El Amor Duele

Capitulo 8 “La traición y el Embarazo”

—Soy tu madre, por favor respétame—contestó Marisa, con firmeza.
En ese instante, Emilia descendió de su habitación y se acercó a la sala al notar la discusión entre su hermano y su madre.
—Basta, mamá, por favor, no sigan peleando. Hermano, respeta a nuestra madre—interrumpió Emilia con una voz firme.
—Voy al hospital, hermana; luego hablamos—dijo Cristian, frustrado, antes de salir.
Al abandonar la casa, Cristian intentó mantener la calma. Se subió al auto y se dirigió al hospital.
Cristian llegó al hospital, estacionó su auto y se dirigió a la habitación donde se encontraba su hija Jennifer. Mientras tanto, Kimberly despertó, se dio una rápida ducha, se cambió a ropa más cómoda y arregló su cabello, notando que su hija seguía dormida por la medicación. Al entrar Cristian en la habitación, Kimberly percibió un perfume extraño que él llevaba, diferente al suyo, y aunque guardó silencio, pensó para sí: "Ese perfume no es mío".
—Buenos días, cariño —saludó Cristian con una sonrisa.
Kimberly miró su atuendo y se dio cuenta de una extraña mancha de lápiz labial. A pesar de su deseo de llorar, confiaba en su intuición, que nunca le fallaba.
—Buenos días, Cristian —dijo Kimberly, tratando de mostrarse fuerte.
—¿Cómo está nuestra hija? —preguntó él.
—Después de que te fuiste del hospital, tuvieron que sedar a nuestra hija. Se puso muy mal al enterarse de que no podrá caminar —le relató Kimberly, sintiendo un nudo en el estómago.
—¡Pobrecita mi niña! Debió ser terrible para ella. Mi hermana Emilia y mi mamá te envían saludos, y ella vendrá a visitarte más tarde —comentó él.
—¿Fuiste donde tu hermana Emilia? ¿Por qué no me avisaste? —indagó Kimberly.
—Me quedé en la casa de mi hermana porque necesitaba descansar—dijo él, molesto.
—Está bien, Cristian, iré a buscar un café y volveré en un momento—respondió ella.
—No te preocupes, yo me quedaré al cuidado de nuestra hija—contestó él.
Después de salir de la habitación, Kimberly se dirigió al café del hospital y tomó asiento.
El mesero se le acercó.
—¿Le gustaría pedir algo?—preguntó amablemente el mesero.
—Quisiera un café con leche, por favor—respondió Kimberly.
El mesero se alejó a buscar el café, mientras Kimberly no podía dejar de pensar en el extraño perfume de su esposo y la marca de lápiz labial que había en su camisa. No pudo evitar que las lágrimas comenzaran a correr por su rostro.
Unos minutos después, el mesero se acercó y colocó el café en la mesa. —Perdón por interrumpir, ¿le pasa algo?— preguntó con tacto.
—Hay tantas cosas que no sé por dónde comenzar—respondió Kimberly entre lágrimas.
—Trate de relajarse, señorita. Beba su café; todo saldrá bien—le recomendó el mesero.
—Agradezco su apoyo, no se preocupe—respondió Kimberly, sintiéndose más tranquila.
Kimberly terminó su café, pagó la cuenta y se dirigió a la habitación de su hija. Al llegar, vio a Jennifer despertando lentamente del sedante. Se acercó y le dio un suave beso en la frente.
—¿Cómo te sientes, mi niña? —saludó con ternura.
—Mami, quiero salir del hospital. Extraño nuestro hogar —respondió Jennifer con nostalgia.
—No te preocupes, mi chiquita, pronto nos iremos. Debes recuperarte para que podamos irnos—dijo Kimberly con una pequeña sonrisa.
Más tarde, el doctor llegó.
—¡Hola, señores Campo! ¡Hola, pequeña! ¿Cómo te encuentras?—preguntó el doctor.
—Me siento bien, pero quiero salir del hospital, extraño mi casa—respondió Jennifer, con melancolía.
—¡Buenos días, doctor!—exclamaron ambos.
—Me alegra verte mejor, pequeña. ¡Buenos días! En unos días podrás irte. Voy a hacerte otro examen de rutina y tengo una reunión con algunos colegas para evaluar tu operación—le explicó el doctor Martín.
—¿Podré caminar?—preguntó Jennifer con emoción.
—¿La niña podrá caminar, doctor? —preguntó Kimberly.
—No puedo garantizarle nada por ahora, necesito esperar la reunión con mis colegas y sus respuestas. Sin embargo, si se realiza la operación, deberá permanecer varios días en el hospital y recibir tratamiento —le comunicó el doctor.
—Está bien, doctor, haga lo que sea necesario. Quiero volver a caminar; no deseo depender de la silla de ruedas —rogó Jennifer.
Rosángela terminó de comer en su habitación, recogió la caja de regalo y salió. Al bajar, se despidió de la recepcionista del hotel y se dirigió a comprar la píldora, inquieta por la posibilidad de estar embarazada. Al llegar a la farmacia, esperó su turno para hacer la compra.
—Buenos días, señorita—saludó la cajera.
—Hola, buenos días. ¿Podría darme una píldora anticonceptiva, por favor? —pidió Rosángela.
—Por supuesto, señorita. ¿Sabe usted cómo utilizarla?—preguntó la cajera.
—Sí, señorita—contestó Rosángela.
La cajera le entregó la píldora, ella pagó y salió de la farmacia. Sin embargo, comenzó a sentirse mal y le dio náuseas, así que regresó a pedir permiso para usar el baño.
—Disculpe, ¿puedo usar el baño? Me siento muy mal—solicitó Rosángela.
—Por supuesto, señorita. No se preocupe—contestó la cajera con amabilidad.
La cajera la acompañó hasta la puerta del baño y esperó afuera. Rosángela entró, comenzó a vomitar y se preguntó: "¿Estaré embarazada? No es el momento adecuado." Luego, se limpió con un pañuelo, se lavó las manos y salió del baño.
—¿Se encuentra bien, señorita?—inquirió la cajera con discreción.
—No me siento bien, estoy mareada—respondió Rosángela, antes de desmayarse en el suelo.



#629 en Novela romántica

En el texto hay: secreto, amor, venganza

Editado: 23.05.2025

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