Apenas cruzó la puerta de TechNova, Dayana apretó el paso hasta llegar a su auto. Cerró de golpe la puerta, apoyó la frente en el volante y, por fin, dejó que las lágrimas salieran.
Todo lo que había pasado en cuestión de minutos le parecía un mal sueño:
su novio besándose con otra, su ataque impulsivo con pastel y… lo peor de todo, haber embarrado de glaseado al hombre más elegante que había visto en su vida.
—¡Soy una idiota! —gimió entre sollozos, limpiándose la cara con el dorso de la mano, lo que solo le dejó una mancha pegajosa de crema rosa en la mejilla.
Apretó los ojos con fuerza, inspiró hondo y sacó su celular. No podía con esto sola. Marcó el número de la única persona que sabía la escucharía sin juzgarla.
—¿Aló? —contestó una voz femenina, con voz de televisión al fondo.
—Sofi… —balbuceó Dayana, con voz entrecortada—. Necesito verte… ya.
No hubo preguntas.
—Ven directo a mi departamento. Estoy aquí —respondió su amiga sin dudar.
Treinta minutos más tarde, Dayana tocaba la puerta del apartamento de Sofi con los ojos hinchados y la blusa todavía marcada con la mancha rosa del pastel.
—¡Por Dios! —exclamó Sofi al abrirle, sujetándola por los hombros—. Parece que peleaste con una piñata y perdiste.
Dayana soltó una risa temblorosa, mitad llanto, mitad alivio.
—Ojalá hubiera sido una piñata… al menos ahí uno espera quedar hecha un desastre.
Sofi la arrastró adentro, la sentó en el sofá y le pasó un rollo de papel de cocina.
—Bueno, suelta todo de una vez. ¿Qué pasó? —preguntó, cruzándose de brazos como una abogada lista para escuchar el caso.
Dayana inspiró profundo, y entre lágrimas y gestos exagerados, empezó a contar:
—Lo vi… estaba con otra… se estaban besando en plena recepción… y yo… yo… —se tapó la cara—. ¡Le lancé el pastel que había comprado para él!
Sofi la miró incrédula.
—¿Me estás diciendo que le tiraste un pastel en la cara a Kevin?
Dayana negó con la cabeza, hundida en el sofá.
—Ojalá… le hubiera dado. Pero no, él se agachó como la rata que es… y el pastel… le dio al hombre equivocado.
—¿Quién? —preguntó Sofi, intrigada.
Dayana levantó las manos, todavía manchadas de crema seca.
—Un tipo… alto, guapísimo, con un traje de otro planeta… parecía sacado de una revista… y ahora de seguro me odia porque lo dejé hecho un payaso.
Hubo un segundo de silencio. Luego Sofi se echó a reír a carcajadas, tanto que casi se cae del sillón.
—¡Ay, Dayana! ¡Oficialmente has inventado la repostería vengativa! ¡Eso debería patentarse!
—No te rías… —gimió Dayana, aunque la esquina de su boca también quería sonreír—. Fue horrible, Sofi. Todos en recepción me miraban. Quiero meterme debajo de una piedra.
Sofi la abrazó con fuerza.
—Pues no vas a meterte debajo de nada. Vas a levantarte, a ir a ese apartamento y a sacar tus cosas de ahí. Kevin no merece ni que le compres un cupcake.
Dayana suspiró, dejando que su amiga le acariciara la espalda.
Tenía los ojos rojos, la nariz hinchada y el rimel hecho un desastre. Sofi le alcanzó una caja de pañuelos y un vaso de agua mientras la miraba con ese gesto de amiga que decía “no te voy a juzgar, pero necesito que me cuentes todo”.
—No puedo creerlo, Sofi… —murmuró Dayana con la voz rota—. Yo pensaba que tenía una relación perfecta, que Kevin era el hombre de mi vida. Y ahora, mírame… hecha un desastre, con la dignidad por el suelo.
Sofi se acomodó frente a ella, con las piernas cruzadas, y la observó en silencio por un momento.
—¿Y qué vas a hacer ahora? —preguntó finalmente.
Dayana parpadeó, desconcertada.
—¿Cómo que qué voy a hacer? ¡Pues olvidarme de él, obviamente! —se limpió la cara—. Ya no quiero volver a verlo. Le advertí que si en algún momento me mentía se terminaba.
Sofi arqueó una ceja, inclinándose un poco hacia ella.
—Day, ¿y qué le vas a decir a tu papá? —soltó con cuidado—. Tú misma le rogaste que asignara a Kevin como encargado de manejar la asociación con TechNova. ¿Con qué cara le explicas ahora que ese hombre al que tanto defendiste te estaba engañando?
El gesto de Dayana se congeló. La rabia y la tristeza se mezclaron con una ola de angustia.
—¡Oh, rayos! —se llevó las manos a la cabeza, hundiéndose entre los cojines—. No había pensado en eso…
Sofi suspiró, aunque no perdió la firmeza en la mirada.
—Pues más te vale empezar a pensarlo, amiga. Porque esto no es solo un corazón roto, es un lío que recién empieza.
Sofi arqueó una ceja y esbozó una sonrisa traviesa:
—Aunque pensándolo bien… si tu papá se entera de todo este desastre, capaz se lo piensa dos veces antes de confiarle cualquier responsabilidad a Kevin.
Dayana levantó una ceja, medio divertida, medio resignada:
—Tal vez tengas razón… —dijo, con una pequeña sonrisa entre lágrimas—. Quién sabe, quizá mi papá hasta se ponga feliz de que Kevin no se encargue, después de todo. Nadie lo sabe.
Sofi la abrazó y Dayana correspondió a su abrazo entre lágrimas.
Horas después Dayana abrió la puerta del apartamento con los ojos aún hinchados de tanto llorar. Todo olía a él. Las paredes parecían gritarle su error: fotografías enmarcadas de viajes, cenas románticas y sonrisas que ahora se sentían como una cruel burla.
Se acercó a una de las repisas y tomó un portarretrato donde aparecían abrazados en la playa. Sus manos temblaron, y por un segundo pensó en guardarlo. Pero la rabia ganó.
—¡Mentiroso! —gritó, lanzando el marco contra el suelo. El vidrio estalló en mil pedazos.
Uno tras otro, fue arrancando las fotos de las paredes, rompiéndolas en pedazos pequeños, como si en cada tirón pudiera borrar un recuerdo. Cuando ya no quedaban sonrisas falsas a la vista, abrió el clóset y comenzó a empacar sus cosas a toda prisa.
La maleta no cerraba, la rabia la hacía torpe, y en un momento terminó tirada sobre ella, empujando con el peso de su cuerpo para cerrarla.