¡el amor es una mierda!

Capítulo 23 Nunca aprendemos

Miro mis manos sin saber exactamente qué mirar o porque sigo aquí, él lleva media hora de retraso y no me contesta el teléfono. Sé que no va a venir, pero a pesar de eso sigo sentada en la cafetería que queda cerca de mi apartamento esperándolo. A veces quedamos en desayunar aquí los sábados, pero Ian siempre es puntual. Estoy algo preocupada. Reviso otra vez mi teléfono y no hay ningún mensaje de su parte, le marco y me manda al buzón de voz. Dejo el teléfono sobre la mesa y me sobresalto cuando vibra sobre la mesa. Reviso el teléfono con la esperanza que sea Ian, pero no es él, es Sophie, me pregunta si estoy en mi apartamento. Suspiro y le mando un mensaje diciéndole que estoy en la cafetería de la esquina. Vuelvo a dejar el teléfono sobre la mesa.

El chocolate frente a mí ya está frío, solo bebí un pequeño sorbo y a pesar que cuando llegué aquí tenía mucha hambre ahora en lo último que quiero pensar es en comer. Pienso en llamarle a Erick, pero no quiero molestar, quizás y están en una reunión muy importante a pesar que es sábado. Quizás les surgió un imprevisto.

—Quita esa cara de María Magdalena —me dice Sophie mientras se sienta frente a mí—. ¿Te dejaron plantada?

Una camarera de acerca a nosotras y le da el menú a Sophie quien le agradece con una sonrisa.

—Me muero de hambre —me dice mientras revisa el menú.

Ella llama a la camarera y ordena algo que no logro escuchar, sé que ordenó café porque Sophie adora tomar café por la mañana y casi siempre que puede.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto.

Ella se quita sus gafas de la cabeza y las deja sobre la mesa mientras me mira con esa sonrisa cínica y el mentón levantado, ese mismo gesto lo tenía su mamá. Elizabeth no lo hace, en cambio ella tiene el modo de expresarse que tenía su mamá, ese modo lleno de superioridad. Como si nadie fuera mejor que ellas.

—Vengo hablar contigo.

Ella coloca sus manos juntas sobre la mesa.

—¿Sobre qué? —le pregunto.

Ha pasado casi un mes desde el accidente de David, casi un mes desde que ella le pegó a Eleanor. Casi un mes desde que le he dicho que tenemos que hablar y ella siempre me ignoraba, ahora de pronto viene y me dice que quiere hablar.

Siempre tiene que ser cuando ella quiere.

—Ya sabes, no te hagas la tonta, eso no va conmigo.

Sophie es siempre tan directa y brutal. A veces eso le ha traído varios problemas, cuando estaba en el colegio siempre estaba en detención por contestarle a los profesores.

—¿Por qué te acostaste con Derek? —le pregunto— Sé que querías que yo me entere o de otra forma no me hubieras llamado. ¿Por qué lo hiciste?

A pesar que eso ya no me duele o me molesta, la duda de porque lo hizo sigue dando vueltas en mi cabeza.

—¿Amabas a Derek? —me pregunta y dicha pregunta me toma por sorpresa—. No, no lo amabas. Pero creías que sí, te metiste en la cabeza que era el amor de tu vida y él tampoco te amaba a ti. Pero ahí estaban los dos, tratando de hacer funcionar algo que no tenía futuro. Todos nos dábamos cuenta de eso menos ustedes dos.

La camarera llega con el desayuno de Sophie y lo deja sobre la mesa. Sophie empieza a untar un poco de mermelada de mora sobre su pan tostado.

—Entonces te acostaste con Derek para hacerme un favor, que amable de tu parte —le digo—, bastaba con hablar conmigo.

Sophie se ríe y niega con la cabeza.

—Claro que no, eres tan terca como papá —me dice ella—. No amabas a Derek, como tampoco amabas al jardinero. Y si había otro método para hacerte entender eso, yo no lo conozco. Te ayudé como aprendí hacerlo.

—Tiene nombre —le digo.

Ella suspira molesta y pone los ojos en blanco.

—Nombre que no me interesa —me dice y bebe un poco de su café—. Como decía, no amabas a ninguno de ellos, pero te metiste en la cabeza que sí, que no había nadie más para ti ahí afuera. ¿Acaso no crees que te mereces más? —ella me sonríe como diciéndome, tengo razón— Cuando me encontraste con Derek lastimé tu ego mas no tu corazón.

Sophie empieza a comer sus tostadas. No me dice nada más por un momento. Me quedo pensando en lo que me acaba de decir. Sí, yo también me di cuenta que no amo a Derek, pero no creo que hubiera seguido con él si no lo hubiera visto con Sophie en la cama. Quizás hubiéramos durado dos meses más o quien sabe, es verdad que trataba de hacer funcionar algo que no tenía futuro, es verdad que me negaba a ver que no lo amaba.

—Con Ian no es igual —le digo—, con él es todo diferente y todo más complicado.  Él me quiere por quien realmente soy, sabes, no lo ciega mi luz, por el contrario, lo ilumina. A Derek le molestaba cuando yo, era yo en todo mi esplendor. A Ian le encanta, ríe de mis ocurrencias y nunca me dice que no a una locura que se ocurre en el momento.

Si hace unos meses me hubieran dicho que yo estaría sentada en una cafetería hablando así con Sophie me hubiera muerto de risa.

—Sí, lo veo, a eso voy. Amas a Ian y él te ama a ti, jamás me metería en eso. A pesar que él está casado conmigo —me dice ella con una sonrisa mientras me enseña su anillo—. Lo nuestro acabará en unos meses y entonces tú y él podrán estar juntos. Soy como tu puente hacia la felicidad —ella termina de beber su café y pide otro—. Sin mí, ahora estarías posiblemente comprometida con Derek y él no es tan bueno en la cama, no le gusta experimentar y todo lo que sabe es la posición del misionero.

La camarera se ríe al escuchar lo último que dice Sophie, mientras le sirve un poco más de café.

—¿Me odias? —le pregunto.

—Lo hice, por mucho tiempo. Te culpé del suicidio de mi mamá porque ella así lo dijo en su carta, te culpé y te odié por existir. En el pasado hice muchas cosas malas hacia ti, con toda la intención de lastimarte. Pero con el tiempo me di cuenta que nada fue tu culpa, dejé de odiarte y aprendí a tolerarte. Ya no te odio, te cuido a mi manera. No soy como Alex que te dice todo el tiempo que te ama o Elizabeth que te regaña cada vez que haces algo mal y siempre trata de cuidarte, aunque tú no la valores. Yo soy así, te cuido a mi retorcida y extraña manera, esto es lo que hay.




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