Ya lo había decidido. No había marcha atrás. Recordaba la última vez que divisó ante sus ojos ese hermoso paisaje campestre y añoró nostálgica todos los momentos qué vivió allí; en su pueblo. En su hogar.
Después de haberse repetido a ella misma qué no extrañaría ese lugar y qué se conformaría con ver a su madre y hermana por vídeo llamadas, meses atrás se había encontrado sintiendo qué algo le faltaba y no le costó mucho descubrir que lo qué le hacía falta eran esas charlas qué solo con su hermana surgían y sobre todo los cálidos abrazos que solo su madre le podía dar. Los días pasaron y las ansias por qué ese día llegará eran intensas. Soñaba con ella yendo por carretera y mirando por la ventana las montañas a su paso, disfrutando del aire fresco y sano. Y como sucede cuando queremos que algo llegue, ese día se demoró, según ella, una eternidad; las que solo eran un par de semanas se convirtieron en largos años para nuestra desesperada y emocionada Melissa.
Planeó todo con un mes de anticipación y siete días antes del día en que viajaría preparo sus valijas. Su amiga y compañera de apartamento se limitaba a verla y sonreír discretamente por su comportamiento. Más de una vez tuvo que abrir una valija para tomar algo qué ya había empacado pero qué entonces necesitaba usar.
Por fín, el día anhelado había llegado. La Universidad en la que estudiaba había organizado una hermosa graduación en un enorme salón de eventos cerca de un puerto. La decoración era impresionante y los graduando no cabían en sus trajes por la emoción y la felicidad que los embargaba. Sin embargo a Melissa la emocionaba más el hecho de qué al día siguiente tomaría su equipaje y volvería a ese lugar de donde se había marchado cuatro años atrás para tratar de darle otro rumbo a su descarrilada e inmadura vida; y lo había logrado. Ya no era esa chica con aires de rebeldía qué creía que revelandose contra todo lo normalmente correcto lograría mitigar su dolor y frustración, cuando solo se dañaba a sí misma y todos quienes la querían.
La fiesta de graduación se desarrolló en un buen ambiente. Melissa y su amiga Rachael disfrutaron junto a sus compañeros más cercanos de unas horas de diversión extra en un club después de finalizar la ceremonia de graduación. Aúnque sus amigos insistieron para qué se quedarán, cuando a las diez Melissa dijo qué se iría, Rachael también se despidió del grupo para irse con su amiga al departamento que ambas compartían. Sería la última noche juntas y las dos estaban algo melancólicas por su separación, después de cuatro años compartiendo todo y viviendo bajo el mismo techo.
-Promete qué no te olvidarás de mí, después que te reencuentres con tus viejos amigos -dijo Rachael con una mirada reprochante sobre su amiga, que se dedicaba en ese momento a preparar todo para qué no se le complicara la salida al aeropuerto por la mañana.
-¡¿Qué tonterías dices?! -le amonesta Melissa mirándola con ternura-. Jamás me olvidaré de ti Rachael, eso ni pensarlo. Además solo viajare a Texas, no es a la China que me iré.
-¡Sí, a Texas, al otro lado del país! -Rachael cubre su rostro con sus manos y hace sonidos con su nariz como si estuviera llorando-. Te voy a extrañar tanto. Sin ti, la casa se me hará muy grande, Mel.
-¿Segura qué el problema aquí no es qué tendras qué pagar tú sola la renta y las cuentas? -dice Melissa bromeando con su amiga.
-¡Me pillaste! -responde Rachael y ambas ríen.
-Sabes qué estaremos en contacto siempre; además sé qué a mamá y a Melinda les encantaría conocerte -Melissa termina de acomodar las últimas prendas y cierra la maleta que está sobre la alfombra de su habitación.
-A mi me encantaría conocerlas a ellas -afirma Rachael-. Como dudo qué vengas antes de Navidad a visitarme, haré todo lo posible por ir a pasarme las festividades con ustedes, claro, si no es molestia.
