casa de su hermana Emilia.
Mientras tanto, el botones llegó a la habitación de Rosángela y tocó la puerta.
Rosángela se duchó con agua caliente, se vistió con ropa cómoda y zapatillas, peinó su cabello y se puso el hermoso collar que Cristian le había regalado para esa ocasión. Luego, se acercó a la puerta y la abrió.
—Buenos días —saludó ella.
—El desayuno ha sido enviado por el señor Cristian —anunció el botones mientras le entregaba la bandeja con la comida.
—Muchas gracias —respondió ella, dejando una propina.
El botones se retiró, y Rosángela cerró la puerta para disfrutar de su desayuno.
Cristian llegó a la casa de su hermana y, al estacionarse, fue recibido por su mamá.
—¡Buenos días, mamá! —saludó Cristian.
—Qué guapo te ves, mi niño—dijo su mamá Marisa mientras le daba un abrazo.
Cristian se sentó para conversar con su mamá.
—¿Dónde se encuentra mi nuera? —preguntó ella.
—Mamá, mi esposa Kimberly está en el hospital cuidando a nuestra hija Jennifer, que tuvo un accidente —le explicó él.
—¡Dios mío! Pobre de mi nuera, debe estar pasándola muy mal —dijo Marisa con la voz entrecortada.
—No hemos estado bien, mamá. La situación ha sido complicada y por eso decidí venir a casa de mi hermana Emilia. Tuvimos que llevar a mi hija al hospital de la capital, donde un colega del doctor nos está brindando su ayuda —dijo Cristian, con evidente tristeza.
—Quiero verla, por favor, llévame a ver a mi nieta y a mi nuera —suplicó Marisa.
—Comprendo tu preocupación por mi esposa y mi hija. Más tarde te llevaré, pero ahora necesito ir al hospital —dijo Cristian.
—¿Te pasa algo, hijo?—preguntó Marisa, con un profundo presentimiento.
—Sí, mamá, me están pasando muchas cosas—lloró Cristian.
—Te conozco muy bien, cariño. ¿Qué te pasa?—preguntó ella mientras le secaba las lágrimas con un pañuelo.
—Por favor, no me reprendas. No te lo he dicho antes porque no sabía cómo explicártelo—confesó él.
—¿Qué sucede, hijo? —preguntó ella.
—Mamá, ya no siento amor por mi esposa Kimberly. Le agradezco por el matrimonio y los momentos que compartimos, pero he dejado de amarla y me gusta otra mujer, que es una buena persona—declaró él.
—¡Pobre de mi nuera Kimberly! Imagino que ya se lo dijiste —respondió Marisa, molesta.
—No he tenido la oportunidad de comentárselo, mamá. Debido a la situación que tenemos con nuestra hija, no he encontrado el momento adecuado, pero lo haré —afirmó Cristian.
—No te eduqué de esta manera; te pareces a tu padre —respondió Marisa, furiosa.
—Mamá, no respondí como debería porque eres mi madre; tú y yo sabemos que mi papá no te traicionó, fuiste tú quien lo hizo—replicó Cristian, lleno de ira.
—Soy tu madre, por favor respétame—contestó Marisa, con firmeza.
En ese instante, Emilia descendió de su habitación y se acercó a la sala al notar la discusión entre su hermano y su madre.
—Basta, mamá, por favor, no sigan peleando. Hermano, respeta a nuestra madre—interrumpió Emilia con una voz firme.
—Voy al hospital, hermana; luego hablamos—dijo Cristian, frustrado, antes de salir.
Al abandonar la casa, Cristian intentó mantener la calma. Se subió al auto y se dirigió al hospital.
y, tratando de mostrarse fuerte.
—¿Cómo está nuestra hija? —preguntó él.
—Después de que te fuiste del hospital, tuvieron que sedar a nuestra hija. Se puso muy mal al enterarse de que no podrá caminar —le relató Kimberly, sintiendo un nudo en el estómago.
—¡Pobrecita mi niña! Debió ser terrible para ella. Mi hermana Emilia y mi mamá te envían saludos, y ella vendrá a visitarte más tarde —comentó él.
—¿Fuiste donde tu hermana Emilia? ¿Por qué no me avisaste? —indagó Kimberly.
—Me quedé en la casa de mi hermana porque necesitaba descansar—dijo él, molesto.
—Está bien, Cristian, iré a buscar un café y volveré en un momento—respondió ella.
—No te preocupes, yo me quedaré al cuidado de nuestra hija—contestó él.
Después de salir de la habitación, Kimberly se dirigió al café del hospital y tomó asiento.
El mesero se le acercó.
—¿Le gustaría pedir algo?—preguntó amablemente el mesero.
—Quisiera un café con leche, por favor—respondió Kimberly.
El mesero se alejó a buscar el café, mientras Kimberly no podía dejar de pensar en el extraño perfume de su esposo y la marca de lápiz labial que había en su camisa. No pudo evitar que las lágrimas comenzaran a correr por su rostro.
Unos minutos después, el mesero se acercó y colocó el café en la mesa. —Perdón por interrumpir, ¿le pasa algo?— preguntó con tacto.
—Hay tantas cosas que no sé por dónde comenzar—respondió Kimberly entre lágrimas.
—Trate de relajarse, señorita. Beba su café; todo saldrá bien—le recomendó el mesero.
—Agradezco su apoyo, no se preocupe—respondió Kimberly, sintiéndose más tranquila.
Kimberly terminó su café, pagó la cuenta y se dirigió a la habitación de su hija. Al llegar, vio a Jennifer despertando lentamente del sedante. Se acercó y le dio un suave beso en la frente.
—¿Cómo te sientes, mi niña? —saludó con ternura.
—Mami, quiero salir del hospital. Extraño nuestro hogar —respondió Jennifer con nostalgia.
—No te preocupes, mi chiquita, pronto nos iremos. Debes recuperarte para que podamos irnos—dijo Kimberly con una pequeña sonrisa.
Más tarde, el doctor llegó.
—¡Hola, señores Campo! ¡Hola, pequeña! ¿Cómo te encuentras?—preguntó el doctor.
—Me siento bien, pero quiero salir del hospital, extraño mi casa—respondió Jennifer, con melancolía.
—¡Buenos días, doctor!—exclamaron ambos.
—Me alegra verte mejor, pequeña. ¡Buenos días! En unos días podrás irte. Voy a hacerte otro examen de rutina y tengo una reunión con algunos colegas para evaluar tu operación—le explicó el doctor Martín.
—¿Podré caminar?—preguntó Jennifer con emoción.
—¿La niña podrá caminar, doctor? —preguntó Kimberly.
—No puedo garantizarle nada por ahora, necesito esperar la reunión con mis colegas y sus respuestas. Sin embargo, si se realiza la operación, deberá permanecer varios días en el hospital y recibir tratamiento —le comunicó el doctor.