¡el amor es una mierda!

Capítulo 30 ¿Qué hago contigo, Emma?

Ian

Procuré olvidarla, alejar su recuerdo y los buenos momentos que pasé con ella. Traté de alejarme de todo lo me recordaba a Emma y lo único que hacía era anhelar volver a tenerla entre mis brazos, volver a respirar su aroma, así como lo hago ahora. La veo dormir tranquilamente con su cabello esparcido por toda la almohada y su cuerpo enredado entre las sábanas blancas. Sus labios están ligeramente entre abiertos y veo como arruga la nariz y se mueve un poco. Quizás está teniendo una pesadilla, eso no me agrada. No estoy enfadado con ella, no podría estarlo, pero siento miedo. Miedo de acostumbrarme de nuevo a su presencia en mi vida y que se vuelva a ir. ¿Por qué siempre se van? Mi madre lo hizo, se fue, pero ella se fue mucho antes de morir, ella nunca estuvo ahí para mí. Mi madre era una mujer muy frágil y codependiente de mi padre y él se aprovechaba de eso.

Me pregunto si alguna vez ella me quiso, creo que no, uno no lástima a quien ama. Lo cuida, quiere verlo feliz y hace todo lo posible para tratar de conseguir su felicidad. Mi madre no hizo nada de eso, pero sería muy injusto de mi parte comparar a Emma con mi madre, no hay comparación entre las dos. Emma fue una bocanada de aire fresco a mi vida, es aquella luz que por años he buscado. Brilla tanto que logra alumbrar hasta mis recuerdos más turbios. Siento esperanza cuando estoy con ella o solo al pensar en ella. Pero ahora no sé qué sentir. Ahora me siento perdido. Tengo miedo a que si las cosas se vuelven a complicar será demasiado para Emma y se volverá a ir.

—¿Qué hago, Emma? —le pregunto mientras acaricio su cabello— ¿Qué hago con todo este amor?

"Lo siento". ¿Cuántas veces nos hemos dicho eso desde que nos conocemos? Las suficientes, no deberíamos volver a decir eso, no es justo para ella y tampoco para mí. "Lo siento", ella no dejaba de repetir eso anoche, pero a veces las palabras no son suficientes. No se lo dije, no había necesidad. No dije nada porque no sabía que decirle. ¿Que esperaba ella que dijera? ¿Cuál esperaba ella que fuera mi reacción?

—¿Qué voy hacer contigo?

Mi teléfono suena y no tengo que ver la pantalla para saber quién es, desde que Emma se fue, Annie me llama todos los días para saber cómo estoy y a veces incluso viene a quedarse conmigo. Sabe que no me gusta que me cuiden, pero a ella se lo permito, Annie es mi pequeña hermana y no creo que haya algo que le pueda negar.

Me paro despacio de la cama para no despertar a Emma y me pongo el pantalón de mi pijama antes de contestar el teléfono.

—Buenas noches, hermana —le digo—. ¿A qué debo tu llamada?

Camino hasta el balcón. Está lloviendo, es normal en esta época del año.

—Suenas diferente, ¿va todo bien?

Miro la ciudad. Siempre me gustó este lugar, aislarme del mundo, de su caos. Me gustaba estar aquí solo, en silencio y en orden, pero entonces llegó ella como un huracán y lo puso todo de cabezas, aunque no me molestó, al contrario, me gustó. Me gusta como se ve el mundo desde los ojos de Emma, me gusta como se ve la vida desde su perspectiva. Me gusta la forma que tiene de hablar de diferentes temas a la vez y cambiar de humor en un segundo.

—Ian, ¿estás ahí? Me estas preocupando. Creo que iré a visitarte, no me importa que sea tarde.

Vuelvo al presente y le presto atención a lo que me dice mi hermana.

—No te preocupes por mí, Annie, estoy bien. Algo confundido, pero bien, créeme, me puedo cuidar solo.

Sé que ella tiene miedo que vuelva a caer en aquel foso oscuro en el que estuve después que Eleanor me dejó en el altar. Pero eso no va suceder, o al menos eso quiero creer. Quiero creer que ya no soy aquel idiota que confío en una arpía como Eleanor.

—¿Seguro?

Ella suena intranquila. No me gusta que se preocupe tanto por mí.

—Sí, estoy bien. Hablamos mañana, descansa.

—Por favor, si me necesitas no dudes en llamar. Te quiero hermano, adiós.

Tengo suerte de tener a los hermanos que tengo. Incluso de tener a la madre que la vida me dio, ella, la que debería haber sido solo mi tía política, ha sido la mejor madre que podría haber imaginado.

Escucho sus pisadas suaves y delicadas acercarse con cautela. La veo caminar hasta la baranda y recostarse a mirar las luces de la ciudad. No me mira, tiene puesta la ropa con la que llegó, quizás se va.

—Es agradable —dice muy bajito y dudo si lo dice para ella o para mí—, tranquilo y silencioso. A mí me gusta mucho el silencio, pero a veces me desquicia.

Emma habla mucho, le gusta hablar y usualmente a mí me molesta eso. Detesto a las personas que hablan sin parar, pero en ella me resulta adorable. Me gusta escucharla, a mí casi no me gusta hablar y a ella parece no molestarle eso. Parece que en casi todos los aspectos nos complementamos muy bien.

—Pero me sentiría muy sola aquí —dice con pena.

Veo como su mirada se nubla y un suspiro sale de sus labios. Luce triste por algún recuerdo lejano. No me mira y quiero que lo haga, quiero ver sus ojos azules con los que tanto soñé. Mirar sus ojos es como mirar el cielo, cuando los vi por primera vez supe que tenía suerte de poder mirarlos. Cuando miro sus ojos me siento el hombre más afortunado del mundo.

—¿Sigues enfadado conmigo?

Se gira despacio y me mira, pero guarda la distancia, no se acerca o hace el intento de acercarse.

—Lo entiendo, entiendo tu enfado, pero por favor, dime algo. Me desquicia cuando estas tan callado. No leo la mente, no sé en qué estás pensando.

En ti, ¿en qué más podría pensar? estoy a punto de responder eso, pero no, mejor no.

—Es muy pronto para que todo vuelva a como era antes —le digo y veo con claridad como la tristeza se apodera de ella. No me gusta verla así.

Ella aparta la mirada y vuelve a mirar la ciudad. La observo limpiarse unas cuantas lágrimas.

—Emma —ella no me mira—, solo pido tiempo. A diferencia de ti, yo no voy a ir a ningún lugar.




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