-Sería estupendo -dice una alegre Melissa-, te encantará el ambiente y las personas; la navidad es aún más hermosa en mi pueblo -Y en su rostro se puede apreciar la nostalgia.
Rachael observa a su amiga con una mezcla de intriga y alegría, de lo cual Melissa no sé daba por enterada, pero después de unos segundos de silencio por parte de la castaña Melissa se da cuenta de qué su amiga la está mirando con una extraña expresión.
-Rachael, ¿qué pasa? -pregunta la rubia a su amiga que no deja de mirarla y sonreír.
-Es solo qué estoy orgullosa de ti -responde Rachael Y Melissa no podría estar más confundida por su respuesta.
-¿De mi?, pues gracias amiga -responde ella extrañada-. Pero tú también te graduaste, deberías estar orgullosa por ambas -dice creyendo que su amiga se refiere al hecho de qué se haya graduado.
-Es increíble lo mucho qué has avanzado desde aquel día en que nos conocimos; ya no estás amargada y dolida y estoy muy orgullosa -tras escuchar eso Melissa comprendió qué su amiga se refería al cambio en su actitud y en su forma de ver la vida.
Rachael fue hasta su amiga para estrecharla en un cálido y tierno abrazo de cariño y amistad genuinos. Ella había estado ahí para Melissa durante todo ese tiempo. La vió luchar contra sus sentimientos, la vió hacerse la fuerte y la qué no necesitaba a nadie... Pero eso había cambiado. Melissa había entendido qué no puede aislarse de las personas que ama y qué no podría huir toda la vida, que en algún momento tendría qué volver a ese lugar en el qué ocurrieron sucesos lamentables pero que también le brindó sus mejores y más preciados recuerdos.
-En parte te lo debo a ti. No me cabe la menor duda de que Dios te puso en mi camino para hacerme ver lo ingrata y egoísta qué era -dice Melissa tras finalizar el emotivo abrazo, sintiéndose agradecida con la chica qué la había acogido y brindado confianza aún sin conocerla, cuando llegó a esa enorme ciudad huyendo de sus demonios-. No lo habría hecho sin tú amistad y comprensión, Rachi.
-Igual lo habrías logrado -afirma la castaña mirando a su conmovida amiga con lágrimas en los ojos-. Necesitabas madurar para entender muchas cosas qué en esa edad son difíciles de digerir, solo eso y lo habrías conseguido sin mi, por que eres una gran persona y tus sentimientos son buenos; estabas confundida, eso es todo.
Inevitablemente Melissa se transporta a esos años en que vivió las experiencias más amargas de su corta vida. Recordó los motivos por los que huyó de ese pueblo, dejando una nota donde no explicaba mucho pero al menos decía que quería cambiar de rumbo en cuanto a su forma de vivir y eso era algo alentador. Se fue a Boston con sólo una pequeña maleta y muy escaso dinero. A pesar de no conocer a nadie allí, se fue a esa ciudad buscando estar lo más lejos posible del sufrimiento; no del suyo, sino del qué le causaba a su madre y a quienes la querían, causado por sus malos hábitos y su rebeldía.
Como si el destino estuviera jugando a su favor, no le costó mucho esfuerzo conseguir trabajo y un lugar donde vivir tras su llegada a Boston. Cuando atravesó la puerta de aquel café buscando algo qué saciara la hambre qué sentía, pues tenia mas de doce horas ain comer, nunca se imagino que saldría de allí con un empleo y mucho menos con una amiga incondicional. Su vuelo había salido muy temprano y al llegar era aún horas de la mañana. Tenía poco dinero pero necesitaba comer; sentía qué en el cualquier momento se desplomaria, así qué entró al primer café que vió cargando su pequeña mochila en su espalda y antes de poder dirigirse hasta alguna mesa a esperar que tomarán su orden, se frenó al escuchar a una chica preguntarle si había ido por lo de la vacante. No entendió pues su mente viajaba por otros mundos y la castaña se acercó más ella para hablarle. Se suponía que una chica iría temprano para ver si le convenía la vacante que había como personal de limpieza y por coincidencia la chica se iría a su Universidad después de pasar por allí, así qué Rachael pensó qué Melissa era esa chica por la mochila que llevaba consigo.
Melissa estaba confundida pero por suerte su mente despertó y casi en forma automática dijo: necesito el empleo. Y vaya que lo necesitaba. Las cosas entre la castaña y la rubia fluyeron con tanta facilidad qué a Melissa no le costó mucho comfiarle todo lo que le había sucedido y el motivo por el que huyó a un lugar lejos de su hogar y donde no conocía a nadie, apenas con dieciocho años.
Rachael, quien es dos años mayor qué Melissa la escucho como si su reciente amistad tuviera años de haber surgido. Le ofreció su casa y la ayudó con todos los por menores para inscribirse en la universidad donde ella misma estudiaba, la cual ofrecía la facilidad de estudiar de manera semi presencial. Rachael llevaba años estudiando administración de empresas, pero su sueldo no le alcanzaba para suplir todos sus gastos por lo qué se veía obligada a retirarse por algunos meses y hacer recortes en su presupuesto para luego volver y con lo que había ahorrado costear un nuevo cuatrimestre; pero con la llegada de Melissa las cosas habían mejorado ya qué las cuentas de dividian y a ambas les quedaba lo suficiente para costear sus estudios y una que otra necesidad. Y así se fortaleció esa amistad qué surgió de forma poco convencional pero qué había producido fuertes raíces.
-Creo qué ya debes de irte a dormir -dice Rachael-. Recuerda qué tú vuelo sale a las siete de la mañana.
-Sí, tienes razón -reconoce Melissa y ambas bostezan al mismo tiempo.
Ríen por estar tan sincronizadas.
-Tienes que llevarme al aeropuerto -refuta Melissa a su amiga cuando esta se disponía a irse.
-Ni que lo digas, hermosa -contesta la aludida-. Dulce sueños -se despide.
-Dulce sueños...
Melissa sintió que las horas no avanzaban, a pesar de haberse acostado a las doce cincuenta de la madrugada. Los nervios le habían robado el sueño y la tranquilidad mental. Pero eso no impidió que después de unas horas se quedara profundamente dormida y agradeció haber puesto una alarma. Rachael también se levantó temprano a preparar desayuno, no quería que su amiga se fuera sin probar bocado, pero Melissa no comió casi nada y sólo se tomó una taza de café.
A las 5:50 am. salieron rumbo al aeropuerto.
-¡No llores Rachael, por favor! -le suplicó Melissa a su amiga, que no pudo controlar sus lágrimas cuando hicieron la última llamada para abordar el vuelo de las siete a Houston, Texas.
-¡Disculpame, Mel! -se excusó la castaña limpiando las gotitas que se habían derramado sobre sus mejillas.
-Yo también te voy a extrañar -le consuela Melissa y estrecha en sus brazos-. Y también tengo deseos enormes de llorar -dijo con voz quebrada.
-Debes irte ya -le reprocha la castaña y la aparta con delicadeza, haciéndose de compostura para no derramarse en llanto.
-Te llamaré tan pronto aterrice -afirma Melissa.
-Cuidate mucho pequeña -dijo la castaña mientras miraba a su amiga y se despedía con su mano.
Melissa se relajó durante el vuelo, lo que le permitió dormir las horas que duró el viaje y solo después de qué una azafata la despertara se enteró de qué ya se encontraba en Texas.
Pagó un taxi hasta la estación de autobuses y una vez allí abordó el transporte que la llevaría hasta su destino. Volvería a Falls City después de cuatro años, después de que muchas cosas habían cambiado en ella; pero no imaginó qué aún le faltaban muchas más.
Editado: 03.10.2019